jueves, 30 de septiembre de 2010

Sueño otoñal




¿Sabes cuando tienes esa sensación de despertar en un lugar diferente al cual te dormiste? Sí, supuse que también te ha pasado, que no sólo a mí me sucedió.

Bueno, el punto es que aunque generalmente despierto desorientado, por mis malos hábitos de sueño; hace unos días caí en los brazos de Morfeo en mi lugar de costumbre, en Inglaterra, y poco más de dos horas luego, un frío intenso me despertó: no estaba en mi cama, bueno siendo sincero, no estaba ni siquiera en una cama o al menos en una habitación; estaba curiosamente de pie, al aire libre. Vestía unos pantalones raídos y una franela blanca, me tocaba con un pasamontañas que cubría mis orejas. Sí, en mis sueños soy un narrador omnisciente: puedo verme como a un personaje externo, pero sé qué pienso y siento.

Hacía mucho frío. ¿Por qué coñas quien me dejó ahí tirado me puso pasamontañas y no una chaqueta también? Maldito. Pero, al mismo tiempo, me pregunto por qué le doy más importancia al hecho de que me hayan dejado tirado en medio de la nada sin chaqueta, al hecho de que… ¡Me dejaron tirado en medio de la nada, con o sin chaqueta!

Sí, probablemente a ti también te cuesta darle prioridad a tus preocupaciones, como a mí.
Decido que no puedo hacer más que caminar, a ver si, al menos, consigo a alguien que me diga dónde estoy.

El sendero es estrecho y el paisaje es diferente al cual estoy ya un poco acostumbrado. No parece una zona muy urbana.
Sí, estoy seguro de que ya no estoy en Inglaterra.

A lo lejos, veo una cabaña y camino hacia ella; por el humo que sale de la chimenea, me atrevo a pensar que hay gente dentro.

-Oh, llegas a tiempo. Me habían dicho que eres un joven anormalmente puntual- quien me hablaba era un chico, de mi edad o quizás menor… o mayor, no importa; era negro, de piel muy oscura y su acento era difícil de localizar; parecía caribeño y tenía cabellos largos y rizados.
-¿Me esperabas?- mi expresión era difícil de descifrar, estaba entre el asombro y el alivio.
-Oh, sí. Bueno, yo no tanto, pero hay alguien que arde en deseos por verte y hablar contigo.
-¿Quién?
-Ah, ya verás. Tendrás que buscarle.
-¿Acá?
-Sí, en este país, mas no en este preciso lugar. Tendrás que salir y caminar. Será bueno, el paisaje es bonito. Me dijeron que seguro resultaría de tu agrado.
-A propósito, ¿dónde estamos?
-Pues, en algún lugar del mundo.
-Eso es más que obvio… y tu ambigüedad más que molesta.
-Calma. Controla lo que dices. Mira, mejor sal ya, no querrás dañar tu fama de reloj suizo.
-¡Pero si ni siquiera sé dónde estoy!
-Tranquilo, deja que tu instinto guíe tus pasos.
-¿Tienes una chaqueta que pueda tomar prestada? Hace mucho frío.
-Sí, toma- dijo el individuo, alargándome una chaqueta bastante delgada.- No la mires con tanto desprecio. Será suficiente. ¿Eres siempre tan desconfiado?
-Sí, no confío ni en mi propia sombra.
-¿Por qué?
-Pues, porque tiendo a pensar que todo el mundo es como yo y eso es razón suficiente para desconfiar.
-¿También eres siempre tan sincero?
-No. Soy un gran mentiroso.
-Eres el ser más raro que conozco.
-Tampoco es que me conozcas mucho.
-Lamentablemente hoy no será la ocasión. EL tiempo apremia y te esperan. ¡Ve!
-Bueno, hasta luego. Gracias.
-Adiós… por cierto, estamos en Finlandia, en una zona fronteriza.
-¿Frontera con Rusia o con Noruega?
-Con las dos. Un punto muy exacto.
-¡Vaya! Bueno, adiós.

El camino, luego de unos diez minutos de andar parecía menos estrecho y se abría paso a través de una pequeña ciudad. Había algo de nieve en el suelo y en la parte más alta de los árboles. El lugar estaba bañado por una luz pálidamente brillante, más que invierno, era un otoño con nieve.

No estaba seguro de cuál era la fecha del calendario, pero los colores naranja y amarillo de las hojas de los árboles me recordaban dos cosas: a mi país y a que se acercaba, si no había pasado ya, mi cumpleaños número veintiuno. “¡Qué viejo estoy!” pensé.

Mis pies parecían tener vida propia, me guiaban con paso seguro por un camino que no conocían; no me dejaban detenerme a detallar los edificios o las caras de quienes encontraba en el camino.

Lamenté no tener una cámara fotográfica conmigo, hubiera tomado muchas fotos, pues la ciudad era hermosa. Al mismo tiempo pensé que mis pies no me lo permitirían, así que dejé de lamentarme y me dediqué solo a andar.

Caminé, muchos metros, kilómetros quizás, mas nunca me sentí cansado; probablemente por la intriga de quién querría verme en Finlandia. Las dos personas que tenía en mente se me antojaban una más imposible que la otra.

Llegué a un edificio, grande. En el interior era completamente blanco, tan blanco que mareaba y estaba inmaculadamente limpio. Por las personas que ahí se encontraban y se movían de un lado a otro sin prestarme atención alguna, entendí que me encontraba en un hospital. Al parecer los hospitales tienen todos el mismo aspecto, en cualquier lugar del mundo. Todos tienen ese sentimiento apesumbrado, esas caras preocupadas y ese olor a melancolía.

¿Por qué un hospital? Pasé mucho tiempo de mi adolescencia en hospitales y lugares por el estilo. Los odio, porque traen malos recuerdos. Traen tristeza.

Sea como fuere, este hospital tenía algo que no recordaba en otros que hubiera estado antes, tenía esa luz extrañamente pálida y brillante a la vez, la misma que tenía la ciudad, era una luz que reconfortaba la piel de quien tenía frío, mas no cegaba los ojos de quien estaba desprotegido.
Terminé, de repente, en un jardín, amplio, de pasto muy verde y arboles de hojas amarillas, otra vez. A simple vista, no parecía que hubiera nadie en el jardín, pero a lo lejos, en una mesa sentada, de espaldas a mí, se encontraba sentada quien supe de inmediato era quien me esperaba.
-Impecablemente a tiempo, Angelino.
-Hay malos hábitos que se heredan, ¿no?
-¿Piensas que es un mal hábito?
-De vez en cuando. Es extraño. No sé si entiendas.
-No esperaba que tu rostro luciera tan bien, aunque tienes largas ojeras y tu gorro es chistoso.
-El exterior sabe mentir.
-Lo sé, mas estás maldito con unos ojos delatores.
-En cuanto al gorro, no es que haya tenido mucha elección.
-Sí, tus ojos hablan solos, aunque te encante evadirme.
-Tú también luces muy bien. Te ves más viva que la última vez que te vi.
-Bueno, el cuerpo humano es un jodido vegetal. Yo ya estaba podrida, pero quien de alma está vivo, el cuerpo no le es más que un vehículo.
-Sabia acotación.
-Entonces, ¿cómo estás?
-Pues, bien.
-Entonces, ¿cómo estás?
-¿Es que te has vuelto loca? Eso ya lo preguntaste y lo respondí.
-Angelino, ¿ves la puerta de tu habitación por acá?
-No.
-Entonces, sabes, de antemano, que hoy no puedes evadirme, como solías hacer en tu juventud: respondiendo monosílabos y encerrándote, más que en tu habitación, en tu testaruda cabeza.
-Pero si ya te he dicho, estoy bien.
-¿Comes tres veces al día, balanceado?
-Vivo en Inglaterra, no me pidas milagros.
-¿Vas al trabajo a diario y no llamas enfermo una vez a la semana?
-Sí, voy a diario y no llamo enfermo, nunca… bueno, casi nunca.
-¿Y estás tranquilo de mente?
-Eso, me temo, que solo sucederá cuando muera.
-No te creas. Ya yo pasé por eso y mírame aquí, sigo preocupada por cómo te va en tu nueva vida de extranjero.
-Bueno, viviré una eternidad de estrés.
-Tampoco seas tan pesimista. ¿Por qué no estás tranquilo de mente? ¿Miedo?
-¿Miedo a qué? Creo que yéndome de mi país, dejando todas mis comodidades por la eterna emoción e incertidumbre del qué va a pasar mañana, demostré que soy una persona de pocos miedos.
-Hay alguien a quien le temes.
-¿A quién?
-No te alteres. No te estoy atacando.
-No estoy alterado.
-Toma, fuma un cigarrillo.
-No. No quiero que te afecte.
-Ay, hijo mío, ya tu humo no te afecta más que a ti. Tranquilo.
Encendí el cigarrillo que me ofrecía, sonriendo, y dejé que mientras el humo entraba en mis pulmones, sus ojos se quedaran para siempre grabados en mi memoria.
-¿Mejor?
-Sí, supongo.
-Entonces, ¿cómo te trata la soledad?
-Ella es una perra, pero siempre ha sido mi más fiel compañera.
-Porque así lo has querido.
-No creo que haya tenido elección. Ha sido siempre la misma situación que la del gorro.
-Eso es lo que tú quieres creer, para tu “bienestar”; mas generalmente eres tú el culpable.
-Yo no busco que la gente me abandone.
-Es que tú eres bien terco. Hay dos cosas que diré, préstame mucha atención. En primer lugar, tú nunca has estado solo. Tú tienes más guardaespaldas que el presidente; ahora, que no lo sepas ver es otra cosa.
-¿En serio?
-Ay, Angelino, tú vives porque aún respiras y porque hay gente que ha logrado tomarte cariño a pesar de que seas tan jodido. Porque, si me lo preguntas, tú mereces estar aún más solo; pero en el mundo sí hay bondad y comprensión. También debo admitir que has cambiado, un poco y para bien.
-¿Y qué es lo segundo?
-Pues, simplemente, que tienes que hallar un equilibrio. No todo es blanco o es negro. Puedes jugar con las matices.
-¿Podrías ser más explícita?
-¿Podrías pensar con más agudeza? Veamos. Intentaré hacerlo más claro. Al momento de relacionarte con la gente tiendes a caer en dos extremos: el primero de ellos se basa en que aunque la persona en cuestión no te agrade del todo, si logras ver algo “productivo” vas a intentar obtener algo de ella, sin dar nada, absolutamente nada de ti. Mucha gente lo ha hecho, desde el principio de los días; el punto es que tú, en su momento, lo disfrutas, te sientes bien haciéndolo, pero en la hora más oscura de la noche te atormenta y no te deja dormir. Te tortura.
-Me haces ver como un monstruo.
-En la otra mano, entonces-continuó, haciendo caso omiso de mi intervención- tenemos al Angelo que cuando ve, al menos, un ápice de una esencia diferente al resto de los humanos, es capaz de entregarlo todo, sin ni siquiera esperar un gracias a cambio.
Tú eres una ambigüedad con piernas y cabello. Es imposible definirte, porque o te mantienes tan fuerte y cerrado como una estatua de mármol o, muchas veces, te vuelves tan débil que pasas a ser una gelatina que toma la forma del molde de turno. Eso puede que no sea tan malo, mucha gente vive así, pero el problema contigo es que jamás terminas de cuajar. Apenas te has enfriado un poco, espantas o te espantan.
-Pero…
-Estoy hablando, coño.
-Lo siento.
-Has pasado por tantas cosas, que te has vuelto más fuerte y a la vez más manipulador. Es increíble la cantidad de cosas que puedes llegar a hacer con tal de lograr lo que quieres. No tienes límites, más que físicos, porque tu mente va como un vehículo sin frenos en una pendiente fuerte. El problema es el golpe final, porque no todo el mundo es tan estúpido como crees. Aunque sí debo admitir que has tenido tus épocas en las que has estado rodeado de estúpidos, gente que solo inflaba tu ego, pero deprimían tu agudeza.
-O sea, que soy un monstruo, medio huevón y ególatra.
-Tampoco hay necesidad de ser tan duro contigo mismo.
-¿Puedes darme otro cigarro?
-Toma.
-Mamá, ¿qué puedo hacer? Ya estoy cansado de darme golpes.
-¿Cansado? No hijo, si apenas tienes veintiún años. Déjale el cansancio a los muertos.
-Pero…
-Por ahora, solo diré una cosa más: no te subestimes, ni te tengas miedo. Tú eres la mejor persona con quién podrías estar. Aunque entiendo tu tristeza, porque se ve que es sensata. Al parecer esta vez sí te han flechado de verdad, tienes un brillo diferente al que jamás te haya visto. Lo mejor que puede pasar es… bueno, lo que sea que pase. Y discúlpame que sea tan vanal con esas palabras.
-¿Todo se va a solucionar?
-Angelino, yo soy solo una madre que, aún después de muerta, se preocupa por ti; no soy una clarividente o bruja.
-Sí, lo sé.
-Tú mismo tienes todas las respuestas y tienes el control en tus manos. Recuerda lo que dijo tu amiga, sobre que el destino está escrito, pero a lápiz. Tú puedes modificarlo. Concéntrate y lograrás todo lo que quieras.
-Haré mi mayor esfuerzo.
-Otra cosa antes de irme: come mejor y deja el cigarro. No quiero que te me unas pronto.
-¡No, no te vayas! Quédate un poco más, por favor.
-Me encantaría, pero tú tienes una vida por delante y yo una muerte que vivir. No debemos interrumpirnos el uno al otro.
-¡Por favor! No te vayas, no me dejes solo aquí, otra vez.
-Pero si yo nunca te he dejado solo, siempre te veo; aunque hay momentos en que me hago la loca, para no mortificarme. O simplemente, cierro las persianas por unas horas, para dejarte disfrutar de eso que tanto te gusta y que has perfeccionado con el tiempo y práctica, demasiada práctica.
-¡Mamá!
-Tranquilo, prometo que jamás te he visto, ni lo haré.
-Entonces, ¿te vas?
-Ya me fui. Cuídate mucho y habla más con tu hermano. Espero no tener que verte en un buen tiempo. Adiós, Angelino.
-Adiós, mamá.
-Mira como has cambiado: ya ni das un abrazo o la mano cuando saludas o te despides. Es hasta gracioso.

