lunes, 19 de abril de 2010

La historia del uno y del otro. Segunda parte


“Should not the giver be thankful that the receiver received? Is not giving a need? Is not receiving, mercy?”

Friedrich Nietzsche

Su cuerpo emanaba un calor asombroso. Los besos que daba eran húmedos y cálidos; eran fuertes y precisos. Parecía saber con precisión cómo besar, dónde besar y cuando hacerlo.

Su cuerpo temblaba y se estremecía con cada beso y caricia que el otro le daba y hacía. Sudaba un poco y parecía un lobo domado: estaba a merced de Miha y, en principio, le costó hacerle frente, puesto que cada beso le debilitaba y le hacía perder el control. Pero no sería fácil. Él estaba acostumbrado a llevar el mando en todo, hasta haciendo el amor. Logró aplicar algo de fuerza y se hizo con los botones de la camisa del otro y, como siempre había sido torpe, en vez de desabotonar la camisa, la rasgó. El pequeño “crack” de la tela cediendo a su fuerza le hizo perder un poco más la cordura. Se sentía embriagado, aunque no había tomado más de una copa de vino.

Sintió cómo su camisa de algodón se rompía, halada por las manos del uno. Aunque era su favorita, no le dio importancia. La ropa le molestaba. Ya tendría tiempo de encontrar otra camisa favorita.

Terminó de arrancar la molesta camisa y empezó a deshacerse de la suya propia. El cuerpo del otro era una brasa ardiendo. Sentía que le quemaba, sentía que con cada abrazo le abrasaba el cuerpo.

Él se aprovechó de su estatura, medianamente superior, para besar la cabeza del otro y embriagarse con su aroma. Olía a perfume, con cosméticos masculinos y algo de sudor. Sudor que producía él mismo.

Él se aprovechó de su estatura, medianamente inferior, para atacar con sus labios el cuello largo del otro. Tenía un aroma muy particular, uno que él no había sentido jamás. No supo cómo definirlo o dividirlo en partes únicas; pero era un aroma que cautivaba y no perdía intensidad con el tiempo. Su cuello tenía un sabor salobre, por el sudor; y amargo, por el uso de algún perfume. Sentía la zona de las amígdalas latir y se dio cuenta de que había un lugar en específico que le hacía debilitarse. ¡Eureka! Había dado con lo que buscaba su curiosa lengua: el punto a través del cual podía dominarle. Era suyo. O, al menos, logró controlarlo por unos instantes.

Luca se sintió dominado por Miha, una vez más, pues había dado con su zona erógena por excelencia. Le hacía sentir débil, sumiso. Pero era hora de jugar sucio: recobró la compostura, sacó fuerzas y empujó al otro, de modo que éste cayó en el suelo con un fuerte golpe y se le abalanzó encima, violentamente. Por unos segundos se sintió culpable por haberle proporcionado, indirectamente, semejante golpe, pero no había tiempo para cortesías. Eso era guerra. Dos titanes intentando, de una u otra manera, dominarse.

Miha se sorprendió con aquella embestida del uno, y quedó un poco atontado por el golpe, pero ya no aguantaba más y decidió dejarse llevar. El uno parecía una bestía sedienta y él se sabía su presa. En los ojos del uno había fuego. Ya no podía detenerle, le había dado rienda suelta a la locura.

De un momento a otro ya no había ropa en sus cuerpos. Una cadena plateada, de la cual colgaba un amuleto plateado también, era la única prenda que cubría el cuerpo del uno; el cuerpo del otro no lo cubrían más que sus propias pecas y las manos de Luca.

Miha decidió, por fin, darle la espalda a Luca, si sabes lo que quiero decir. Ya no había vencidos, sólo había dos vencedores. De una u otra manera iban quedar satisfechos, los dos.

Lo que en un momento fue un dolor lacerante, al cabo de unos minutos se convirtió en una inmensa fuente de placer.

Lo que en un momento fue ser lo más delicado y lento posible, al cabo de unos minutos, se convirtió en llegar a velocidades no antes conocidas para él.

Ambos se habían topado con su igual. Nunca habían estado con semejante bestia, tan parecidas a cada uno de ellos mismos.

Luego de embestir una y otra vez el uno contra el otro y de dejar al Kama Sutra corto, el acto culminó con un suave gemido, por parte del uno y un leve grito, por parte del otro. Estaban ambos sudados y con caras de tontos.

Se quedaron un rato en silencio, acariciándose lentamente. Y luego decidieron por fin ir a la cama. ¿Qué hora era? Poco importa. Ya no había sol y la luna estaba tapada por densas nubes.

Esta vez fue Miha quien se quedó dormido en el pecho de Luca, sin babearle. Luca pasó largas horas acariciando sus cabellos y besando su frente.

lunes, 5 de abril de 2010

La historia del uno y del otro

El momento había llegado, finalmente. Él esperaba ansioso en el aeropuerto a que los tripulantes de aquel vuelo que había aterrizado no hacía mucho, por fin saliesen. Luego de una larga espera, empezó a divisarles y lo más importante, divisó el rostro que buscaba en específico. En su pecho algo se movió bruscamente y un calor extraño llegó a sus orejas.

