jueves, 30 de septiembre de 2010

Sueño otoñal




¿Sabes cuando tienes esa sensación de despertar en un lugar diferente al cual te dormiste? Sí, supuse que también te ha pasado, que no sólo a mí me sucedió.

Bueno, el punto es que aunque generalmente despierto desorientado, por mis malos hábitos de sueño; hace unos días caí en los brazos de Morfeo en mi lugar de costumbre, en Inglaterra, y poco más de dos horas luego, un frío intenso me despertó: no estaba en mi cama, bueno siendo sincero, no estaba ni siquiera en una cama o al menos en una habitación; estaba curiosamente de pie, al aire libre. Vestía unos pantalones raídos y una franela blanca, me tocaba con un pasamontañas que cubría mis orejas. Sí, en mis sueños soy un narrador omnisciente: puedo verme como a un personaje externo, pero sé qué pienso y siento.

Hacía mucho frío. ¿Por qué coñas quien me dejó ahí tirado me puso pasamontañas y no una chaqueta también? Maldito. Pero, al mismo tiempo, me pregunto por qué le doy más importancia al hecho de que me hayan dejado tirado en medio de la nada sin chaqueta, al hecho de que… ¡Me dejaron tirado en medio de la nada, con o sin chaqueta!

Sí, probablemente a ti también te cuesta darle prioridad a tus preocupaciones, como a mí.
Decido que no puedo hacer más que caminar, a ver si, al menos, consigo a alguien que me diga dónde estoy.

El sendero es estrecho y el paisaje es diferente al cual estoy ya un poco acostumbrado. No parece una zona muy urbana.
Sí, estoy seguro de que ya no estoy en Inglaterra.

A lo lejos, veo una cabaña y camino hacia ella; por el humo que sale de la chimenea, me atrevo a pensar que hay gente dentro.

-Oh, llegas a tiempo. Me habían dicho que eres un joven anormalmente puntual- quien me hablaba era un chico, de mi edad o quizás menor… o mayor, no importa; era negro, de piel muy oscura y su acento era difícil de localizar; parecía caribeño y tenía cabellos largos y rizados.
-¿Me esperabas?- mi expresión era difícil de descifrar, estaba entre el asombro y el alivio.
-Oh, sí. Bueno, yo no tanto, pero hay alguien que arde en deseos por verte y hablar contigo.
-¿Quién?
-Ah, ya verás. Tendrás que buscarle.
-¿Acá?
-Sí, en este país, mas no en este preciso lugar. Tendrás que salir y caminar. Será bueno, el paisaje es bonito. Me dijeron que seguro resultaría de tu agrado.
-A propósito, ¿dónde estamos?
-Pues, en algún lugar del mundo.
-Eso es más que obvio… y tu ambigüedad más que molesta.
-Calma. Controla lo que dices. Mira, mejor sal ya, no querrás dañar tu fama de reloj suizo.
-¡Pero si ni siquiera sé dónde estoy!
-Tranquilo, deja que tu instinto guíe tus pasos.
-¿Tienes una chaqueta que pueda tomar prestada? Hace mucho frío.
-Sí, toma- dijo el individuo, alargándome una chaqueta bastante delgada.- No la mires con tanto desprecio. Será suficiente. ¿Eres siempre tan desconfiado?
-Sí, no confío ni en mi propia sombra.
-¿Por qué?
-Pues, porque tiendo a pensar que todo el mundo es como yo y eso es razón suficiente para desconfiar.
-¿También eres siempre tan sincero?
-No. Soy un gran mentiroso.
-Eres el ser más raro que conozco.
-Tampoco es que me conozcas mucho.
-Lamentablemente hoy no será la ocasión. EL tiempo apremia y te esperan. ¡Ve!
-Bueno, hasta luego. Gracias.
-Adiós… por cierto, estamos en Finlandia, en una zona fronteriza.
-¿Frontera con Rusia o con Noruega?
-Con las dos. Un punto muy exacto.
-¡Vaya! Bueno, adiós.

El camino, luego de unos diez minutos de andar parecía menos estrecho y se abría paso a través de una pequeña ciudad. Había algo de nieve en el suelo y en la parte más alta de los árboles. El lugar estaba bañado por una luz pálidamente brillante, más que invierno, era un otoño con nieve.

No estaba seguro de cuál era la fecha del calendario, pero los colores naranja y amarillo de las hojas de los árboles me recordaban dos cosas: a mi país y a que se acercaba, si no había pasado ya, mi cumpleaños número veintiuno. “¡Qué viejo estoy!” pensé.

Mis pies parecían tener vida propia, me guiaban con paso seguro por un camino que no conocían; no me dejaban detenerme a detallar los edificios o las caras de quienes encontraba en el camino.

Lamenté no tener una cámara fotográfica conmigo, hubiera tomado muchas fotos, pues la ciudad era hermosa. Al mismo tiempo pensé que mis pies no me lo permitirían, así que dejé de lamentarme y me dediqué solo a andar.