Y a todas estas, nunca entendí por qué Finlandia.

Mind the gap, terrícolas.
L'Angelcek

miércoles, 18 de agosto de 2010

UK DUTY PAID



“Air Europa os da la bienvenida, en su vuelo con destino al aeropuerto de Barajas, Madrid; el cual tendrá una duración de un siglo, y medio, así que, Angelo, prepárate, papito, porque tú no tienes culo y nuestros asientos de Economy solo le resultan cómodos a Frodo Bolsón y a Jatnna. Esperamos que el vuelo sea formidable y no quieran asesinar al maricón venezolano que finge acento andaluz y trabaja como sobrecargo.”
(Después repiten el mismo mensaje en lo que los españoles llaman inglés británico, pero que suena a ruso siberiano hablado por un borracho de la plaza de San Antonio de los Altos.
El vuelo a Europa es un suplicio, una tortura china que aplican con cuentagotas durante ocho horas, y media, desde Caracas hasta Madrid. Yo, en algún momento de mi típico olvido, boté los somníferos que tenía en mi bolso de mano y pasé absolutamente todo el vuelo despierto.
En Barajas, después de presentar el pasaporte y sentir lástima por mis compañeros de viaje quienes no podían entrar por la fila de ciudadanos europeos (éramos apenas 3 personas en fila) y tuvieron que calarse la cola de venezolanos (unos 100); salí corriendo como la mamá de Bambi al salón de fumadores: vi cómo un reducido espacio de dos metros cuadrados se convertía en el paraíso terrenal y mi Marlboro rojo se convertía en la manzana de la culebrita y la historia, ustedes saben.
Yo, como me las tiro de arrecho y no tuve la delicadeza de preguntar adónde tenía que ir, ni mucho menos leer los carteles, debido a la euforia supongo, me perdí. Terminé saliéndome del aeropuerto, pero todo tuvo un final feliz: mi mejor amigo del colegio, Carlucho, me esperaba en la zona de llegadas, con su novia. Tenía años que no le veía. Jamás había estado más feliz de perderme.
Como me sucede muy a menudo, cuando la charla es amena, perdí la noción del tiempo y tuve que salir corriendo por toda la T1 de Barajas, porque tenía 20 minutos para llegar a la puerta de la cual salía mi avión. Cuando llegué a la dichosa puerta, ya la gente estaba abordando.
Finalmente, luego de mil horas de vuelos, estrés, corredera, lloradera, emoción, llegué a mi destino: London Gatwick, South Terminal. Llegué cansado, reventado, alegre, con cara de drogadicto porque acabé con el café del avión; pero llegué. Luigi me esperaba con su amigo brasileño, Ricky, y nos vinimos a Eastbourne en un minicooper (Más británico y desayuno English Breakfast).

Ahora sí, hablaré de Eastbourne, donde resido actualmente y un poco de cómo ha sido mi vida en estos dos meses que llevo viviendo en el Reino Unido.

¿Dónde estoy?
Eastbourne, East Sussex, Inglaterra, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte… y Las Malvinas. ¿Escuchaste, Kirchner? También conocido como Little Poland, Oldtown… (Más adelante entenderán)
Eastbourne es un pueblo no muy grande al sur de Londres en el condado de Sussex. Es de playa y según esta gente, es la zona más caliente de Inglaterra. Yo aún me pregunto a qué le llaman ellos caliente o si es que nunca han ido a Maracaibo. El pueblo no es muy grande, pero es bonito. Camino muchísimo, pronto tendré las piernas de Beckam, y el acento. (Claro)
Ahora, dividamos Eastbourne, e Inglaterra en general, en segmentos para su mejor comprensión y análisis de la situación.

Gentilicio:
• 60% Polacos.
• 10% vampiros otros: rusos, rumanos, húngaros y más polacos.
• 10% europeos: alemanes, italianos, españoles, gallegos, suizos, daneses…
• 10% “latinos” Aunque prefiero llamarnos suramericanos: venezolanos, colombianos, dominicanos.
• 10% Ingleses: son una especie rara y en peligro de extinción. La mayoría pasa de los 100 años de edad.

Entre los tres restaurantes que tiene mi jefe, somos dos italianos, una gallega, una eslovaca (perra), dos británicos, cinco polacas, una danesa, una húngara, un albanés, una rusa y yo que soy venezolano. Ahora creo que se unieron dos colombianas y una argentina. Lo cual agradezco porque no tengo nadie con quién HABLAR español… En fin, las naciones unidas se quedan pendejas en este pueblo. Además, mi feje es iraní y el carajo siente que debe tratarme como a un perrito y me dice “Good boy, well done”.

El grupo de quien me he hecho amigo, también el que me ha acogido, con quienes siempre salgo, vamos a la playa y acabamos los trapos, está compuesto por cuatro ingleses, un esloveno, un alemán y Luigi y yo que somos venezolanos. También tengo ahora una amiga española y me hice amigo del griego del restaurante de al lado, quien tiene una esposa que podría traficar niños haitianos en sus tetas, son la cosa más grande que jamás haya visto.

Idioma:
Polaco e inglés escoñetado por la forma en la que lo hablamos todos y cada uno de los extranjeros que aquí vivimos.
Esto del acento británico no es juego de niños, no señor. Yo aprendí inglés gringo, así a lo Dolly Parton y aquí es las dos caras de la moneda: los que hablan británico jodido y los que joden el británico. No es fácil. Pero poco a poco me he ido acostumbrando, al menos la jerga ya me la medio sé. Aunque la gente sigue riéndose de cómo pronuncio “patatoes”, “tomatoes” y “wáter”. Ah, también porque a los pantalones les llamo “pants” y eso aquí significa ropa interior. Eso sí, hay días en los que amanezco bruto y paso el día hablando como Charo, ¿La recuerdan?

Religión:
La de los polacos y la Iglesia inglesa; pero las iglesias aquí son como las discotiendas en Venezuela: tienen un fin meramente decorativo, como para que no digan que no hay, pues.

Clima:
Como dije antes, esta gente dice que estamos en la zona más caliente del Reino y yo aún no sé qué entienden ellos por caliente. Siempre tengo frío.
Apenas sale un rayito de sol ves a ese poco de ingleses empelotados por las calles tratando de coger color. Una falta de respeto, chico. (Colirio)


Edad promedio de la población:
Cuatrocientos cincuenta (450) años. En mi vida había visto tanto viejo junto, chamo. Aquí como que son todos familia de Úrsula Buendía. Al menos, es una vejez útil, no como en Venezuela que prácticamente desechamos a los ancianos o el dinero de la pensión no les da para más que las medicinas y no pueden ni salir de casa.
Es común ver a gente bastante mayor haciendo competencias de silla de ruedas por el seafront, o quién escupe la dentadura más lejos o quién aguanta más alcohol en un bar.
Un día, vi a una señora de unos ciento ochenta años, que con una mano arrastraba una especie de andadera muy común acá y con la otra “empuñaba” un cigarro, que en Venezuela tendría más esperanza de vida que ella. Fue un momento inspirador, hermoso, cargado de emociones para alguien como yo.

Vicio “Oh, dear”:
El precio de los cigarrillos en Inglaterra es un insulto, un fechoría de la reina y Cameron: 6.6 libras cada caja de Marlboro. Mas como dice el dicho “Al pueblo a que fueres, haz lo que vieres” yocompro un paquete de tabaco, filtros y papel para enrolar y listo: tengo cigarros para toda la semana y gasto muchísimo menos. O, cuando me da el verdadero bajón de nicotina prefabricada, voy a la tienda de un ruso que al sentirte el acento de extranjero te vende cigarros que trae en contrabando de su país y son mucho más baratos, porque no pagan impuesto británico. Eso me hace sentir como en Venezuela: las reglas están hechas para ver cómo las rompemos.
He aprendido las maneras más económicas de tomar, también. Aunque a veces hay que darse un lujo y pasarse por un local llamado Belgian Café, donde venden cervezas belgas de 13 grados de alcohol.
La oferta de alcohol aquí es inmensa. Hay para todos los gustos. Yo debo haber probado ya cervezas de al menos cuatro continentes. Y los ingleses son burda de cochinos y les gusta tomar Vodka con Pepsi. ¿Tú has visto?

Lugares que ya he visitado:
• Eastbourne, obviamente.
• Hastings.
• High Brooms
• Royal Tunbridge Wells (Muy sifrino)
• Brighton: es el ghetto gay de Inglaterra. Esperando a una amiga venezolana en la estación del tren vi a un tipo muy macho él, con barba y cara de culo vistiendo un vestido blanco, muy ajustado y montadísimo en unos tacones muy altos. Es una ciudad muy divertida. Es la versión grande de Eastbourne y Hastings.
• Londres: no tengo más que decir que AMO ESA CIUDAD CON PASIÓN Y LOCURA, aunque sea ridículamente costosa.

Ahora, a lo Francisco Coello, un análisis detallado de la gente:
Para quienes creían que en Inglaterra todos los ciudadanos tienen los modales de su viejestad la Reina y todos toman el té a las seis y que, además, todos hablan lindo como Hugh Grant; pues queridos lectores de mi basura intelectual, déjenme que les baje de esa nube de fantasías que crearon El diario de Bridget Jones y la profesora Minerva McGonagall en las películas de Harry Potter.
Mucha gente es bastante vasta, son en general muy escandalosos y tienen un acento recontrajodido. Dudo que algún día hable como un británico, y menos si hablar con acento me trae beneficios.
Además, hay que hacer algo raro con la lengua para crear el sonido de la “r”. Si quieren hablar británico pueden hacer lo siguiente:

Hombres: agregar el vocativo “mate” a todo y cambiar el gracias por “cheers”. Ejemplo: en vez de decir “thank you”, digan “cheers, mate.”