El momento había llegado, finalmente. Él esperaba ansioso su equipaje, en la cinta que le había sido asignada a su vuelo. Luego de un largo viaje, había llegado al lugar convenido para ver a quien le esperaba.
Una vez hubo tomado su equipaje, se dirigió hacia la salida y, luego de caminar un poco, vio, por fin, su blanco rostro, en la zona de espera. Sus manos comenzaron a sudar y en su estómago se hizo un nudo. Aceleró el paso.

La distancia que les separaba era, a cada paso menor.

Él, el caminante, parecía aislado de todo lo que sucedía a su alrededor. A sus oídos no llegaban más que el sonido de sus propios pasos y los latidos fuertes de su corazón acelerado.

Él, quien esperaba, no pudo mantenerse en pie mientras el otro caminaba, así que decidió ponerse en marcha hacia el tan anhelado encuentro. Encuentro que habían planeado durante mucho tiempo, porque el tiempo a veces tiene ínfulas de diva y se da el lujo de hacer esperar.

Encuentro cara a cara: el uno miraba los ojos oscuros del otro y el otro miraba los ojos claros del uno. En ambas bocas se dibujó una sonrisa amplia y sincera, seguida por un tímido “Hola”, a lo que siguió el más fuerte abrazo que pudo darle el uno al otro.

Él por fin pudo sentir su cálido cuerpo, al fin sus brazos pudieron rodear aquel delgado cuerpo que le devolvía el abrazo; y finalmente, pudo acariciar sus cabellos de bebé.

Él se rindió ante aquel fuerte abrazo que le daban aquellos brazos. El abrazo le dejó casi inmóvil. Él no esperaba que quien le abrazaba tuviera semejante fuerza. Aquel abrazo se lo proporcionó un chico ligeramente más alto que él mismo, con el color de piel del sur, el cabello cenizo y los ojos de un tono verde claro. Su piel estaba muy fría.

A quien abrazaba era a un chico un poco más bajo que él y más delgado; tenía el color de piel del este, muy pálido; tenía el cabello casi rubio y los ojos negros. Al abrazarle sintió el calor de aquel no había estado en un avión por varias horas.

El abrazo duró poco menos de un minuto, pero tuvo el peso de años de espera, de cinco años de espera.

-¿Qué tal el vuelo?- Su voz, en opinión del uno, sonaba mucho mejor en persona que por teléfono.
-Largo, aburrido. Pero, supongo que valdrá la pena.- dijo sonriendo.
-Estoy yo al cargo de esa misión, ¿no?
-No. Ésta es una misión de dos.
-Pero tú te has tomado la molestia de venir.
-Y tú la de recibirme.
-¿Te importa si te cojo la mano?- Preguntó rápidamente intentando cambiar el tema.- Es que… he esperado mucho este momento, y el tiempo apremia, no quisiera desperdiciar ni un minuto. Aunque, comprendo completamente si te sientes apenado o simplemente no te agrada la idea- finalizó desviando la mirada por pena.
-¿Te refieres a si me importa porque la gente pudiera voltear a vernos y comentar a nuestras espaldas?
-Sí, supongo.
-Pues como dijo el nativo de ese nativo de estas tierras: ”Solo hay una cosa peor a que hablen de ti y es que no lo hagan.”- dicho esto, le sonrió ampliamente al otro y tomó, con su mano fría, la mano blanca y cálida del otro.

De esta manera, cogidos de las manos, el uno y el otro inician su camino, hasta la morada del otro. Al uno las miradas le hacían inflar más el pecho, pero al otro le hacían esconder un poco la cara.

La ciudad que se presentaba ante sus ojos puede que no fuera muy hermosa, pero era la primera vez que se encontraba allí. Lo miraba todo con detalle y sus ojos saltaban de un lugar a otro, en fracción de segundos. También veía de reojo al otro y se limitaba a hacerle cariños tímidos en la mano a su acompañante. Intentaba hacer comentarios, pero no salían más que algunas palabras.

La ciudad que se presentaba ante sus ojos era la misma aburrida y triste ciudad que visitaba casi a diario; sin embargo, ese día había algo diferente: su acompañante miraba todo con tanta curiosidad que hacía que la ciudad tuviera un brillo diferente. Era la misma ciudad que veía a diario, pero ese día la veía con la persona a quien jamás había visto, en persona. El viaje lo realizaba en silencio, porque aunque había hasta ensayado frente al espejo lo que diría y haría cuando por fin llegase ese momento, las palabras parecían ahogarse en su garganta, luego de luchar para salir de ella y no hacía más que responder con monosílabos. Los nervios hacían que gotas de sudor se deslizaran desde su nuca hasta la espalda.