Caminé, muchos metros, kilómetros quizás, mas nunca me sentí cansado; probablemente por la intriga de quién querría verme en Finlandia. Las dos personas que tenía en mente se me antojaban una más imposible que la otra.

Llegué a un edificio, grande. En el interior era completamente blanco, tan blanco que mareaba y estaba inmaculadamente limpio. Por las personas que ahí se encontraban y se movían de un lado a otro sin prestarme atención alguna, entendí que me encontraba en un hospital. Al parecer los hospitales tienen todos el mismo aspecto, en cualquier lugar del mundo. Todos tienen ese sentimiento apesumbrado, esas caras preocupadas y ese olor a melancolía.

¿Por qué un hospital? Pasé mucho tiempo de mi adolescencia en hospitales y lugares por el estilo. Los odio, porque traen malos recuerdos. Traen tristeza.

Sea como fuere, este hospital tenía algo que no recordaba en otros que hubiera estado antes, tenía esa luz extrañamente pálida y brillante a la vez, la misma que tenía la ciudad, era una luz que reconfortaba la piel de quien tenía frío, mas no cegaba los ojos de quien estaba desprotegido.
Terminé, de repente, en un jardín, amplio, de pasto muy verde y arboles de hojas amarillas, otra vez. A simple vista, no parecía que hubiera nadie en el jardín, pero a lo lejos, en una mesa sentada, de espaldas a mí, se encontraba sentada quien supe de inmediato era quien me esperaba.
-Impecablemente a tiempo, Angelino.
-Hay malos hábitos que se heredan, ¿no?
-¿Piensas que es un mal hábito?
-De vez en cuando. Es extraño. No sé si entiendas.
-No esperaba que tu rostro luciera tan bien, aunque tienes largas ojeras y tu gorro es chistoso.
-El exterior sabe mentir.
-Lo sé, mas estás maldito con unos ojos delatores.
-En cuanto al gorro, no es que haya tenido mucha elección.
-Sí, tus ojos hablan solos, aunque te encante evadirme.
-Tú también luces muy bien. Te ves más viva que la última vez que te vi.
-Bueno, el cuerpo humano es un jodido vegetal. Yo ya estaba podrida, pero quien de alma está vivo, el cuerpo no le es más que un vehículo.
-Sabia acotación.
-Entonces, ¿cómo estás?
-Pues, bien.
-Entonces, ¿cómo estás?
-¿Es que te has vuelto loca? Eso ya lo preguntaste y lo respondí.
-Angelino, ¿ves la puerta de tu habitación por acá?
-No.
-Entonces, sabes, de antemano, que hoy no puedes evadirme, como solías hacer en tu juventud: respondiendo monosílabos y encerrándote, más que en tu habitación, en tu testaruda cabeza.
-Pero si ya te he dicho, estoy bien.
-¿Comes tres veces al día, balanceado?
-Vivo en Inglaterra, no me pidas milagros.
-¿Vas al trabajo a diario y no llamas enfermo una vez a la semana?
-Sí, voy a diario y no llamo enfermo, nunca… bueno, casi nunca.
-¿Y estás tranquilo de mente?
-Eso, me temo, que solo sucederá cuando muera.
-No te creas. Ya yo pasé por eso y mírame aquí, sigo preocupada por cómo te va en tu nueva vida de extranjero.
-Bueno, viviré una eternidad de estrés.
-Tampoco seas tan pesimista. ¿Por qué no estás tranquilo de mente? ¿Miedo?
-¿Miedo a qué? Creo que yéndome de mi país, dejando todas mis comodidades por la eterna emoción e incertidumbre del qué va a pasar mañana, demostré que soy una persona de pocos miedos.
-Hay alguien a quien le temes.
-¿A quién?
-No te alteres. No te estoy atacando.
-No estoy alterado.
-Toma, fuma un cigarrillo.
-No. No quiero que te afecte.
-Ay, hijo mío, ya tu humo no te afecta más que a ti. Tranquilo.
Encendí el cigarrillo que me ofrecía, sonriendo, y dejé que mientras el humo entraba en mis pulmones, sus ojos se quedaran para siempre grabados en mi memoria.
-¿Mejor?
-Sí, supongo.
-Entonces, ¿cómo te trata la soledad?
-Ella es una perra, pero siempre ha sido mi más fiel compañera.
-Porque así lo has querido.
-No creo que haya tenido elección. Ha sido siempre la misma situación que la del gorro.
-Eso es lo que tú quieres creer, para tu “bienestar”; mas generalmente eres tú el culpable.
-Yo no busco que la gente me abandone.
-Es que tú eres bien terco. Hay dos cosas que diré, préstame mucha atención. En primer lugar, tú nunca has estado solo. Tú tienes más guardaespaldas que el presidente; ahora, que no lo sepas ver es otra cosa.
-¿En serio?