Mujeres: abusen de los adjetivos calificativos “lovely” y “adorable” y “gorgeous” y “beautiful” y también úsenlos en lugar de gracias. Si eres vieja, puedes también usar los vocativos “Young man” y “Young lady”. Ejemplo: En vez de decir “Thank you” digan “Lovely, Young man”.

Algo que sí te tienen los ingleses, es que son muy educados. Te dan las gracias hasta por existir. Otra cosa aún más sorprendente, es que tienen un sentimiento de culpa arrechísimo, como si le hubieran quitado Las Malvinas a Argentina (Oh, espera…) Bueno, el punto es que te piden disculpas por todo aunque hayas sido tú quién la cagó.

Experimento número 1
Pasos a seguir:
1. Venga al Reino Unido
2. Encuentre un lugar concurrido donde pueda llevar a cabo el experimento. Ejemplo: alguna calle principal, un pub, un automercado, el metro, una estación de trenes…
3. Localice a su víctima. (No importa edad, solo importa que sea británico)
4. Acérquesele sigilosamente
5. Písele un pie o empújelo sin piedad alguna.
6. Vea cómo el individuo en cuestión le pide disculpas, aunque él mismo sepa que fue tu culpa.
7. Repítalo hasta que se canse o aburra, solo porque es venezolano y ocioso, como yo, y joder la paciencia viene en nuestro código genético.

Nota: no realizar experimento con hooligans, porque puedes salir coñaseado.

Otra cosa que me divierte de aquí, es que la gente es toda mamarracha y no me siento culpable saliendo a la calle vestido como un rancho. Los que no son mamarrachos son “modernas” y entonces se hace complicado saber quién es marico y quién no.

Aunque la educación en el Reino Unido es una de las mejores, o eso dicen, hay mucha gente ignorante. Ejemplo:

De cómo Angelo casi coñasea a una compañera de trabajo inglesa

Ella: Entonces, ¿de dónde eres?
Yo: Venezuela.
Ella: Oh, ¿África?
Yo: No, maldita escoria con pasaporte. En Suramérica, querida.
Ella: ¿Y qué idioma hablan en Venezuela?
Yo: Español.
Ella: Ah, entonces eres español.
Yo: ¡No! Soy venezolano, acabo de decírtelo.
Ella: Pero hablas español…
Yo: Porque en la mayoría de los países de Suramérica se habla español.
Ella: Ah, como en Portugal y en Brasil, ¿no?
Yo: No, desperdicio de espermatozoide y óvulo, ellos hablan portugués.
Ella: Ay, ¿y cuántos idiomas existen aparte del inglés?
Yo: No sé, seguro hay más idiomas en el mundo que neuronas en tu cabeza, puta.
No es que yo sea muy nacionalista y tal, pero desde ese día ella se volvió la persona más desagradable de la existencia. O sea, Venezuela no es tan nula… tenemos a Chávez y petróleo, y a Chávez y el Miss Venezuela, y a Chávez y a mi “estupendo bronceado”, y a Chávez y a… bueno al Salto Ángel.

No somos nulos, tú eres una ignorante de mierda.

Bueno, ya, Angelo, respira… Por cierto, yo aquí nunca digo que soy italiano, sólo digo que soy venezolano, porque es como un “plus” ser suramericano, todos dicen que tenemos carisma y todos esos clichés. Uso mi segunda nacionalidad, la italiana, solo para los efectos legales y si soy sincero, ni sé dónde dejé mi pasaporte venezolano, porque para salir a rumbear también uso el pasaporte italiano, no vaya a ser que les dé por deportarme a Venezuela.

Bueno, por ahora, ha sido suficiente. Pronto volveré a publicar historias y “poemas” que es lo que mejor se me da.



Saludos desde Inglaterra y “Please, mind the gap”


lunes, 19 de julio de 2010

No estaba muerto, estoy en Inglaterra

A veces creo que en vez de escribir una historia, escribí una epifanía. Los sueños sí se hacen realidad.
Hace un mes me estaba embarcando en un viaje, que muchos calificaron de locura. Hoy, con un mes acá, siento que la locura más grande sería volver a Venezuela, al menos sin darme unos seis meses más de estadía en el Reino Unido.
He vivido tanto, en tan poco tiempo, que siento que han pasado mil décadas.
Que, ¿cuándo vuelvo? Aún ni yo mismo sabría darme esa respuesta. Creo que, por el momento, me gusta jugar a esto del extranjero.
Hay días en los que despierto y me siento desorientado: no sé dónde estoy ni cómo llegué aquí. Extraño a mi familia y extraño a mis amigos; pero como dicen "Lo que no te mata te hace más fuerte" y yo voy a por la fortaleza.
Pensé que había dejado a la musa en Maiquetía o que vagaba solitaria en los jardines de la UCAB; mas vuelve paulatinamente y poco a poco la recupero.
Mientras tenga papel y tinta y, por supuesto, mis descabelladas ideas almacenadas en la caja de Pandora que se volvió mi mente, siempre tendré una nueva historia que contar.
Saludos desde el Reino Unido.
Au revoir, terrícolas.






L'Angelcek

PD: disculpen la brevedad de palabras, pero intenté aplicar el "Menos es más". Pronto volveré, con algo más elaborado.
PD2: Lo único que me falta en la foto es un koala para parecer MÁS turista. Shame on me.

lunes, 7 de junio de 2010

La historia del uno y el otro. Final

“A veces, me pregunto si recuerdas la primera vez que nos vimos; la novedad del olor de cada uno, el sonido nuevo de mi voz en tu oído, la primera charla tímida y sin mucho sentido, sólo para romper el hielo.

Yo, de vez en cuando, recuerdo muchas cosas que hoy parecen perdidas, junto con muchas otras cosas, en mi memoria: la primera vez que nuestros ojos se encontraron y la primera vez que te hice reír por algo.

¿Recuerdas, entonces, el primer beso cálido y casi robado, el abrazo en público y el camino escapando de la lluvia?

Yo aún recuerdo el haberme dejado llevar, el responder los mensajes que me enviabas de buenos días y hasta de ser yo el primero en escribir, justo después de despertar.

Hay noches en las que me voy a la cama con la idea de mi presencia vagando en tu cabeza, cuando te cuesta conciliar el sueño.

Me pregunto si recuerdas mi tono de voz y mi forma de hablar. Yo sí recuerdo tu voz medianamente ronca y tu particular acento.

Hay días en los que el recuerdo de mi abrupto adiós me tortura, hasta la locura. Hay otros, en cambio, en los que siento que tomé la decisión correcta. Hoy, por ejemplo, no sé qué opinar de mí mismo, con respecto a eso.

En un momento, pensé que todo lo que sentía por ti escapaba de mis manos y, aunque en esa época yo me dejaba llevar por mis emociones, tuve la duda de que pudiera manejar tanto siendo tan inmaduro. Sentí miedo.

Aún recuerdo ese primer encuentro. Fue todo lo que deseé durante mucho tiempo y sin embargo, no me atreví a alargar mi alegría por más de cinco días. No tuve el coraje para decirte nada en esa nota, que no fuera una sincera disculpa y una promesa de que volverías a saber de mí, si así lo deseabas. No cumplí mi promesa, lo siento.

Después de irme, no volví a casa, pues sentía que en esos pocos días contigo y en un país extraño, había descubierto un mundo nuevo, que me prohibía volver al que ya conocía. Podría decir que cumplí uno de mis sueños: recorrer el mundo, conocer sus gentes y sus culturas; incluso descubrí un talento en mí que se mantuvo oculto por mucho tiempo. Había un solo problema: era yo solo viviéndolo todo, aunque conocí mucha gente.

Siento que relato una historia de mil años, cuando no han pasado más de diez.

Nunca me atreví a mandarte los miles de correos electrónicos que redacté, ni las miles de postales que te compré. No sabía cuál sería tu opinión sobre mí. Supongo que hoy has de odiarme, o has de haberme olvidado. Yo, en cambio, nunca permití que tu presencia abandonara mi mente.

En estos diez años, he vuelto a casa solo dos veces. La primera fue hace cinco años, la segunda fue hace un par de meses atrás. Ambas vueltas tuvieron una duración muy corta, pues el mundo que creía mío se me pinta ahora muy diferente. No me siento parte de él, me siento excluido de la sociedad que me vio nacer.

Hubo un momento, hace no mucho, en el que pensé que te había olvidado. No recordaba tu nombre, ni de dónde eras; no recordaba tu aspecto, ni tu color de cabello. Te habías perdido en mi memoria. Tu nombre no aparecía en el crepúsculo, ni tampoco en el ocaso. Hasta que, por una de esas vueltas locas del destino, aparecí en tu país. Era ese, para mí, un destino prohibido. Había jurado nunca ir allá, pero como te había olvidado, olvidé también mi promesa. Sea como fuere, por invitación de unos amigos, llegué a ese lugar que me había prohibido yo mismo.

Durante el camino, no podía todavía recordarte; me sentía extraño, como si algo hubiera escapado de mi cuerpo. De repente, llegamos a un lugar que se me hizo extrañamente familiar. Era un lugar donde había un lago, en cuyo centro había una pequeña isla, dominada por una iglesia

Caminaba por una especie de malecón y me sentí cansado, aunque dormí bien la noche anterior; así que me senté en el piso y eventualmente me eché por completo a ver el cielo.

Todo sucedió de manera muy rápida, como un golpe repentino en la cabeza: estaba el lago y su isla; la iglesia y su campanario; el cielo y sus nubes; el viento y su susurro; estaba yo, mas no estabas tú.

Fue entonces que tu presencia se apareció ante mí, mucho más fuerte que nunca antes. Ella, tu presencia, me abrazó, suavemente y tu voz me habló en secreto al oído, repitiéndome sin descanso tu nombre y nuestra corta historia.

No pude levantarme, tuve que quedarme echado en el suelo, dejando que el viento me cobijara. De mis ojos escapaban lágrimas cálidas, solo que no eran de tristeza, eran de una rara alegría y también de una melancolía que jamás había experimentado antes. Escuchaba tu voz y sentía tus manos en mi cara. Cada ráfaga de viento estaba impregnada de tu aroma.

Era ése el lugar que siempre quise conocer, pero en ese momento supe que no se sentina igual a como esperé, porque aunque te sentía como una suerte de presencia incorpórea, no estaba la masa que compone tu cuerpo.

Me di cuenta de que ese no era mi lugar en el mundo, que ninguno de los lugares donde estuve lo fueron. Mi lugar es contigo.

Decidí correr hacia el aeropuerto, para embarcarme en una nueva aventura. Compré el primer pasaje que encontré hacia el país donde espero que aún vivas y al cabo de dos horas, me encontré a muchos pies de altura, volando hacia tu ciudad de residencia.

Estoy acá y espero que seas tú quien lee esta carta y no una solterona de cuarenta años con siete gatos.

Si eres tú quien me lee y decides, al menos, verme una vez más, estaré en los bancos que quedan cerca del muelle… te esperaré hasta la puesta del sol.

Siempre tuyo,

Luca.”

Leyó en silencio. La carta parecía haber sido escrita con premura y de forma insegura, pues estaba llena de tachones. La tinta era verde, casualmente. Ese era su color favorito. ¿Fue una coincidencia, o lo hizo adrede a sabiendas de su gusto por ese color?

La escritura era desordenada, tenía muchas florituras y se hacía difícil la lectura. Parecia como si hubiera escupido un montón de cuentos y razones en el papel, sin cronología alguna.

No sabía qué pensar. Esperó algo similar por muchos años, hasta que se cansó de la espera y enterró esos recuerdos. Nunca jamás le habló a nadie sobre ese que desapareció un día, sin dar explicaciones.