El uno era inquieto, pestañeaba cada dos segundos y parecía no poder mantener sus ojos en el mismo punto por un tiempo medianamente prolongado. Aunque su rostro era delgado y anguloso, con algo de barba, todavía quedaban en él algunos vestigios de un niño ansioso. Esto maravillaba por demás al otro, quien era mucho más tranquilo, lograba mirar al horizonte por más de cuatro segundos y en su mirada había esa especie de ternura con la cual los adultos miran a los niños inquietos.

El uno parecía un niño, quizás porque siempre había sido inquieto, quizás porque había pasado muchas horas encerrado en un avión, quizás porque estaba lejos de su hogar, quizás, simplemente, porque le embargaba una gran emoción. Tenía en la sangre el calor del sur, el calor de esa gente muy activa. El otro era muy apacible, hablaba con una voz muy dulce y calmada; él sí era más un adulto, un caballero elegante. Probablemente por haber nacido en el este y residir en el norte.

El uno hablaba un idioma y el otro uno completamente diferente; sin embargo, habían logrado encontrar una lengua franca, que ambos odiaban, pues sentían que no lograban expresarse lo suficientemente bien en esa lengua. Por eso el uno intentó enseñarle su lengua al otro; y el otro intentó enseñarle su lengua al uno. Ni el uno ni el otro tuvieron éxito, pero era siempre divertido para los dos escucharse intentado hablar la lengua contraria.

-Te sudan las manos.
-Es porque estoy nervioso.
-¿Por qué tan nervioso? Yo no voy a comerte- dijo con una sonrisa tímida.
-Eso sí que es una decepción- replicó el uno en su idioma materno.
-¿Perdón?- preguntó el otro, aunque era obvio que había entendido, porque sonreía abiertamente.
-Nada, nada.

El camino era estrecho y tenía muchas curvas. La vía estaba llena de árboles y el clima era templado.

-Es bonito el paisaje.
-Sí, supongo. No sé, verás: cuando llegué a este país, me parecía muy bonito todo, había una luz especial; con el pasar del tiempo, quizás por la costumbre y la distancia de mis amigos y familia, perdió el brillo. Hoy, sin embargo, parece brillar como el primer día.
-Ay, pero ¡qué conmovedor!- dijo el uno riendo.
-¡Idiota!
-¡Lo siento! No pude evitar bromear al respecto.
-Tu sentido del humor es bastante pesado.
-No vengas con cosas. Tu sentido del humor es bastante pesado también.
-¡Blasfemia!
-Bueno, calma. Controlaré mi sentido del humor si tanto te molesta- dijo haciendo un énfasis algo burlón en el “tanto”.

El otro sonrió sabiendo que el uno no cambiaría y diciéndose a sí mismo que esa era una de las cosas que más le agradaban de él: que parecía una bestia indomable, pero que, al mismo tiempo, creía tener el arma para controlarle. El uno sonrió también, sabiendo que el otro estaba completamente al tanto de que él no cambiaría.

Entre ellos había una especie de silencio cómplice, que les hacía entenderse sin siquiera hablar. Sin embargo, ya el uno empezaba a tomar más confianza y hablaba un poco más, conforme dejaban el camino atrás y se acercaban a su destino.

Poco más de una hora de haber salido del aeropuerto, se detuvieron en frente a un edificio de pocas plantas.

-Hemos llegado, pequeño.
-¡Qué bien! Eh… ¿grande?
-Sí, yo soy grande y tu pequeño; yo soy fuerte y tu débil; yo mando y tu obedeces.
-Hablando del sentido del humor…
-Sabes que así son las cosas, pequeño.
-No pienso discutir esto- agregó el uno poniéndole punto final a la conversación y abriendo la puerta del automóvil.

Descendieron del auto y el otro ayudó al uno a descargar su equipaje.

-¿Por qué dos maletas, vaciaste tu armario entero acá?
-Solo una es de ropa. Tuve que pagar recargo en el aeropuerto, porque excedí el límite de peso permitido.
-¿El límite de peso? ¡Pero si tú eres un flacuchento!
-Claro, habló Hulk Hogan.
-Entonces, ¿qué tanto trajiste? Esta maleta está bien pesada.
-Muchas cosas, inútiles en su mayoría. Ya verás.

El apartamento al cual entraron era pequeño, con una distribución extraña del espacio, pero tenía una gran ventana que daba hacia un pequeño parque y lograba engañar a la vista, haciendo que el apartamento pareciera más grande.

-Bueno, éste es mi apartamento, es pequeño. Bienvenido.
-Gracias. Es muy bonito. Tienes buen gusto.
-Hay un solo problema: el apartamento consta de una sola habitación y una sola cama. Supongo que tendré que dormir en el sillón de la sala.
-¡Pero qué detalle! Eres todo un caballero al cederme tu cuarto.
-Este país me ha vuelto todo un caballero. ¿Tienes hambre?
-Sí, bastante. Odio la comida de aviones. Es insípida.
-Porque no me tienen a mí de chef.
-Vamos, tú puedes hacer algo mejor que eso.
-Supongo. Si quieres fumar, por favor hazlo en la ventana.
-Me encanta que conozcas mis malos hábitos.
-Porque yo tengo los mismos.

