lunes, 19 de abril de 2010

La historia del uno y del otro. Segunda parte


“Should not the giver be thankful that the receiver received? Is not giving a need? Is not receiving, mercy?”

Friedrich Nietzsche

Su cuerpo emanaba un calor asombroso. Los besos que daba eran húmedos y cálidos; eran fuertes y precisos. Parecía saber con precisión cómo besar, dónde besar y cuando hacerlo.

Su cuerpo temblaba y se estremecía con cada beso y caricia que el otro le daba y hacía. Sudaba un poco y parecía un lobo domado: estaba a merced de Miha y, en principio, le costó hacerle frente, puesto que cada beso le debilitaba y le hacía perder el control. Pero no sería fácil. Él estaba acostumbrado a llevar el mando en todo, hasta haciendo el amor. Logró aplicar algo de fuerza y se hizo con los botones de la camisa del otro y, como siempre había sido torpe, en vez de desabotonar la camisa, la rasgó. El pequeño “crack” de la tela cediendo a su fuerza le hizo perder un poco más la cordura. Se sentía embriagado, aunque no había tomado más de una copa de vino.

Sintió cómo su camisa de algodón se rompía, halada por las manos del uno. Aunque era su favorita, no le dio importancia. La ropa le molestaba. Ya tendría tiempo de encontrar otra camisa favorita.

Terminó de arrancar la molesta camisa y empezó a deshacerse de la suya propia. El cuerpo del otro era una brasa ardiendo. Sentía que le quemaba, sentía que con cada abrazo le abrasaba el cuerpo.

Él se aprovechó de su estatura, medianamente superior, para besar la cabeza del otro y embriagarse con su aroma. Olía a perfume, con cosméticos masculinos y algo de sudor. Sudor que producía él mismo.

Él se aprovechó de su estatura, medianamente inferior, para atacar con sus labios el cuello largo del otro. Tenía un aroma muy particular, uno que él no había sentido jamás. No supo cómo definirlo o dividirlo en partes únicas; pero era un aroma que cautivaba y no perdía intensidad con el tiempo. Su cuello tenía un sabor salobre, por el sudor; y amargo, por el uso de algún perfume. Sentía la zona de las amígdalas latir y se dio cuenta de que había un lugar en específico que le hacía debilitarse. ¡Eureka! Había dado con lo que buscaba su curiosa lengua: el punto a través del cual podía dominarle. Era suyo. O, al menos, logró controlarlo por unos instantes.

Luca se sintió dominado por Miha, una vez más, pues había dado con su zona erógena por excelencia. Le hacía sentir débil, sumiso. Pero era hora de jugar sucio: recobró la compostura, sacó fuerzas y empujó al otro, de modo que éste cayó en el suelo con un fuerte golpe y se le abalanzó encima, violentamente. Por unos segundos se sintió culpable por haberle proporcionado, indirectamente, semejante golpe, pero no había tiempo para cortesías. Eso era guerra. Dos titanes intentando, de una u otra manera, dominarse.

Miha se sorprendió con aquella embestida del uno, y quedó un poco atontado por el golpe, pero ya no aguantaba más y decidió dejarse llevar. El uno parecía una bestía sedienta y él se sabía su presa. En los ojos del uno había fuego. Ya no podía detenerle, le había dado rienda suelta a la locura.

De un momento a otro ya no había ropa en sus cuerpos. Una cadena plateada, de la cual colgaba un amuleto plateado también, era la única prenda que cubría el cuerpo del uno; el cuerpo del otro no lo cubrían más que sus propias pecas y las manos de Luca.

Miha decidió, por fin, darle la espalda a Luca, si sabes lo que quiero decir. Ya no había vencidos, sólo había dos vencedores. De una u otra manera iban quedar satisfechos, los dos.

Lo que en un momento fue un dolor lacerante, al cabo de unos minutos se convirtió en una inmensa fuente de placer.

Lo que en un momento fue ser lo más delicado y lento posible, al cabo de unos minutos, se convirtió en llegar a velocidades no antes conocidas para él.

Ambos se habían topado con su igual. Nunca habían estado con semejante bestia, tan parecidas a cada uno de ellos mismos.

Luego de embestir una y otra vez el uno contra el otro y de dejar al Kama Sutra corto, el acto culminó con un suave gemido, por parte del uno y un leve grito, por parte del otro. Estaban ambos sudados y con caras de tontos.

Se quedaron un rato en silencio, acariciándose lentamente. Y luego decidieron por fin ir a la cama. ¿Qué hora era? Poco importa. Ya no había sol y la luna estaba tapada por densas nubes.

Esta vez fue Miha quien se quedó dormido en el pecho de Luca, sin babearle. Luca pasó largas horas acariciando sus cabellos y besando su frente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Dios Que bello................ T-Amo..

Dan G-V dijo...

Ne.ne eres lo máximo... me encanta como escribe.. te quiero :D

Dan G-V dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.