Cogió las llaves, no sin antes mira por la ventana: el cielo estaba naranja. No faltaba mucho para el ocaso.

-¿Miha, adónde vas?- preguntó una voz inquisitiva desde la habitación.
-Eh… voy a comprar… eh… pizza.
-¿Pizza?
-Sí, pizza. Tengo antojo.
-Estás loco.
-Chao. Vuelvo en unos minutos.

Caminó apresurado. El sol parecía a punto de esconderse. Él había prometido esperar hasta su puesta.

Tenía un par de horas esperando. Era presa de los nervios y de la ansiedad. Sentía un pinchazo en el estómago. Experimentaba, más o menos, la misma sensación del primer encuentro, solo que esta vez todo era mucho más incierto.

Si Miha no aparecía, ¿qué haría él con su vida? Buscarle hasta debajo de las piedras sonaba tentador, pero estaba algo cansado de su vida de nómada.

El sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte y todo apuntaba a que él tendría que hacer lo mismo: desaparecer.

-Luca- dijo una voz profunda a sus espaldas.
-Miha, viniste-dijo con la voz entrecortada- ¡Qué poco cambiado estás!
-Ehh, gracias, supongo. Tú tampoco estás muy cambiado, solo algo más bronceado.
-Sí. Estuve hace poco en la playa-dijo intentando actuar natural- pero creo que eso es poco importante hoy- agregó al ver la carta escrita en tinta verde, en las manos blancas de Miha.
- Tu caligrafía sigue siendo igual de compleja que hace diez años- su voz no daba indicios de emoción alguna.
-Hay cosas que nunca cambian.
-Supongo. Pero pasé mucho tiempo suponiendo y haciendo conjeturas, cada una más improbable que la otra, que no me llevaron a nada. La única razón por la que vine hoy es porque quiero, por primera vez en mucho tiempo, respuestas claras y concisas. Ya estoy cansado de suponer.
-Pues dime, ¿qué quieres saber?
-Lo básico, Luca. ¿Qué pasó?
-Pensé que fui lo suficientemente claro en mi carta- dijo a modo de respuesta, bajando la mirada.
-Mira, yo sí he escuchado y sabido de ti, incluso sin quererlo. Tengo entendido que publicaste un libro de cuentos y te hiciste medianamente famoso aquí. Yo tuve que tragarme toda la historia y hacerme el desentendido, como si fuera la primera vez que escuchaba ese nombre o veía la foto de ese extranjero. Nunca me atreví a comprar el libro, aunque moría de ganas, por miedo a que tu recuerdo volviera aún más fuerte. Hoy, con tu carta, descubrí tu peculiar y desordenada forma de escribir, pues me convenciste de lo impensable y acá estoy.
-Me fui, porque fui demasiado miedoso como para quedarme a tu lado. Tenía muchos planes para mi vida y me dio miedo el no poder separarme de ti y abandonar todos mis proyectos.
-Esa es la excusa más estúpida que jamás haya escuchado.
-Lo sé.
-Al menos me alegro de que hayas cumplido tus sueños. Yo también cumplí algunos de los míos.
-Pues, de verdad me alegro mucho- dijo reparando en que hasta entonces, Miha no le había mirado directamente a los ojos, ni una sola vez.
-Gracias- dijo de manera cortante.
-Siento que venir fue un error. No sé qué pretendía con ello.
-Me temo que tienes razón.
-Lo lamento. Me iré.
-¿Adónde irás ahora?
-No lo sé. Nunca he tenido completa certeza de mi próximo paso.
-No te vayas hoy.
-¿Cómo?- preguntó y su corazón dio un vuelco.
-Tengo una posada. Pasa la noche allí, no tendrás que pagar nada. Puedes reposar un poco y así te vas mañana descansado.
-Gracias. Acepto.
-Toma. En esta tarjeta está la dirección. Yo llamaré y les diré que vas para allá.
-Pensé que me acompañarías- dijo y no pudo evitar sentir una profunda desilusión.
-No puedo, tengo muchas cosas que hacer.
-Comprendo. Gracias de todas maneras- dijo ofreciendo la mano como despedida, la cual Miha pasó por alto.
-Que te vaya bien, Luca.
-Lo mejor para ti, Miha.

Esa fue la despedida, seca y cortante. Luca se montó en un taxi que le dejó en el pequeño hotel de Miha, donde ya sabían quien era y le entregaron la llave de su habitación.

Todo había salido mucho mejor que su pensamiento más fatalista, pero mucho peor de sus altas y falsas ilusiones.

Apenas entró en la habitación, lanzó todo al suelo, con ira y atacó el minibar. Bebió rápidamente varias de las pequeñas botellas con contenido alcohólico.

-¡Maldición!- le gritaba a las paredes- ¿pero qué pretendía yo viniendo a verle? ¡Eres un idiota, Luca! Eres el ser más idiota que existe- le gritaba al espejo, pero éste no hacía más que reflejar su demacrada cara y sus ojos enrojecidos.

Estuvo despierto, hasta muy entrada la madrugada, mientras le quedaba aún alcohol. Caminaba de un lado a otro e intentaba golpearse. Se sentía como un perdedor llorón de veintinueve años.

La noche fue larga y lenta. Los recuerdos le azotaban. Se sentía al borde de la locura.

-¡Maldito, maldito, maldito, maldito!- le gritaba al viento- ¿pero qué pretendía viniendo a verme? Es un idiota, el más idiota de los seres que he tenido la desdicha de tropezar.

Caminaba, lleno de ira, por la sala de su pequeño apartamento. Intentaba no hacer mucho ruido, pues no quería que quien dormía en la habitación despertara. Eran las tres de la mañana.

-Buenas noches, señor Miha.
-Tengo algo de prisa. ¿En cual habitación alojaste al extranjero que te envié?
-En la veintiséis.
-Dame una copia de la llave.
-Pero, señor, eso es ilegal.
-Sí, pero despedirte no lo es. Dame la llave.
Cogió las llaves y subió por las escaleras, hasta la segunda planta y entró lo más silenciosamente que pudo en la habitación.

Al entrar, sintió un fuerte olor a alcohol y cigarrillo. De hecho, habia colillas de cigarro regadas por el piso. Observó que la recámara estaba algo desordenada, con el bolso tirado a un lado, la pequeña nevera abierta, un paquete de pastillas para dormir en el piso y vio a Luca, dormido profundamente, con toda su ropa puesta –incluso los zapatos- y arropado a medias.

Se sentó en la poltrona al lado de la ventana. Esperó durante varias horas, en las cuales no pudo apartar los ojos de Luca. Por fin pudo detallarle y notar que se veía bastante demacrada, más alto de cómo le recordaba y también un poco más flaco. Tenía la plena seguridad de que no había comido nada en las últimas veinticuatro horas.

Un punzante dolor de cabeza, unido a una garganta incómodamente seca y una vejiga a punto de reventar le despertaron. La habitación estaba ahora clara. Debía de ser ya de día. Se paró pesadamente, dándole por completo la espalda a la ventana y sin reparar en que no estaba solo. Tardó pocos minutos en el baño.

La luz le cegó por un instante, al salir a la habitación y justo cuando logró enfocar, vio la silueta de Miha, a contra luz.

-Esto ha de ser ilegal.
-Lo mismo dijo la chica del lobby.
-Entonces no estoy equivocado. Buenos días.
-Buenos días. Anoche no pude dormir.
-Yo… digamos que me induje el sueño- dijo viendo las botellitas y la caja de pastillas.
-Lo noté.
-Pasé toda la noche preguntándome por qué demonios decidiste aparecer.
-Yo he estado preguntándome lo mismo y no he encontrado más que niñerías como respuestas.
-Pues, quiero escucharlas.
-Verás, ni yo mismo sé por qué vine. Fue otro de mis impulsos. Quise saber si aún estabas acá… necesitaba verte, una vez más. Quería saber si estabas bien, si encontraste a alguien más… quería saber de ti. No pensé más que en mí, otra vez.
-Tuviste que ser menos egoísta.
-Lo siento.
-No todo lo resuelves con un “lo siento”, Luca.- Miha alzó un poco la voz, pero seguía sin alzar la mirada, sin verle a los ojos.

Pasaron un rato en silencio.

- No sé por qué hago esto, pero responderé todo lo que desees saber y así podremos ponerle punto final a esto.
-¿En serio?
-Sí. Pero hazte un favor y ordena algo para comer e hidratarte. Tu aspecto es deplorable.
-¿Hay servicio a la habitación?
-Deja que yo llamo, sé que el servicio acá es algo… ¿caótico?- acto seguido, sacó su teléfono móvil y dio algunas instrucciones y órdenes en su idioma natal. Luca comprendió mucho de lo que dijo.
-Ordenaste para dos.
-¿Y tú qué sabes?
-Aprendí un poco de tu idioma. Resultó siendo más fácil de lo que pensé.
-Pues sí, ordené para dos, yo tampoco he comido nada.

Mientras comían, Luca empezó a hacer las preguntas que le venían a la mente.

-¿Has estado bien estos últimos años?
-Desde hace un tiempo me encuentro bastante tranquilo. Dejé el restaurant donde trabajaba y con el dinero ahorrado, busqué un socio, y abrí mi propio restaurant. Luego ahorré más dinero y pude comprar este pequeño hotel. Ha sido un arduo trabajo, pero ha tenido buenos resultados. ¿Qué hay de ti?
-He vivido durante mucho tiempo cual judío errante, sin estar por más de tres meses en el mismo lugar. También encontré muchos beneficios.
-Claro. ¿Cómo lograste, en principio, viajar tanto? Eso es costoso.
-No si sabes cómo hacerlo. Hay un programa donde gente de todo el mundo ofrece su casa como estadía para extranjeros, con tal de que sea recíproco. Las estadías eran generalmente cortas pero empecé a ofrecer pequeñas sumas de dinero, para alargarlas y así empezaba a trabajar en el país donde me encontrase.
-¿Trabajaste? –preguntó algo sorprendido.
-Oh sí. De otra manera no hubiera podido mantenerme hasta que mi libro empezó a venderse. He trabajado prácticamente de todo: lavando platos, de mesonero, de recepcionista, de guía turístico, de intérprete; incluso, trabajé en aproximadamente seis embajadas de mi país en diferentes lugares.
-¡Cielos!
-He de estar vetado en, al menos, cinco países, por incumplimiento de contrato y desaparición repentina- en ese momento supo que no debió decir eso, pues Miha tensó la cara.
-El día está soleado. Toma una ducha rápida y salgamos a caminar. Estar encerrado aquí es agobiante.

Luca obedeció y en menos de media hora estaban afuera, caminando por la playa de arena rocosa.

-¿Por qué si prometiste responder a mis preguntas, soy yo quien más ha hablado?
-Porque me temo que he cambiado las reglas del juego y, además, tu vida parece más interesante que la mía.
-¿Sabes qué guardo aún?
-¿Qué?
-La franela empantanada de aquel día que nos pusimos a jugar con lodo.
-Estás bromeando.
-No. Nunca la lavé. Es uno de mis tesoros más preciados. Está ya tiesa.
-Yo guardo un vídeo tuyo. Uno en el que te hacen una entrevista, que no entiendo del todo bien, pues está en tu idioma. Pero siempre lo guardé. Fue uno de los primeros indicios de que nada malo te había sucedido.
-¿Temiste que me sucediera algo malo?
-Llegué a pensar que moriste, luego deseé que así hubiera sido.
-Entiendo.
-¿Cuál es tu color favorito?
-¿Ah?
-COLOR. Color favorito.
-Índigo. Eso lo sabías.
-¿Tu bebida no alcohólica favorita?
-Aquarius.
-¿Cantante favorito?
-Depende del momento.
-Yo igual.
-¿Cuál es tu estación del año favorita?
-Primavera.
-Porque naciste en primavera.
-¿La tuya?
-Otoño.
-Porque naciste en otoño.