Luego de fumar ambos en la ventana y de que el uno dejara su equipaje regado por toda la sala, el otro sirvió la comida y destapó una botella de vino.

-¡Vino!
-La compré por ti, sé que los del sur nacen con una botella de vino debajo del brazo.
-Créeme que acertaste.
-Te brillaron los ojos como a un niño, cuando viste la botella.
-Yo soy un niño.

Conforme comían, y bebían, el uno no paraba de hablar. Contó los pormenores de su viaje, de las conexiones que hizo, de que discutió con el personal de tierra y luego con una aeromoza y con un policía. El otro solamente escuchaba atentamente y agregaba algunas cosas o preguntaba otras tantas; sonreía, sonreía de por fin poder escucharle. El uno hablaba. El otro sonreía. El uno hablaba. El otro sonreía.

-¿Nunca te callas?
-¿Acaso te molesta?- agregó el uno algo ofendido.
-¡En absoluto!
-¿Entonces?
-Es que me parece asombroso que tengas tantas anécdotas de un vuelo.
-No sé si es que a mí me pasan demasiadas cosas o es que yo veo las situaciones de manera especial.
-Independientemente de lo que sea, tienes una vida privilegiada.
-Eso es cierto, estoy aquí contigo. Eso me hace, por demás, privilegiado.
-Cállate.
-Cállame- respondió violentamente, esperando que el otro captara la indirecta.

La indirecta fue bien comprendida y el otro se le abalanzó encima del uno, obligándole a dejarse sumergir en un profundo beso. El uno respondió rápidamente y permitió la entrada del otro, sentía aún el sabor a vino en su boca, él amaba sentir el alcohol en el aliento del otro. El otro, un poco abrumado por el impulso del uno, se sintió satisfecho con esa respuesta. El uno besaba violenta y apasionadamente, con fuerza y sin un ápice de pena.

-¿Suficiente?
-Jamás será suficiente. Pero estuvo bien, para ser el comienzo.
-¿Solo bien?
-Me refería, Miha, a que eso fue solo la punta del iceberg. O, al menos, eso espero.
-Tú sí sabes qué cosas esperar de la vida, Luca.

Y así, el uno pronunció por primera vez el nombre del otro y el otro pronunció por primera vez el nombre del uno. Aunque pueda sonar tonto, esto siempre había sido una especie de tabú entre ellos, porque ambos se burlaban de la pronunciación que hacía cada uno del nombre contrario.

-¿Lo dije bien?- preguntaron al unísono.
-Yo mismo no lo habría dicho mejor- mintió Luca.
-A ti en cambio, te falta un poco de práctica.
-¡Joder!
-Tranquilo. Tendré tiempo de enseñarte mi lengua…
-Sí. Justo en eso estaba pensando.

El uno se separó, bruscamente, del otro y empezó a detallar el apartamento; lo observaba todo y lo tocaba todo. A él le gustaba conocer las cosas con todos los sentidos; siempre pensó que los ojos a veces engañan. El otro se limitaba a observar a Luca, sonriendo, pues parecía que el uno pretendía averiguarle la vida entera a través de sus pertenencias.

-¿Te diviertes?
-Oh, sí, ¡muchísimo! Husmear es uno de mis pasatiempos favoritos. Soy la persona más curiosa del mundo. Eso muchas veces me trae problemas.
-¿Y no te conformas con, simplemente, verlo todo con los ojos?
-No. Eso es una pérdida de tiempo. Los ojos no siempre muestran lo esencial.
-Por eso me agrada que estés acá. En persona eres mucho mejor.
-Me sonrojaré.
-Con ese tono de piel, de verdad dudo que se note. En cambio yo…
-Amo tu tono de piel. Me muero por verla arder.

Decidieron descansar un rato, sentados en el sofá, frente al televisor. Miha cometió el grave error de permitirle a Luca usar el control remoto. Como era de esperarse, no dejó ningún canal por más de cinco segundos, hasta que quince minutos más tarde, cayó en un profundo sueño, apoyado en el pecho de Miha. Se veía apacible, tranquilo como no lo había estado desde que llegó. El otro se dedicó a acariciar sus cabellos y aunque no tenía nada de sueño, no se movió de su lugar por miedo a que el uno despertara; pasó horas viéndolo y acariciando su nariz y cabellos, como si fuera un bebé.