-Ay, Angelino, tú vives porque aún respiras y porque hay gente que ha logrado tomarte cariño a pesar de que seas tan jodido. Porque, si me lo preguntas, tú mereces estar aún más solo; pero en el mundo sí hay bondad y comprensión. También debo admitir que has cambiado, un poco y para bien.
-¿Y qué es lo segundo?
-Pues, simplemente, que tienes que hallar un equilibrio. No todo es blanco o es negro. Puedes jugar con las matices.
-¿Podrías ser más explícita?
-¿Podrías pensar con más agudeza? Veamos. Intentaré hacerlo más claro. Al momento de relacionarte con la gente tiendes a caer en dos extremos: el primero de ellos se basa en que aunque la persona en cuestión no te agrade del todo, si logras ver algo “productivo” vas a intentar obtener algo de ella, sin dar nada, absolutamente nada de ti. Mucha gente lo ha hecho, desde el principio de los días; el punto es que tú, en su momento, lo disfrutas, te sientes bien haciéndolo, pero en la hora más oscura de la noche te atormenta y no te deja dormir. Te tortura.
-Me haces ver como un monstruo.
-En la otra mano, entonces-continuó, haciendo caso omiso de mi intervención- tenemos al Angelo que cuando ve, al menos, un ápice de una esencia diferente al resto de los humanos, es capaz de entregarlo todo, sin ni siquiera esperar un gracias a cambio.
Tú eres una ambigüedad con piernas y cabello. Es imposible definirte, porque o te mantienes tan fuerte y cerrado como una estatua de mármol o, muchas veces, te vuelves tan débil que pasas a ser una gelatina que toma la forma del molde de turno. Eso puede que no sea tan malo, mucha gente vive así, pero el problema contigo es que jamás terminas de cuajar. Apenas te has enfriado un poco, espantas o te espantan.
-Pero…
-Estoy hablando, coño.
-Lo siento.
-Has pasado por tantas cosas, que te has vuelto más fuerte y a la vez más manipulador. Es increíble la cantidad de cosas que puedes llegar a hacer con tal de lograr lo que quieres. No tienes límites, más que físicos, porque tu mente va como un vehículo sin frenos en una pendiente fuerte. El problema es el golpe final, porque no todo el mundo es tan estúpido como crees. Aunque sí debo admitir que has tenido tus épocas en las que has estado rodeado de estúpidos, gente que solo inflaba tu ego, pero deprimían tu agudeza.
-O sea, que soy un monstruo, medio huevón y ególatra.
-Tampoco hay necesidad de ser tan duro contigo mismo.
-¿Puedes darme otro cigarro?
-Toma.
-Mamá, ¿qué puedo hacer? Ya estoy cansado de darme golpes.
-¿Cansado? No hijo, si apenas tienes veintiún años. Déjale el cansancio a los muertos.
-Pero…
-Por ahora, solo diré una cosa más: no te subestimes, ni te tengas miedo. Tú eres la mejor persona con quién podrías estar. Aunque entiendo tu tristeza, porque se ve que es sensata. Al parecer esta vez sí te han flechado de verdad, tienes un brillo diferente al que jamás te haya visto. Lo mejor que puede pasar es… bueno, lo que sea que pase. Y discúlpame que sea tan vanal con esas palabras.
-¿Todo se va a solucionar?
-Angelino, yo soy solo una madre que, aún después de muerta, se preocupa por ti; no soy una clarividente o bruja.
-Sí, lo sé.
-Tú mismo tienes todas las respuestas y tienes el control en tus manos. Recuerda lo que dijo tu amiga, sobre que el destino está escrito, pero a lápiz. Tú puedes modificarlo. Concéntrate y lograrás todo lo que quieras.
-Haré mi mayor esfuerzo.
-Otra cosa antes de irme: come mejor y deja el cigarro. No quiero que te me unas pronto.
-¡No, no te vayas! Quédate un poco más, por favor.
-Me encantaría, pero tú tienes una vida por delante y yo una muerte que vivir. No debemos interrumpirnos el uno al otro.
-¡Por favor! No te vayas, no me dejes solo aquí, otra vez.
-Pero si yo nunca te he dejado solo, siempre te veo; aunque hay momentos en que me hago la loca, para no mortificarme. O simplemente, cierro las persianas por unas horas, para dejarte disfrutar de eso que tanto te gusta y que has perfeccionado con el tiempo y práctica, demasiada práctica.
-¡Mamá!
-Tranquilo, prometo que jamás te he visto, ni lo haré.
-Entonces, ¿te vas?
-Ya me fui. Cuídate mucho y habla más con tu hermano. Espero no tener que verte en un buen tiempo. Adiós, Angelino.
-Adiós, mamá.
-Mira como has cambiado: ya ni das un abrazo o la mano cuando saludas o te despides. Es hasta gracioso.

Y a todas estas, nunca entendí por qué Finlandia.

Mind the gap, terrícolas.
L'Angelcek