Caminaron por otro rato, haciéndose preguntas cuyas respuestas ya conocían ambos. Se sentaron en la arena, a ver el mar.

-¿Fruta favorita?
-Manzana. ¿La tuya?
-Uvas. ¿Libro favorito?
- Gerencia para tontos. ¿El tuyo?
-Idiota. Son muchos, como para escoger uno solo. ¿Por qué no me has mirado a los ojos?
-Porque no me siento preparado para nadar.
-¿Nadar?
-Sí, nadar. Tienes una mirada muy profunda y no sé si esté preparado para escapar. ¿Has tenido algún amante o amor?
-Amantes sí, varios. Amor ninguno. No le he permitido a nadie compartir conmigo la hora del sueño.
-¿Por qué?
-No lo sé. Aprendí a obtener la satisfacción de mis necesidades más básicas, sin tener que involucrarme sentimentalmente con nadie. Ya te dije que he caminado solo en estos años.
-Suena triste.
-No lo es tanto.
-¿De qué son tus cuentos?
-Mezcla de varias leyendas y mitos populares, de los países que visito y modernizados. Personajes actuales, que viven esas historias.
-¿Qué hay de tu familia?
-Están bien. Al mismo tiempo molestos y alegres conmigo. Les molesta que no vaya nunca a casa, pero les alegra que haya logrado tantas cosas. ¿Tu familia qué tal?
-Todos bien. Tienes un aspecto demacrado.
-Nunca he sido muy bueno en eso de cuidarme… Odio que me evadas.
-¿De qué hablas?
-Quiero saber de tu vida amorosa. ¿Tienes a alguien?
-Sí. Tengo dos años con la misma persona. Vivimos juntos desde hace poco más de un año.

Luca apretó la mandíbula y trató no sentirse afectado.

-Quiero saber de él.
-Tiene mi edad, y es nativo de este país. Es muy cariñoso, demasiado a veces, e inteligente. Físicamente es agraciado.
-¿Le quieres?
-Bastante.
-¿Estás enamorado?
-Creo que sí.
-Entonces, ¿le amas?
-No.

Miha se mantuvo en silencio por un rato, mirando al horizonte. Sabía cuál sería la próxima pregunta y buscaba las razones para responderla, mas no encontró nada correcto, solo encontró la verdad que tenía atrapada desde hacía mucho tiempo.
-¿Por qué?
-Porque no tiene acento chistoso, ni conoce el mundo; porque sabe pronunciar mi nombre y nunca ha desaparecido; porque es rubio y no castaño; porque tiene ojos azules y fríos, no verdes, vivos y cálidos
-Ehhh…- Luca no sabía qué decir. Sus ojos se colmaron de agua de repente.
-Porque es él.- prosiguió Miha- Porque no eres tú.
-Miha.
-Luca.
-¿Me amas?
-No sé. Solo sé que hoy me siento más vivo de lo que he estado en diez años; solo sé que quiero seguir sintiéndome así. Sé que quiero estar contigo.
-Miha, no sabes cuánto te he extrañado.- ya ni se molestaba en aguantar las lágrimas y las dejó correr libremente por sus mejillas.
-Y yo a ti, bastardo. ¡Vayámonos lejos!
-¿Pero qué hay de tu chico? ¿Qué hay de todo lo que hice?
-No me importa el pasado. Quiero vivir el presente. Y él, bueno, él sabe que nuestra relación es más de comodidad y mutuo que apoyo que de amor.
-¿Pasamos por tu casa a buscar tus cosas?
-No. Compro ropa en el camino o uso cualquier cosa tuya mientras tanto. Tengo mi pasaporte conmigo.
-¿Adónde quieres ir?
-Sorpréndeme. Pero corramos, antes de que razone y me arrepienta. Ésta será la decisión más estúpida o más acertada de mi vida. El tiempo lo dirá
-El tiempo es mudo- dijo tirándolo hacia sí y besándolo con las ganas que se había aguantado durante muchos años.


-¿Seguirás escribiendo?- preguntó más dormido que despierto, recostado en su hombro, mientras el avión se movía bruscamente, y notó que Luca tomaba notas en una pequeña libreta.
-Por supuesto.
-¿Qué escribes ahora?
-Lo que será mi obra maestra.
-¿Sí? ¿Cómo se llamará?
-Pues sí. Se llamará: “La historia del uno y del otro”- respondió, mirando por la ventanilla y acariciando los cabellos suaves de Miha.
-Estoy seguro que será un éxito.

Y vivieron felices… ¡bah! Aprendieron a vivir, cada uno, con sus respectivas virtudes y defectos; aprendieron a amarse y a odiarse, cuando fue necesario; nunca se prometieron amor eterno y aunque Luca se asentó un poco y compró un apartamento, nunca vivieron del todo juntos, pues eran ambos fieros de su independencia y su espacio personal. Aprendieron a ser sinceros y también a mentir con gracia; aprendieron a hacerse el amor de millones de maneras, hasta que sus cuerpos ya no dieron más y pudieron dedicarse, con más pausa, a conocerse bien, a fondo.


Fin.

martes, 11 de mayo de 2010

La historia del uno y del otro. Tercera parte


"¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces, si dices la otra mitad."

Antonio Machado


Despertó con la aurora y vio que su acompañante estaba en el lado extremo de la cama, enredado en sábanas. Dormía profundamente y tenía su grueso cabello desordenado. Él no pudo más que sonreír al verle.

Se levantó muy cuidadosamente de la cama y se duchó y arregló en el mayor silencio posible. El uno seguía durmiendo, imperturbable.
Tenía que trabajar. Este era uno de esos días en los que aborrecía más y más su empleo. Hubiera deseado poder quedarse en la cama con el uno.

Despertó con el pálido sol del mediodía, que se colaba tímido por las ranuras de la persiana, moderadamente abierta. Se volvió a su lado y no vio más que una pila de almohadas.

-Pero, ¿qué dem…?- preguntó al viento, recordando súbitamente que el otro trabajaba y que de seguro se había ido hacía unas cuantas horas.

Recostó su cabeza en una de las almohadas apiladas a la derecha. Aún tenían, las almohadas, su aroma, el del otro. Al cabo de unos minutos, se levantó, perezosamente, del lecho y se dirigió al baño. Recordó que la noche anterior se había acostado, además de atontado, sin cepillarse los dientes; es decir, que su cepillo estaría aún en su equipaje; es decir, que su aliento no era más agradable que el de un león, en ese momento. Buscó entre sus pertenencias y llegó a la conclusión de que había extraviado su cepillo, fuere en un avión o en un aeropuerto, lo había extraviado. Pensó que tendría que registrar las cosas del otro, para ver si encontraba algún cepillo nuevo que él pudiera usar.

Le encantaba la idea de tener una razón “válida” para husmear entre las gavetas del baño; era muy curioso.

El baño era pequeño, como el resto del apartamento. Todos los muebles eran de color beige y el área de la ducha, estaba delimitada por una pesada puerta corrediza de vidrio, completamente transparente. En su opinión, esa puerta era muy sensual. Como el apartamento se encontraba en la última planta del edificio, en el techo del baño había una pequeña claraboya, en forma de cúpula.

Comenzó, entonces, a buscar en los estantes algún cepillo de dientes nuevo. Había, en ellos, un sinfín de productos y cosméticos para el cuidado personal: desodorantes de aerosol, de barra y de roll on; había diferentes marcas de dentríficos , geles de afeitar y geles para después del afeitado, afeitadoras de tres hojillas y varios respuestos para estas. Curioso este hecho, pues Miha era casi completamente lampiño, por no decir imberbe. Había, también, gel de ducha y unos cuantos envases de champú y acondicionador.

Luca abrió todos los envases y olió todos sus contenidos. El aroma de ellos en unidad, le llevaban a la noche anterior y sentía el olor del otro. Leyó todas las etiquetas, aunque algunas estaban escritas en idiomas no conocidos por él. Aun así, intentó, al menos, reconocer los idiomas.

Aunque se entretuvo por un buen rato husmeando y revisando los estantes, no encontró lo que buscaba: el cepillo de dientes. Pues, se decidió a usar el cepillo del otro, pensando en que sabía cuál había sido el último lugar donde había estado su boca.

Luego de cepillarse, tomó una ducha, no muy larga, porque le aburría estar bajo el agua mucho tiempo. En la ducha había una pequeña ventana, a través de la cual podía ver la urbanización enclavada en esa “ciudad” del septentrional país. Le gustaba ver el paisaje semi urbano mientras se bañaba. La imagen ante sus ojos, se le antojaba agradable.

Una vez vestido, fue a la cocina y buscó algo para desayunar. No era especialmente bueno en la cocina y como todo lo que encontró era a prueba de tontos, decidió sencillamente fumar un cigarro a forma de desayuno, en la ventana, como le había pedido Miha.

Luego de una hora, se encontraba completamente aburrido. Odiaba ver televisión, no veía ninguna computadora que pudiera usar y no había llevado libro alguno; así que decidió dar un paseo. Turistear, como dirían en su país.

Eran las tres de la tarde. El clima era, más que frío, templado. Había mucha brisa, que le desordenaba, más, el cabello.

Caminó por un rato, algo decepcionado, porque de verdad no había mucho que ver. La gente era pálida, en ese lugar. Él desentonaba un poco, porque su piel era mucho más colorida o colorada. Como quieran llamarlo.

Vio un relámpago encenderse fugazmente en el horizonte y se detuvo en seco. Jamás había visto un relámpago semejante y jamás había escuchado un trueno de tal magnitud como el que le siguió. A los pocos minutos, empezó a llover; primero moderadamente, luego se convirtió en un aguacero.

La gente a su alrededor corría, pero él simplemente dejaba que la lluvia lo mojase. Al menos eso hizo por unos minutos. Hasta que el frío caló por completo en sus huesos y empezó a buscar refugio. Curiosamente, tuvo que caminar un buen rato, empapado, hasta encontrar un restaurante que, aunque pequeño, se veía lujoso. Sabía, de antemano, que no le dejarían permanecer ahí si no consumía, así que decidió almorzar, mientras dejaba de llover.
Estaba empapado, sus ropas y cabellos escurrían agua.

-¿Mesa para cuántos?- preguntó un mesonero que no sería un año mayor que él.
-Para mí, nada más.
-Está usted empapado, monsieur.
-Vamos. No debes ser tan educado conmigo. Debemos tener la misma edad. Y sí, agarré todo el aguacero para mí solo. ¿Hay alguna zona de fumadores?
-No. En este país está prohibido fumar en negocios y locales.
-¡Estupendo!

Se sentó en una mesa cercana a la ventana, a través de la cual podía ver aún la lluvia copiosa y constante. Él seguía empapado y se dio cuenta de que su franela era blanca, así que tenía, prácticamente, el torso desnudo. Se secó un poco la cara y los brazos con una servilleta de tela.

Ordenó lo primero que encontró en las “sugerencias del chef”, sin reparar mucho en qué consistía el plato. Para su sorpresa, la comida estaba sencillamente divina. Tanto que no pudo terminárselo. Pensó que tendría que llevar a Miha a probar eso.

Poco tiempo luego de poner los cubiertos a las cuatro y veinte, el camarero se acercó.

-¿Qué tal?
-¡Excelente!
-Pero ni lo terminó.
-Estoy atiborrado- mintió.- El chef de acá ha de ser una eminencia.
-Hablando de eso, señor…
-Luca. Simplemente Luca, sin el señor.
-Luca, sí. Hablando de eso, Luca, el chef ha de haber encontrado algo especial en usted, pues me ha impedido cobrarle la cuenta.
-¿Qué demonios?
-No pareces muy contento con la idea.
-Al contrario, amo las cosas gratis. Pero, ¿qué podría haber encontrado el chef en mí?
-Es un tipo muy raro él, algo excéntrico. Me dijo que te ofreciera un digestivo, mientras él salía para conocerte.
-Wow. Bueno, de acuerdo.
-Te traeré el más exótico de nuestros digestivos.