Luca en realidad no dormía, al menos no durante la primera media hora que estuvo acostado en el pecho de Miha; solo fingía dormir, porque le daba algo de pena lanzársele encima tan rápido, pero había aprendido que no hay nada que conmueva más a una persona, que verlo a él durmiendo. Quizás porque se aliviaban que por fin se había callado y dejado de moverse o, quizás, porque de verdad producía ternura verlo dormir. Eso importaba poco, en realidad, el punto era que podía fingir que caía dormido, fácilmente y así recostarse en su pecho. Sea como fuere, al rato de estar fingiendo, cuando el otro empezó a acariciar su nariz, no pudo resistir más y cayó en un profundo sueño, del cual despertó dos horas más tarde y apenado hasta morir, porque había babeado la franela de Miha. Este le dijo que no importaba y reía tiernamente, mientras Luca le pedía disculpas apenado y con el rostro muy rojo. Miha le dijo que se quedara tranquilo, pero que se quitara de encima porque tenía horas sin ir al baño y su vejiga iba a estallar.

En el camino al baño, Miha tropezó dos veces con las cosas de Luca, a quien parecía no importarle.

-Acabas de llegar y ya tienes mi apartamento vuelto un desastre.
-Y lo que te falta, pequeño. Te dije que era muy desordenado- dijo riendo.

A lo que el otro entró en el baño, el uno empezó a recoger todo su equipaje y ordenarlo en una esquina de la sala; afortunadamente encontró otra botella de vino y se tomó la molestia de abrirla y servir dos copas.

-¡A tu salud, Miha!
-Querrás decir, a NUESTRA salud, Luca.

Mientras disfrutaban la botella de vino, hubo más besos y caricias y abrazos y palabras bonitas. Se sentían simplemente felices de estar en compañía del otro. Besos, más profundos; caricias, más fuertes; abrazos, más dominantes. Ya la boca no era el único lugar que encontraron para besar. Todo lo que la ropa no cubría se había convertido en dos pares de jugosos labios. Sudaban. El sudor olía a pasión y deseo. Hasta que la tentación fue demasiado grande y el uno arrancó la franela del otro…

Continuará.