A los cinco minutos, se apareció el camarero con un licor que era tan común en el país del uno, como el mal tiempo en el país donde vivía el otro.

“Exótico, sí que sí” penso el uno, mientras tomaba el dulce licor, esperando ansiosamente por el tal chef.

-¿Por qué estás tan mojado?
-¡Miha! Eres tú el chef.- dijo el uno dándose vuelta al reconocer la voz del otro a sus espaldas.
-Menos mal soy yo, o te hubieras ido con cualquier otro chef que te encontrase fascinante.
-¡Oh, calla!
-¿Te gustó lo que preparé?
-Nunca había probado algo mejor.
-Eres un adulador.
-¡No! Se lo comenté al camarero antes de saber que eras tú el chef.
-Deberíamos volver al apartamento. No quiero que te resfríes.
-Pero si ni hace frío.
-Porque acá dentro hay calefacción, genio.
-Oh, claro. Lo supuse.
-Dejé el carro en casa, en caso de que quisieras utilizarlo.
-Jamás conduciría tu auto.
-¿Por qué?
-Porque en este país el volante está del otro lado.
-¿Y…?
-Y porque soy un pésimo conductor.
-Menos mal eres sincero.

Salieron del restaurante y caminaron de vuelta a casa. Eran unas seis cuadras.

Ya no llovía, pero había una fuerte brisa que congelaba a Luca hasta los huesos.
En algún momento del camino, el uno decidió que el otro estaba demasiado seco para su gusto, así que empezó a saltar en un charco y mojó a Miha.

-¡Maldito!
-¡JAJAJAJAJA!
-¡Te voy a matar!- gritó el otro persiguiendo al uno.

Corrieron un buen trecho. El uno llevaba algo de ventaja, pero sus pasos eran torpes y se cansaba muy rápido, así que el otro le alcanzó rápidamente. Empezaron a mojarse y lanzarse barro.

Terminaron riendo, como dos infantes, y llegaron al apartamento sucios, mojados, fríos y con el pecho agitado.

-Mira, en esta cesta había paraguas. Tenlo en mente para la próxima. Son necesarios, casi a diario, en este país.
-Oh, ni reparé en la existencia de esa cesta. ¿Por qué hay tantos?- preguntó el uno, notando que había unos quince paraguas de diversos colores y tamaños.
-Los colecciono. Tengo más en el armario. Me gusta combinarlos con mi ropa.
-¡Qué tontería!
-¿No son necesarios en tu país?
-Claro que sí. Tenemos una temporada en la que llueve muchísimo. Pero yo siempre olvido tomarlo y vivo mojándome. No me importa mucho.
-Eres un desastre, un lindo desastre- dijo besándole la frente.- ¿Quieres tomar una ducha?
-Sí. Contigo.
-Pensé que el “conmigo” estaba implícito.

Pronto se encontraron desnudos, bajo la ducha y rodeados por una densa nube de vapor.

Miha bañó a Luca como si fuera un niño pequeño: aplicó champú y acondicionador en sus cabellos; enjabonó todo su cuerpo, hasta detrás de las orejas y también su zona noble, que respondió con rapidez.

Luca sentía las manos jabonosas del otro por todo su cuerpo y hacía esfuerzos sobrehumanos para no perder el control. Tenía un cuerpo muy sensible y todo le producía cosquillas.
Aunque hubo un momento de tensión, sexual, ambos se controlaron y se dedicaron solo a bañarse.

-Parece que alguien estuvo revisando las gavetas, o hubo un terremoto mientras no estaba.
-Es que olvidé mi cepillo de dientes y buscaba uno.
-Puse uno nuevo justo al lado del mío.
-Ay, no lo vi. Lo siento.
-Eres verdaderamente desordenado.
-¿Yo? ¡NO! Tú tienes un trastorno compulsivo con el orden.
-Es más como que tú tienes una obsesión con el desorden.
-Sí. Eso tiene mucho sentido- dijo riendo y dándole la espalda para salir del diminuto baño.

Empezó a buscar qué ponerse. En su maleta solo encontraba jeans y él quería algo cómodo.

Le miraba, desde el umbral del baño, aún en toallas, mientras buscaba qué ponerse y reía, pues Luca parecía muy concentrado en desorganizar su equipaje por completo.

-Creo que no traje pijamas. ¿Tendrás una que me prestes?
-¿En dos maletas, no pudiste traer UNA pijama?
-¿Eres sordo o te haces?
-No eres muy simpático, ¿sabes?
-Sí…
-Por tu antipatía, tendrás que quedarte en paños menores.
-De acuerdo- dijo con una sonrisa odiosa en su boca, poniéndose unos calzoncillos y una franela sin mangas. Tenía mucho frío, pero era más fuerte su orgullo.

-Nunca me dijiste, por fin, qué traes en la otra maleta.
-Ah, ven. Te enseño.

Abrió la maleta y el otro pudo ver en su interior un montón de cosas, meticulosamente ordenadas: había, al menos, cinco botellas de vino, botellas de aceite, ropa, cervezas, libros, chocolates, quesos…

-¡Me dijiste que no habías traído más ropa!
-Porque nada de esto es mío. Todo es tuyo, solo que no tuve tiempo de envolverlo en papel de regalo.
-¡¿Qué?!
-Excepto las botellas de vino, claro. Esas sí tendrás que compartirlas conmigo-dijo sin darle mucha importancia al asunto.
-¿Por qué trajiste tantos regalos?
-Es en mi país una costumbre llevar regalos cuando visitas a algun ser querido. Imagínate si es un ser amado.
-Pero debes haber gastado mucho dinero.
-No mentiré: mi tarjeta de crédito quedó algo comprometida.
-No tenías que hacerlo.
-Cállate y revisa lo que te traje.
-Haces el más dulce de los detalles, siendo el más ácido de los acompañantes.
-Ay, ¡ven, ven!- dijo con voz de niño y abrazándole por la espalda mientras el otro sacaba cosas de la maleta.

Luca le explicaba poco a poco la razón de cada cosa, porque todo tenía una razón.

-Esta franela, porque es púrpura y te debes ver muy bien con ese color; y esta porque, casualmente, tiene una M y una L dibujadas, cursi, ¿no?; este vino…. Este es mi queso favorito… el chocolate de mi país es el mejor… esto lo bebemos en verano…
-Espera un momento. ¡Estas cervezas no son de tu país, son del mío!
-¡Genio! La cerveza nacional apesta y vi que éstas decían “Made in…” como sea que se pronuncie y las compré.
-Eres perfecto.
-Si el alcoholismo te parece perfecto, entonces sí.
-¿Un delantal?
-¿No eres chef, pues?
-Por eso, tengo miles.
-Pero éste es especial. ¡Ábrelo!

Al abrir el delantal, vio que tenía estampado el cuerpo perfecto de alguna escultura en mármol.

-Sí. Lo compré en una tienda de souvenirs. Me pareció hilarante.
-Bueno, trajiste comida. Supongo que cocinarás.
-Claro. Por eso, si te fijas, traje mi propio aceite de oliva, porque el de mi país es el mejor.
-Fanfarrón.
-Hasta la sepultura.

Miha escuchó, desde el cuarto, como el uno golpeaba cosas y hacía un desastre en su preciada cocina; también escuchó una que otra maldición y algo de vidrio que se rompía.

-¡Voilà!- dijo Luca al cabo de unos treinta minutos.- Lo único que sé hacer. En el pueblo de mi madre lo comen en pascua y lo llaman “El plato de los pobres” porque lleva solo pan, tomates y aceite.
-¡Está buenísimo!
-Eres el ser más mentiroso del mundo.
-No miento- dijo sin poder mirarle a los ojos.
-Claro que sí. Lo hice mal a propósito. La cena está servida, en el comedor.
-¡Juegas sucio!
-Nunca le mientas a un mentiroso.
-Pero de verdad no estaba tan malo...

lunes, 19 de abril de 2010

La historia del uno y del otro. Segunda parte


“Should not the giver be thankful that the receiver received? Is not giving a need? Is not receiving, mercy?”

Friedrich Nietzsche

Su cuerpo emanaba un calor asombroso. Los besos que daba eran húmedos y cálidos; eran fuertes y precisos. Parecía saber con precisión cómo besar, dónde besar y cuando hacerlo.

Su cuerpo temblaba y se estremecía con cada beso y caricia que el otro le daba y hacía. Sudaba un poco y parecía un lobo domado: estaba a merced de Miha y, en principio, le costó hacerle frente, puesto que cada beso le debilitaba y le hacía perder el control. Pero no sería fácil. Él estaba acostumbrado a llevar el mando en todo, hasta haciendo el amor. Logró aplicar algo de fuerza y se hizo con los botones de la camisa del otro y, como siempre había sido torpe, en vez de desabotonar la camisa, la rasgó. El pequeño “crack” de la tela cediendo a su fuerza le hizo perder un poco más la cordura. Se sentía embriagado, aunque no había tomado más de una copa de vino.

Sintió cómo su camisa de algodón se rompía, halada por las manos del uno. Aunque era su favorita, no le dio importancia. La ropa le molestaba. Ya tendría tiempo de encontrar otra camisa favorita.

Terminó de arrancar la molesta camisa y empezó a deshacerse de la suya propia. El cuerpo del otro era una brasa ardiendo. Sentía que le quemaba, sentía que con cada abrazo le abrasaba el cuerpo.

Él se aprovechó de su estatura, medianamente superior, para besar la cabeza del otro y embriagarse con su aroma. Olía a perfume, con cosméticos masculinos y algo de sudor. Sudor que producía él mismo.

Él se aprovechó de su estatura, medianamente inferior, para atacar con sus labios el cuello largo del otro. Tenía un aroma muy particular, uno que él no había sentido jamás. No supo cómo definirlo o dividirlo en partes únicas; pero era un aroma que cautivaba y no perdía intensidad con el tiempo. Su cuello tenía un sabor salobre, por el sudor; y amargo, por el uso de algún perfume. Sentía la zona de las amígdalas latir y se dio cuenta de que había un lugar en específico que le hacía debilitarse. ¡Eureka! Había dado con lo que buscaba su curiosa lengua: el punto a través del cual podía dominarle. Era suyo. O, al menos, logró controlarlo por unos instantes.

Luca se sintió dominado por Miha, una vez más, pues había dado con su zona erógena por excelencia. Le hacía sentir débil, sumiso. Pero era hora de jugar sucio: recobró la compostura, sacó fuerzas y empujó al otro, de modo que éste cayó en el suelo con un fuerte golpe y se le abalanzó encima, violentamente. Por unos segundos se sintió culpable por haberle proporcionado, indirectamente, semejante golpe, pero no había tiempo para cortesías. Eso era guerra. Dos titanes intentando, de una u otra manera, dominarse.

Miha se sorprendió con aquella embestida del uno, y quedó un poco atontado por el golpe, pero ya no aguantaba más y decidió dejarse llevar. El uno parecía una bestía sedienta y él se sabía su presa. En los ojos del uno había fuego. Ya no podía detenerle, le había dado rienda suelta a la locura.

De un momento a otro ya no había ropa en sus cuerpos. Una cadena plateada, de la cual colgaba un amuleto plateado también, era la única prenda que cubría el cuerpo del uno; el cuerpo del otro no lo cubrían más que sus propias pecas y las manos de Luca.

Miha decidió, por fin, darle la espalda a Luca, si sabes lo que quiero decir. Ya no había vencidos, sólo había dos vencedores. De una u otra manera iban quedar satisfechos, los dos.

Lo que en un momento fue un dolor lacerante, al cabo de unos minutos se convirtió en una inmensa fuente de placer.

Lo que en un momento fue ser lo más delicado y lento posible, al cabo de unos minutos, se convirtió en llegar a velocidades no antes conocidas para él.

Ambos se habían topado con su igual. Nunca habían estado con semejante bestia, tan parecidas a cada uno de ellos mismos.

Luego de embestir una y otra vez el uno contra el otro y de dejar al Kama Sutra corto, el acto culminó con un suave gemido, por parte del uno y un leve grito, por parte del otro. Estaban ambos sudados y con caras de tontos.

Se quedaron un rato en silencio, acariciándose lentamente. Y luego decidieron por fin ir a la cama. ¿Qué hora era? Poco importa. Ya no había sol y la luna estaba tapada por densas nubes.

Esta vez fue Miha quien se quedó dormido en el pecho de Luca, sin babearle. Luca pasó largas horas acariciando sus cabellos y besando su frente.

lunes, 5 de abril de 2010

La historia del uno y del otro

El momento había llegado, finalmente. Él esperaba ansioso en el aeropuerto a que los tripulantes de aquel vuelo que había aterrizado no hacía mucho, por fin saliesen. Luego de una larga espera, empezó a divisarles y lo más importante, divisó el rostro que buscaba en específico. En su pecho algo se movió bruscamente y un calor extraño llegó a sus orejas.

El momento había llegado, finalmente. Él esperaba ansioso su equipaje, en la cinta que le había sido asignada a su vuelo. Luego de un largo viaje, había llegado al lugar convenido para ver a quien le esperaba.
Una vez hubo tomado su equipaje, se dirigió hacia la salida y, luego de caminar un poco, vio, por fin, su blanco rostro, en la zona de espera. Sus manos comenzaron a sudar y en su estómago se hizo un nudo. Aceleró el paso.

La distancia que les separaba era, a cada paso menor.

Él, el caminante, parecía aislado de todo lo que sucedía a su alrededor. A sus oídos no llegaban más que el sonido de sus propios pasos y los latidos fuertes de su corazón acelerado.

Él, quien esperaba, no pudo mantenerse en pie mientras el otro caminaba, así que decidió ponerse en marcha hacia el tan anhelado encuentro. Encuentro que habían planeado durante mucho tiempo, porque el tiempo a veces tiene ínfulas de diva y se da el lujo de hacer esperar.

Encuentro cara a cara: el uno miraba los ojos oscuros del otro y el otro miraba los ojos claros del uno. En ambas bocas se dibujó una sonrisa amplia y sincera, seguida por un tímido “Hola”, a lo que siguió el más fuerte abrazo que pudo darle el uno al otro.

Él por fin pudo sentir su cálido cuerpo, al fin sus brazos pudieron rodear aquel delgado cuerpo que le devolvía el abrazo; y finalmente, pudo acariciar sus cabellos de bebé.

Él se rindió ante aquel fuerte abrazo que le daban aquellos brazos. El abrazo le dejó casi inmóvil. Él no esperaba que quien le abrazaba tuviera semejante fuerza. Aquel abrazo se lo proporcionó un chico ligeramente más alto que él mismo, con el color de piel del sur, el cabello cenizo y los ojos de un tono verde claro. Su piel estaba muy fría.

A quien abrazaba era a un chico un poco más bajo que él y más delgado; tenía el color de piel del este, muy pálido; tenía el cabello casi rubio y los ojos negros. Al abrazarle sintió el calor de aquel no había estado en un avión por varias horas.

El abrazo duró poco menos de un minuto, pero tuvo el peso de años de espera, de cinco años de espera.

-¿Qué tal el vuelo?- Su voz, en opinión del uno, sonaba mucho mejor en persona que por teléfono.
-Largo, aburrido. Pero, supongo que valdrá la pena.- dijo sonriendo.
-Estoy yo al cargo de esa misión, ¿no?
-No. Ésta es una misión de dos.
-Pero tú te has tomado la molestia de venir.
-Y tú la de recibirme.
-¿Te importa si te cojo la mano?- Preguntó rápidamente intentando cambiar el tema.- Es que… he esperado mucho este momento, y el tiempo apremia, no quisiera desperdiciar ni un minuto. Aunque, comprendo completamente si te sientes apenado o simplemente no te agrada la idea- finalizó desviando la mirada por pena.
-¿Te refieres a si me importa porque la gente pudiera voltear a vernos y comentar a nuestras espaldas?
-Sí, supongo.
-Pues como dijo el nativo de ese nativo de estas tierras: ”Solo hay una cosa peor a que hablen de ti y es que no lo hagan.”- dicho esto, le sonrió ampliamente al otro y tomó, con su mano fría, la mano blanca y cálida del otro.

De esta manera, cogidos de las manos, el uno y el otro inician su camino, hasta la morada del otro. Al uno las miradas le hacían inflar más el pecho, pero al otro le hacían esconder un poco la cara.

La ciudad que se presentaba ante sus ojos puede que no fuera muy hermosa, pero era la primera vez que se encontraba allí. Lo miraba todo con detalle y sus ojos saltaban de un lugar a otro, en fracción de segundos. También veía de reojo al otro y se limitaba a hacerle cariños tímidos en la mano a su acompañante. Intentaba hacer comentarios, pero no salían más que algunas palabras.

La ciudad que se presentaba ante sus ojos era la misma aburrida y triste ciudad que visitaba casi a diario; sin embargo, ese día había algo diferente: su acompañante miraba todo con tanta curiosidad que hacía que la ciudad tuviera un brillo diferente. Era la misma ciudad que veía a diario, pero ese día la veía con la persona a quien jamás había visto, en persona. El viaje lo realizaba en silencio, porque aunque había hasta ensayado frente al espejo lo que diría y haría cuando por fin llegase ese momento, las palabras parecían ahogarse en su garganta, luego de luchar para salir de ella y no hacía más que responder con monosílabos. Los nervios hacían que gotas de sudor se deslizaran desde su nuca hasta la espalda.

El uno era inquieto, pestañeaba cada dos segundos y parecía no poder mantener sus ojos en el mismo punto por un tiempo medianamente prolongado. Aunque su rostro era delgado y anguloso, con algo de barba, todavía quedaban en él algunos vestigios de un niño ansioso. Esto maravillaba por demás al otro, quien era mucho más tranquilo, lograba mirar al horizonte por más de cuatro segundos y en su mirada había esa especie de ternura con la cual los adultos miran a los niños inquietos.

El uno parecía un niño, quizás porque siempre había sido inquieto, quizás porque había pasado muchas horas encerrado en un avión, quizás porque estaba lejos de su hogar, quizás, simplemente, porque le embargaba una gran emoción. Tenía en la sangre el calor del sur, el calor de esa gente muy activa. El otro era muy apacible, hablaba con una voz muy dulce y calmada; él sí era más un adulto, un caballero elegante. Probablemente por haber nacido en el este y residir en el norte.

El uno hablaba un idioma y el otro uno completamente diferente; sin embargo, habían logrado encontrar una lengua franca, que ambos odiaban, pues sentían que no lograban expresarse lo suficientemente bien en esa lengua. Por eso el uno intentó enseñarle su lengua al otro; y el otro intentó enseñarle su lengua al uno. Ni el uno ni el otro tuvieron éxito, pero era siempre divertido para los dos escucharse intentado hablar la lengua contraria.

-Te sudan las manos.
-Es porque estoy nervioso.
-¿Por qué tan nervioso? Yo no voy a comerte- dijo con una sonrisa tímida.
-Eso sí que es una decepción- replicó el uno en su idioma materno.
-¿Perdón?- preguntó el otro, aunque era obvio que había entendido, porque sonreía abiertamente.
-Nada, nada.

El camino era estrecho y tenía muchas curvas. La vía estaba llena de árboles y el clima era templado.

-Es bonito el paisaje.
-Sí, supongo. No sé, verás: cuando llegué a este país, me parecía muy bonito todo, había una luz especial; con el pasar del tiempo, quizás por la costumbre y la distancia de mis amigos y familia, perdió el brillo. Hoy, sin embargo, parece brillar como el primer día.
-Ay, pero ¡qué conmovedor!- dijo el uno riendo.
-¡Idiota!
-¡Lo siento! No pude evitar bromear al respecto.
-Tu sentido del humor es bastante pesado.
-No vengas con cosas. Tu sentido del humor es bastante pesado también.
-¡Blasfemia!
-Bueno, calma. Controlaré mi sentido del humor si tanto te molesta- dijo haciendo un énfasis algo burlón en el “tanto”.

El otro sonrió sabiendo que el uno no cambiaría y diciéndose a sí mismo que esa era una de las cosas que más le agradaban de él: que parecía una bestia indomable, pero que, al mismo tiempo, creía tener el arma para controlarle. El uno sonrió también, sabiendo que el otro estaba completamente al tanto de que él no cambiaría.

Entre ellos había una especie de silencio cómplice, que les hacía entenderse sin siquiera hablar. Sin embargo, ya el uno empezaba a tomar más confianza y hablaba un poco más, conforme dejaban el camino atrás y se acercaban a su destino.

Poco más de una hora de haber salido del aeropuerto, se detuvieron en frente a un edificio de pocas plantas.

-Hemos llegado, pequeño.
-¡Qué bien! Eh… ¿grande?
-Sí, yo soy grande y tu pequeño; yo soy fuerte y tu débil; yo mando y tu obedeces.
-Hablando del sentido del humor…
-Sabes que así son las cosas, pequeño.
-No pienso discutir esto- agregó el uno poniéndole punto final a la conversación y abriendo la puerta del automóvil.

Descendieron del auto y el otro ayudó al uno a descargar su equipaje.

-¿Por qué dos maletas, vaciaste tu armario entero acá?
-Solo una es de ropa. Tuve que pagar recargo en el aeropuerto, porque excedí el límite de peso permitido.
-¿El límite de peso? ¡Pero si tú eres un flacuchento!
-Claro, habló Hulk Hogan.
-Entonces, ¿qué tanto trajiste? Esta maleta está bien pesada.
-Muchas cosas, inútiles en su mayoría. Ya verás.

El apartamento al cual entraron era pequeño, con una distribución extraña del espacio, pero tenía una gran ventana que daba hacia un pequeño parque y lograba engañar a la vista, haciendo que el apartamento pareciera más grande.

-Bueno, éste es mi apartamento, es pequeño. Bienvenido.
-Gracias. Es muy bonito. Tienes buen gusto.
-Hay un solo problema: el apartamento consta de una sola habitación y una sola cama. Supongo que tendré que dormir en el sillón de la sala.
-¡Pero qué detalle! Eres todo un caballero al cederme tu cuarto.
-Este país me ha vuelto todo un caballero. ¿Tienes hambre?
-Sí, bastante. Odio la comida de aviones. Es insípida.
-Porque no me tienen a mí de chef.
-Vamos, tú puedes hacer algo mejor que eso.
-Supongo. Si quieres fumar, por favor hazlo en la ventana.
-Me encanta que conozcas mis malos hábitos.
-Porque yo tengo los mismos.

Luego de fumar ambos en la ventana y de que el uno dejara su equipaje regado por toda la sala, el otro sirvió la comida y destapó una botella de vino.

-¡Vino!
-La compré por ti, sé que los del sur nacen con una botella de vino debajo del brazo.
-Créeme que acertaste.
-Te brillaron los ojos como a un niño, cuando viste la botella.
-Yo soy un niño.

Conforme comían, y bebían, el uno no paraba de hablar. Contó los pormenores de su viaje, de las conexiones que hizo, de que discutió con el personal de tierra y luego con una aeromoza y con un policía. El otro solamente escuchaba atentamente y agregaba algunas cosas o preguntaba otras tantas; sonreía, sonreía de por fin poder escucharle. El uno hablaba. El otro sonreía. El uno hablaba. El otro sonreía.

-¿Nunca te callas?
-¿Acaso te molesta?- agregó el uno algo ofendido.
-¡En absoluto!
-¿Entonces?
-Es que me parece asombroso que tengas tantas anécdotas de un vuelo.
-No sé si es que a mí me pasan demasiadas cosas o es que yo veo las situaciones de manera especial.
-Independientemente de lo que sea, tienes una vida privilegiada.
-Eso es cierto, estoy aquí contigo. Eso me hace, por demás, privilegiado.
-Cállate.
-Cállame- respondió violentamente, esperando que el otro captara la indirecta.