domingo, 17 de enero de 2010

Conversaciones con un cigarrillo

-Te estoy matando. Lo sabes, ¿no?- dice el cigarrillo lentamente, mientras el humo que sale de él crea figuras informas en el aire.
-Lo sé- responde el joven interlocutor reparando poco en que es un cigarro quien le habla.
-¿Y es que acaso no te importa?
- Como escuché una vez: “La vida no es más que un largo suicido.” Aunque puede que a veces no sea ni tan largo.
-Esa es, sin ánimos de ofender, una manera bastante mediocre de ver la vida.
-Tus palabras no me ofenden. Hay veces que la vida no deja espacio más que para la mediocridad.
-¿Sabiduría callejera?
-Ay, ¡cállate!- espetó el joven, empezando a alterarse-. Los cigarros no hablan. Tú como que estás aliñado. Ya sabía yo que esa vieja del abasto tenía malas mañas.
-Claro, échale la culpa a la pobre vieja. Yo bien sé que a veces escondes en mi caja a individuos hechos a mano, generalmente por ti, y no son de tabaco precisamente.
-Ellos me ayudan a pensar.
-No hay nada más mediocre que alguien que alguien que consume sustancias que “le ayudan” a pensar, porque se subestima demasiado como para intentarlo sobrio.
-Lo que me faltaba: ¡un cigarrillo que además de parlanchín es un filósofo consumado! ¡Habráse visto!
-¿Por qué fumas?
-Para darle un propósito a tu vida, quizás.
-Ah, ¡pero qué altruista!
-Baja la voz.
-¿Estás tan loco que discutes hasta conmigo, un cigarrillo? Con razón tus amigos ya no te soportan.
-Los cigarros no se supone que hablen. ¡Haz silencio!
-Si no hablamos, ¿por qué me respondes?
- Porque estás hablando.
-Entonces, querido amigo, te contradices.
-No es que te vayan a dar un Premio Nobel de ciencia por descubrir que me contradigo: soy humano.
-Claro. Ese es el problema de vosotros, los humanos: intentáis explicar vuestra estupidez poniendo como argumento la propia condición de humanos.
-Te pareces a una amiga que es activista en pro de los animales.
-Soy un cigarrillo, no me importan los animales.
-Entonces, cállate- propone el joven expulsando una bocanada de humo hacia el frío viento que sopla desde el este.
- ¿Te molesto?
-Bastante, sí.
-Es porque estás loco. Un cuerdo no me escucharía.
- De loco todos tenemos algo.
-Un loco moribundo, eso es lo que eres. Con cada inhalación de mi contenido mueres un poco, te restas un día de vida.
-¡Que moriremos todos! Ya sea de cáncer o arrollados por un camión. Moriremos. La vida, gracias a quien sea, no es eterna. Lo único inevitable y seguro es la muerte.
- De seguir así, tu muerte cabalga cerca.
-También la tuya, hace ya cuatro minutos que te encendí. Si mis cálculos no fallan, lo cual es poco probable, dentro de tres minutos no serás más que otra colilla en la grama.
- Tú un cadáver bajo tierra o un montón de cenizas lanzadas al viento y que la gente olvidará después de poco tiempo.
-Claro, porque de seguro tu madre te echará de menos cada día de su vida. Al igual que tus diecinueve compañeros de cajetilla, ¿no?
-Eres la persona más terca que existe.
-Me temo que para defenderme de eso no me queda de otra que refugiarme en mi condición de humano, una vez más.
-Tan predecible. Si en algo eres bueno, es en eso de ser humano.
-Al menos no soy un completo desgraciado sin talentos.
-Ves, es justamente eso lo que da tristeza: como tú hay muchos, jóvenes talentosos, que se aferran a cosas innecesarias como las drogas.
-Mira, para que me regañen están mis padres y todo el resto del mundo que considera que todo lo que hago está mal. De verdad, limítate a ser fumado y cállate.
-Te preguntaré una vez más, ¿por qué fumas?
-Coño, ¡ya basta! Fumo porque me viene en gana. No le hago daño a nadie más que a mí mismo fumando. No entiendo por qué la gente se hace tanto rollo mental por eso.
-¿Y qué hay de los fumadores pasivos?
-Si a alguien le molesta el humo, que se aleje de mí o que me pida educadamente que me aparte. No es que sea la única faceta de sus vidas en la que muestran un comportamiento pasivo. La pasividad es el cáncer de la sociedad.
- ¿Y qué hay de la capa de ozono?
-Pues conozco a unas cuantas doñas que le hacen más daño a la capa de ozono cada vez que se peinan, de lo que podría yo jamás hacerlo con mis veinte cigarrillos diarios.
-Eres terco.
-Eres una ladilla.
-Te prometo que si logras crear una comparación entre tu vida y la mía, que tenga algo de coherencia, dejaré de atormentar tu mente.
-Pues muy fácil: Verás, tu vida es muy sencilla. Al “nacer” estas completo, puro, con todas tus partes. Tú en realidad eres indefenso, pero estás hecho de un contenido nocivo. Una vez que algún bastardo inescrupuloso te enciende, empieza a despojarte de tu contenido nocivo y se aprovecha de él, es decir te usa. Te consume hasta que no eres más que un pedacito de filtro arrugado y maloliente, se deshace de ti y al poco tiempo va a por otro.
-Sí, esa es nuestra vida, pero ¿qué hay de la vuestra, los humanos?
-Es exactamente lo mismo: cuando nacemos estamos completos, puros, generamos hasta ternura, con ese conjunto de elementos que nos compone. Somos indefensos hasta que descubrimos el componente nocivo que contemos, la maldad. Conforme vamos creciendo, las personas a quienes encargamos nuestra “educación” van moldeando, o al menos lo intentan, nuestra maldad de manera que se convierta en algo productivo. Porque no hay nada más humano que la maldad y el que quieran moldearla a su gusto.
-Y, ¿entonces?
-Bueno, cigarrillo bruto, que después de cierto tiempo de gente aprovechándose de tu maldad interna te vas desgastando, cada día un poco más; hasta que no eres más que una colilla, fea, desgastada, inútil. Te desechan y buscan otro humano a quien intentar modificar. ¿Y tú? Un cadáver olvidado bajo tierra, como los cientos de colillas que quedan olvidadas en la grama.
-Triste, pero cierto.
-Nadie dijo que la verdad tenía como premisa el ser agradable.
-Si. Supongo que tienes razón, humano terco.
-Bueno, cigarrillo impertinente, es hora de que me dejes en paz. Aspiraré una última vez de tu nocividad y me dejarás en paz, ¿correcto?
-Así es, humano. Pues, que te vaya bien.
-Igual a ti- se despidió el joven justo antes de introducir el ya muy pequeño cigarrillo, darle una última aspirada, botar el humo hacia la noche poco estrellada y lanzar la colilla al suelo. Pisándola más de una vez, por si las dudas.

Au revoir, terrícolas.

L' Angelček .

jueves, 14 de enero de 2010

Resoluciones (mentiras) para el 2010

Todo el mundo el 31 de diciembre llora, se atraganta de uvas, de arvejas, de champagne, de hallacas y especialmente todo el mundo pide deseos. Sí, hasta yo pedí deseos.

Las festividades de año nuevo las pasé en una casa en el trasero del mundo a la izquiera, con frío, lejos de mi familia, pero agradablemente a gusto. Vi cómo la hermana menor de una querida amiga paseaba con una maleta, se atragantaba de uvas, saltaba un silla, se pasaba un cordón amarillo de forma perpendicular a la cabeza y le rezaba a un San Antonio de Padua volteado (Ok, exageré un poco), pero el punto es que verla a ella tan concentrada en su vaina me hizo pensar “Nada pierdo con intentar.”

Así que aquí van mis deseos y resoluciones (mentiras) para el año nuevo:

1. Pasaré Sociología General con el queridísimo profesor Francisco Coello. (JAJAJAJAJAJAJA qué iluso soy).
2. Dejaré de fumar (Pero de mentir no).
3. Empezaré a dejar de ser tan impaciente e intolerante (dejaré de ser Angelo, yeah sure).
4. Comeré sanamente (¡mojón!)
5. Reduciré mi cuota de Karma.
6. Estudiaré a tiempo (Claro, claro, sí).
7. No me iré de boca con la gente ( De verdad debería trabajar en esto)
8. Conseguiré a alguien con un coeficiente intelectual más elevado que el de una papa para tener una relación estable y sana (Sería genial, de hecho).
9. Sentiré más cariño por mi patria (umjú).
10. No le daré tanta importancia al sexo (Ay, cada día me pongo más y más chistoso).
11. No tendré ganas de matar gente (Imposible, vivo en Venezuela).
12. Y lo más importante de todo: Haré ejercicio.

Listo, una mentira.. digo, una resolución para cada mes del año.

Felijaño, terrícolas. Espero que el 2010……. Bah, lo único que espero es que no sea tan malo como el 2009.

PD: ¡Bazzinga!
PD2: Disculpen la tardanza en publicar esto, Coellito me tenía ocupado.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Día carpichoso

Hoy es uno de esos días en los que quiero dejar el vago estar y empezar a ser. Quiero dejar todo lo malo a un lado y por, al menos, un día olvidarme de todo y evitar el dolor.

Hoy quiero salirme ruidosamente de esta absurda clase y hacerle entender al profesor que simplemente es un frustrado; acostarme en la grama y ver las nubes mientras mi espalda yace en la fría hierba.

Hoy sería el día perfecto para que el cielo estalle en lágrimas de dulce lluvia; para correr bajo las frías gotas en su compañía y darle un beso húmedo; para que al detenernos por el cansancio sean nuestro temblor corporal y nuestros pezones duros el único indicio del frío que nos invade.

Quiero, hoy, dejar de contar anécdotas a un ordenador verdaderamente vacío y poder contarlas a una persona de carne y hueso: Carlucho. Mientras disfrutamos de una copa de vino y dejar que la charla siga por horas y horas hasta que nuestros cerebros trabajen con mucha menos velocidad y perdamos el conocimiento en un estado de dulce ebriedad… Como cuando estábamos en el colegio. Quiero poder hablar con él, Carlos, en persona y agradecerle por estar siempre conmigo, aún en la distancia.

Quiero olvidarme del teléfono móvil y el acoso que conlleva ser el propietario de uno; tirarlo en una fuente y no pensar en que voy tarde a algún lugar y en las llamadas de la gente quejándose por mi irresponsabilidad.

Suena hasta tentadora la idea de que viésemos una película juntos, con el único fin de así tener una excusa tonta para quedarme profundamente dormido en el calor de su pecho.

Quiero volar en un globo de colores, que haga contraste y dé un punto de alegría al cielo de color gris de estos días lluviosos; ver a mis compañeros terrícolas muy abajo, caminando apresuradamente y del tamaño de pequeñas hormigas; todo esto mientras charlo tranquilamente con Déborah y nos reímos del mundo.

Quiero hoy visitarla en su estrella, escuchar su voz y sentir su extinto calor corporal; percibir su aroma y acariciar su cabello de recién nacida; pelear con ella por alguna razón sin importancia, solo por el placer de ver sus expresiones alteradas; verme en sus ojos y usarlos como espejo, un espejo que me devuelve una sonrisa sin boca. Quiero abrazarla, mientras me regaña con alguno de sus prejuicios; quiero estar con ella por un largo rato y hacer caso omiso del leve sonido de las manecillas de su reloj de pulsera, que marcan el tiempo y me avisan que se está acabando.

Quiero volver a la tierra y sentir su estrella latente en mi pecho.

Quiero reír, quiero volar; quiero sentir, quiero llorar; quiero correr, quiero saltar, quiero sentir que mi cuerpo tiene vida y que las venas de mis sienes están apunto de explotar.

Quiero recorrer un gran trayecto a una velocidad vertiginosa en mi vehículo, mientras coreo alguna de las miles de canciones que me sé a medias, mientras el viento que entra por la ventanilla eriza mis vellos y despeina el cabello de mi acompañante.

Quiero ver a Helena perseguir mariposas azules, coreografeando sus pasos con el sonido de J’y suis jamias allé de Yann Tiersen.

Quiero caer en el pecado de estar con su cuerpo, el de la persona que ni siquiera conozco, y así despertar al día siguiente a su lado en una cama deshecha.

Quiero pelear con Javi por un buen rato, para luego dejarlo todo, porque más vale para mí el corazón que bien esconde que las necedades de las cuales hace alarde.

Quiero hacerle ojitos a Jatnna para convencerla de que complazca alguno de mis tontos caprichos.

Quiero reír histéricamente y que se me salgan las lágrimas por ello.

Quiero historias del millón de primos de Gabriela, mientras Carmela me lanza sonrisas de cómplice.

Quiero hacerle la música de fondo a la voz de Bárbara.