La indirecta fue bien comprendida y el otro se le abalanzó encima del uno, obligándole a dejarse sumergir en un profundo beso. El uno respondió rápidamente y permitió la entrada del otro, sentía aún el sabor a vino en su boca, él amaba sentir el alcohol en el aliento del otro. El otro, un poco abrumado por el impulso del uno, se sintió satisfecho con esa respuesta. El uno besaba violenta y apasionadamente, con fuerza y sin un ápice de pena.

-¿Suficiente?
-Jamás será suficiente. Pero estuvo bien, para ser el comienzo.
-¿Solo bien?
-Me refería, Miha, a que eso fue solo la punta del iceberg. O, al menos, eso espero.
-Tú sí sabes qué cosas esperar de la vida, Luca.

Y así, el uno pronunció por primera vez el nombre del otro y el otro pronunció por primera vez el nombre del uno. Aunque pueda sonar tonto, esto siempre había sido una especie de tabú entre ellos, porque ambos se burlaban de la pronunciación que hacía cada uno del nombre contrario.

-¿Lo dije bien?- preguntaron al unísono.
-Yo mismo no lo habría dicho mejor- mintió Luca.
-A ti en cambio, te falta un poco de práctica.
-¡Joder!
-Tranquilo. Tendré tiempo de enseñarte mi lengua…
-Sí. Justo en eso estaba pensando.

El uno se separó, bruscamente, del otro y empezó a detallar el apartamento; lo observaba todo y lo tocaba todo. A él le gustaba conocer las cosas con todos los sentidos; siempre pensó que los ojos a veces engañan. El otro se limitaba a observar a Luca, sonriendo, pues parecía que el uno pretendía averiguarle la vida entera a través de sus pertenencias.

-¿Te diviertes?
-Oh, sí, ¡muchísimo! Husmear es uno de mis pasatiempos favoritos. Soy la persona más curiosa del mundo. Eso muchas veces me trae problemas.
-¿Y no te conformas con, simplemente, verlo todo con los ojos?
-No. Eso es una pérdida de tiempo. Los ojos no siempre muestran lo esencial.
-Por eso me agrada que estés acá. En persona eres mucho mejor.
-Me sonrojaré.
-Con ese tono de piel, de verdad dudo que se note. En cambio yo…
-Amo tu tono de piel. Me muero por verla arder.

Decidieron descansar un rato, sentados en el sofá, frente al televisor. Miha cometió el grave error de permitirle a Luca usar el control remoto. Como era de esperarse, no dejó ningún canal por más de cinco segundos, hasta que quince minutos más tarde, cayó en un profundo sueño, apoyado en el pecho de Miha. Se veía apacible, tranquilo como no lo había estado desde que llegó. El otro se dedicó a acariciar sus cabellos y aunque no tenía nada de sueño, no se movió de su lugar por miedo a que el uno despertara; pasó horas viéndolo y acariciando su nariz y cabellos, como si fuera un bebé.

Luca en realidad no dormía, al menos no durante la primera media hora que estuvo acostado en el pecho de Miha; solo fingía dormir, porque le daba algo de pena lanzársele encima tan rápido, pero había aprendido que no hay nada que conmueva más a una persona, que verlo a él durmiendo. Quizás porque se aliviaban que por fin se había callado y dejado de moverse o, quizás, porque de verdad producía ternura verlo dormir. Eso importaba poco, en realidad, el punto era que podía fingir que caía dormido, fácilmente y así recostarse en su pecho. Sea como fuere, al rato de estar fingiendo, cuando el otro empezó a acariciar su nariz, no pudo resistir más y cayó en un profundo sueño, del cual despertó dos horas más tarde y apenado hasta morir, porque había babeado la franela de Miha. Este le dijo que no importaba y reía tiernamente, mientras Luca le pedía disculpas apenado y con el rostro muy rojo. Miha le dijo que se quedara tranquilo, pero que se quitara de encima porque tenía horas sin ir al baño y su vejiga iba a estallar.

En el camino al baño, Miha tropezó dos veces con las cosas de Luca, a quien parecía no importarle.

-Acabas de llegar y ya tienes mi apartamento vuelto un desastre.
-Y lo que te falta, pequeño. Te dije que era muy desordenado- dijo riendo.

A lo que el otro entró en el baño, el uno empezó a recoger todo su equipaje y ordenarlo en una esquina de la sala; afortunadamente encontró otra botella de vino y se tomó la molestia de abrirla y servir dos copas.

-¡A tu salud, Miha!
-Querrás decir, a NUESTRA salud, Luca.

Mientras disfrutaban la botella de vino, hubo más besos y caricias y abrazos y palabras bonitas. Se sentían simplemente felices de estar en compañía del otro. Besos, más profundos; caricias, más fuertes; abrazos, más dominantes. Ya la boca no era el único lugar que encontraron para besar. Todo lo que la ropa no cubría se había convertido en dos pares de jugosos labios. Sudaban. El sudor olía a pasión y deseo. Hasta que la tentación fue demasiado grande y el uno arrancó la franela del otro…

Continuará.

domingo, 17 de enero de 2010

Conversaciones con un cigarrillo

-Te estoy matando. Lo sabes, ¿no?- dice el cigarrillo lentamente, mientras el humo que sale de él crea figuras informas en el aire.
-Lo sé- responde el joven interlocutor reparando poco en que es un cigarro quien le habla.
-¿Y es que acaso no te importa?
- Como escuché una vez: “La vida no es más que un largo suicido.” Aunque puede que a veces no sea ni tan largo.
-Esa es, sin ánimos de ofender, una manera bastante mediocre de ver la vida.
-Tus palabras no me ofenden. Hay veces que la vida no deja espacio más que para la mediocridad.
-¿Sabiduría callejera?
-Ay, ¡cállate!- espetó el joven, empezando a alterarse-. Los cigarros no hablan. Tú como que estás aliñado. Ya sabía yo que esa vieja del abasto tenía malas mañas.
-Claro, échale la culpa a la pobre vieja. Yo bien sé que a veces escondes en mi caja a individuos hechos a mano, generalmente por ti, y no son de tabaco precisamente.
-Ellos me ayudan a pensar.
-No hay nada más mediocre que alguien que alguien que consume sustancias que “le ayudan” a pensar, porque se subestima demasiado como para intentarlo sobrio.
-Lo que me faltaba: ¡un cigarrillo que además de parlanchín es un filósofo consumado! ¡Habráse visto!
-¿Por qué fumas?
-Para darle un propósito a tu vida, quizás.
-Ah, ¡pero qué altruista!
-Baja la voz.
-¿Estás tan loco que discutes hasta conmigo, un cigarrillo? Con razón tus amigos ya no te soportan.
-Los cigarros no se supone que hablen. ¡Haz silencio!
-Si no hablamos, ¿por qué me respondes?
- Porque estás hablando.
-Entonces, querido amigo, te contradices.
-No es que te vayan a dar un Premio Nobel de ciencia por descubrir que me contradigo: soy humano.
-Claro. Ese es el problema de vosotros, los humanos: intentáis explicar vuestra estupidez poniendo como argumento la propia condición de humanos.
-Te pareces a una amiga que es activista en pro de los animales.
-Soy un cigarrillo, no me importan los animales.
-Entonces, cállate- propone el joven expulsando una bocanada de humo hacia el frío viento que sopla desde el este.
- ¿Te molesto?
-Bastante, sí.
-Es porque estás loco. Un cuerdo no me escucharía.
- De loco todos tenemos algo.
-Un loco moribundo, eso es lo que eres. Con cada inhalación de mi contenido mueres un poco, te restas un día de vida.
-¡Que moriremos todos! Ya sea de cáncer o arrollados por un camión. Moriremos. La vida, gracias a quien sea, no es eterna. Lo único inevitable y seguro es la muerte.
- De seguir así, tu muerte cabalga cerca.
-También la tuya, hace ya cuatro minutos que te encendí. Si mis cálculos no fallan, lo cual es poco probable, dentro de tres minutos no serás más que otra colilla en la grama.
- Tú un cadáver bajo tierra o un montón de cenizas lanzadas al viento y que la gente olvidará después de poco tiempo.
-Claro, porque de seguro tu madre te echará de menos cada día de su vida. Al igual que tus diecinueve compañeros de cajetilla, ¿no?
-Eres la persona más terca que existe.
-Me temo que para defenderme de eso no me queda de otra que refugiarme en mi condición de humano, una vez más.
-Tan predecible. Si en algo eres bueno, es en eso de ser humano.
-Al menos no soy un completo desgraciado sin talentos.
-Ves, es justamente eso lo que da tristeza: como tú hay muchos, jóvenes talentosos, que se aferran a cosas innecesarias como las drogas.
-Mira, para que me regañen están mis padres y todo el resto del mundo que considera que todo lo que hago está mal. De verdad, limítate a ser fumado y cállate.
-Te preguntaré una vez más, ¿por qué fumas?
-Coño, ¡ya basta! Fumo porque me viene en gana. No le hago daño a nadie más que a mí mismo fumando. No entiendo por qué la gente se hace tanto rollo mental por eso.
-¿Y qué hay de los fumadores pasivos?
-Si a alguien le molesta el humo, que se aleje de mí o que me pida educadamente que me aparte. No es que sea la única faceta de sus vidas en la que muestran un comportamiento pasivo. La pasividad es el cáncer de la sociedad.
- ¿Y qué hay de la capa de ozono?
-Pues conozco a unas cuantas doñas que le hacen más daño a la capa de ozono cada vez que se peinan, de lo que podría yo jamás hacerlo con mis veinte cigarrillos diarios.
-Eres terco.
-Eres una ladilla.
-Te prometo que si logras crear una comparación entre tu vida y la mía, que tenga algo de coherencia, dejaré de atormentar tu mente.
-Pues muy fácil: Verás, tu vida es muy sencilla. Al “nacer” estas completo, puro, con todas tus partes. Tú en realidad eres indefenso, pero estás hecho de un contenido nocivo. Una vez que algún bastardo inescrupuloso te enciende, empieza a despojarte de tu contenido nocivo y se aprovecha de él, es decir te usa. Te consume hasta que no eres más que un pedacito de filtro arrugado y maloliente, se deshace de ti y al poco tiempo va a por otro.
-Sí, esa es nuestra vida, pero ¿qué hay de la vuestra, los humanos?
-Es exactamente lo mismo: cuando nacemos estamos completos, puros, generamos hasta ternura, con ese conjunto de elementos que nos compone. Somos indefensos hasta que descubrimos el componente nocivo que contemos, la maldad. Conforme vamos creciendo, las personas a quienes encargamos nuestra “educación” van moldeando, o al menos lo intentan, nuestra maldad de manera que se convierta en algo productivo. Porque no hay nada más humano que la maldad y el que quieran moldearla a su gusto.
-Y, ¿entonces?
-Bueno, cigarrillo bruto, que después de cierto tiempo de gente aprovechándose de tu maldad interna te vas desgastando, cada día un poco más; hasta que no eres más que una colilla, fea, desgastada, inútil. Te desechan y buscan otro humano a quien intentar modificar. ¿Y tú? Un cadáver olvidado bajo tierra, como los cientos de colillas que quedan olvidadas en la grama.
-Triste, pero cierto.
-Nadie dijo que la verdad tenía como premisa el ser agradable.
-Si. Supongo que tienes razón, humano terco.
-Bueno, cigarrillo impertinente, es hora de que me dejes en paz. Aspiraré una última vez de tu nocividad y me dejarás en paz, ¿correcto?
-Así es, humano. Pues, que te vaya bien.
-Igual a ti- se despidió el joven justo antes de introducir el ya muy pequeño cigarrillo, darle una última aspirada, botar el humo hacia la noche poco estrellada y lanzar la colilla al suelo. Pisándola más de una vez, por si las dudas.

Au revoir, terrícolas.

L' Angelček .