Hoy quiero tantas cosas que…. Al carajo, yo me devuelvo a su estrella.


Au revoir, terrícolas.

L’ Angelček

domingo, 8 de noviembre de 2009

Sofía, la doña de sociedad

Camina pausadamente por las espaciosas áreas de su casa, ubicada en el este de la ciudad. Sofía está siempre vestida de punta en blanco, aunque no planee si quiere salir de las muchas paredes y pasillos que conforman lo que algún día ella llamó hogar. Hoy no es más que su costosa prisión, con pisos de mármol de Carrara.

Nació hace ya casi setenta años, en el seno de una familia con mucho apellido y poco capital. Sin embargo, sus padres se encargaron de darle la educación necesaria para que aprendiese a comportarse como una dama y pudiese conseguir un hombre de bien.

Esto al parecer resultó, pues mientras estudiaba Educación, a los veinte años, conoció en una cita, arreglada por su familia, a un hombre quince años mayor. Era un tipo educado, empresario, de buena familia, poco agraciado físicamente y con pocos temas de conversación. Sofía no se sentía atraída por él, pero fue más poderosa la insistencia de su familia que su criterio propio. Alfonso fue paciente y espero a que Sofía culminase sus estudios universitarios para desposarla.

Sofía nunca tuvo que trabajar. Sus manos son bonitas e inútiles: nunca aprendieron a hacer ni la más simple de las tareas domésticas. Alfonso le proporcionó una vida de muchas comodidades.

Sofía, en sus años mozos, conoció el mundo y sus distintas culturas. Viajó y compró ropa en tiendas costosas, disfrutó con sus familiares y amigos, tomó muchas fotos. Hoy en día, camina por galerías enteras llenas de esas fotos, que son su única compañía, son quienes le recuerdan que en algún momento estaba acompañada y también la hacen ver lo miserable que se siente en su soledad. Su única compañía es la chica que limpia y cocina.

Sus hijos ya están casados y viven todos fuera del país. Su esposo murió de cáncer de colon hace ya cinco años. No hay día en el que Sofía no eche de menos a Alfonso, a quien sinceramente nunca amó, pero a quien definitivamente se acostumbró. Hoy extraña su olor y su tono de voz; la forma en que comía y luego encendía su pipa; y la juventud en la cual ambos disfrutaron de su extinta virilidad.

Sofía vive entre fantasmas y voces que salen de gargantas invisibles. La atormentan y han logrado que Sofía haya perdido el antiguo brillo de sus negros ojos. Sin embargo, ella no pierde jamás la clase ni la distinción, aunque la esperanza y el interés los haya perdido hace tiempo. Sofía es una dama elegante, hasta en su agobiante desolación. Naturalmente, cuando sale con las pocas amigas que le quedan, a tomar algo en algún café, se arregla aún más, porque no quiere que las conversaciones de las doñas de El Cafetal versen sobre su descuidado aspecto.

Sofía goza de una salud de la que hace alarde frente a sus amigas coetáneas, que empiezan a deteriorarse; pero que maldice en secreto. Espera en silencio que la muerte la visite un día no muy lejano, para no tener que levantarse otro día de sus suntuosos aposentos y sonreírle falsamente a la élite caraqueña.

Sofía siente que su vida carece de sentido, ya no busca nada, y como bien leyó una vez “Una vida sin búsqueda no merece la pena de ser vivida”. Sofía no sabe ni siquiera si cree en el Dios que sus padres le enseñaron a respetar y adorar, pero de todas maneras le ruega todas las noches que se apiade de ella y se la lleve de su monótona vida terrenal.

L’Angelček

martes, 13 de octubre de 2009

Pena de muerte frutal





Ella es la naranja, que yace postrada ahí, en la cesta de frutas del mesón. Esta cesta representa para ella algo muy parecido a lo que representa la silla eléctrica para un condenado, pues sabe que de un momento a otro será devorada y su existencia habrá finalizado abruptamente.
Ella, la naranja, resalta de forma descarada y tentadora, debido a su brillante color y su forma sensualmente redonda, de sus otros sosos y pálidos compañeros de cesta: el señor níspero y La Orden de las Hermanas Uvas de la Consagración. Ella sabe que su belleza táctil, pues es más agradable al tacto que la rugosa guanábana; su llamativo color, mucho más brillante que el trillado rojo de la pecadora manzana; y su desenfadadamente ácido y a la vez dulce sabor, hacen de ella la presa más fácil del bastardo humano, quien planea tener una saludable merienda a eso de las tres de la tarde.

La naranja espera en un amargo silencio, maldiciendo al creador por haberla hecho tan brillante, suave, redondeada, dulce y llena de vitamina C, que venga aquel vil hombre a despojarla de su lustrosa piel y la devore sin compasión alguna.




Au revoir, terrícolas.


L'Angelček


PD: Me arriesgo a afirmar que esto es lo más inverísimil que he escrito jamás. Gracias a Bahamonde y sus descripciones extrañas.