domingo, 17 de enero de 2010

Conversaciones con un cigarrillo

-Te estoy matando. Lo sabes, ¿no?- dice el cigarrillo lentamente, mientras el humo que sale de él crea figuras informas en el aire.
-Lo sé- responde el joven interlocutor reparando poco en que es un cigarro quien le habla.
-¿Y es que acaso no te importa?
- Como escuché una vez: “La vida no es más que un largo suicido.” Aunque puede que a veces no sea ni tan largo.
-Esa es, sin ánimos de ofender, una manera bastante mediocre de ver la vida.
-Tus palabras no me ofenden. Hay veces que la vida no deja espacio más que para la mediocridad.
-¿Sabiduría callejera?
-Ay, ¡cállate!- espetó el joven, empezando a alterarse-. Los cigarros no hablan. Tú como que estás aliñado. Ya sabía yo que esa vieja del abasto tenía malas mañas.
-Claro, échale la culpa a la pobre vieja. Yo bien sé que a veces escondes en mi caja a individuos hechos a mano, generalmente por ti, y no son de tabaco precisamente.
-Ellos me ayudan a pensar.
-No hay nada más mediocre que alguien que alguien que consume sustancias que “le ayudan” a pensar, porque se subestima demasiado como para intentarlo sobrio.
-Lo que me faltaba: ¡un cigarrillo que además de parlanchín es un filósofo consumado! ¡Habráse visto!
-¿Por qué fumas?
-Para darle un propósito a tu vida, quizás.
-Ah, ¡pero qué altruista!
-Baja la voz.
-¿Estás tan loco que discutes hasta conmigo, un cigarrillo? Con razón tus amigos ya no te soportan.
-Los cigarros no se supone que hablen. ¡Haz silencio!
-Si no hablamos, ¿por qué me respondes?
- Porque estás hablando.
-Entonces, querido amigo, te contradices.
-No es que te vayan a dar un Premio Nobel de ciencia por descubrir que me contradigo: soy humano.
-Claro. Ese es el problema de vosotros, los humanos: intentáis explicar vuestra estupidez poniendo como argumento la propia condición de humanos.
-Te pareces a una amiga que es activista en pro de los animales.
-Soy un cigarrillo, no me importan los animales.
-Entonces, cállate- propone el joven expulsando una bocanada de humo hacia el frío viento que sopla desde el este.
- ¿Te molesto?
-Bastante, sí.
-Es porque estás loco. Un cuerdo no me escucharía.
- De loco todos tenemos algo.
-Un loco moribundo, eso es lo que eres. Con cada inhalación de mi contenido mueres un poco, te restas un día de vida.
-¡Que moriremos todos! Ya sea de cáncer o arrollados por un camión. Moriremos. La vida, gracias a quien sea, no es eterna. Lo único inevitable y seguro es la muerte.
- De seguir así, tu muerte cabalga cerca.
-También la tuya, hace ya cuatro minutos que te encendí. Si mis cálculos no fallan, lo cual es poco probable, dentro de tres minutos no serás más que otra colilla en la grama.
- Tú un cadáver bajo tierra o un montón de cenizas lanzadas al viento y que la gente olvidará después de poco tiempo.
-Claro, porque de seguro tu madre te echará de menos cada día de su vida. Al igual que tus diecinueve compañeros de cajetilla, ¿no?
-Eres la persona más terca que existe.
-Me temo que para defenderme de eso no me queda de otra que refugiarme en mi condición de humano, una vez más.
-Tan predecible. Si en algo eres bueno, es en eso de ser humano.
-Al menos no soy un completo desgraciado sin talentos.
-Ves, es justamente eso lo que da tristeza: como tú hay muchos, jóvenes talentosos, que se aferran a cosas innecesarias como las drogas.
-Mira, para que me regañen están mis padres y todo el resto del mundo que considera que todo lo que hago está mal. De verdad, limítate a ser fumado y cállate.
-Te preguntaré una vez más, ¿por qué fumas?
-Coño, ¡ya basta! Fumo porque me viene en gana. No le hago daño a nadie más que a mí mismo fumando. No entiendo por qué la gente se hace tanto rollo mental por eso.
-¿Y qué hay de los fumadores pasivos?
-Si a alguien le molesta el humo, que se aleje de mí o que me pida educadamente que me aparte. No es que sea la única faceta de sus vidas en la que muestran un comportamiento pasivo. La pasividad es el cáncer de la sociedad.
- ¿Y qué hay de la capa de ozono?
-Pues conozco a unas cuantas doñas que le hacen más daño a la capa de ozono cada vez que se peinan, de lo que podría yo jamás hacerlo con mis veinte cigarrillos diarios.
-Eres terco.
-Eres una ladilla.
-Te prometo que si logras crear una comparación entre tu vida y la mía, que tenga algo de coherencia, dejaré de atormentar tu mente.
-Pues muy fácil: Verás, tu vida es muy sencilla. Al “nacer” estas completo, puro, con todas tus partes. Tú en realidad eres indefenso, pero estás hecho de un contenido nocivo. Una vez que algún bastardo inescrupuloso te enciende, empieza a despojarte de tu contenido nocivo y se aprovecha de él, es decir te usa. Te consume hasta que no eres más que un pedacito de filtro arrugado y maloliente, se deshace de ti y al poco tiempo va a por otro.
-Sí, esa es nuestra vida, pero ¿qué hay de la vuestra, los humanos?
-Es exactamente lo mismo: cuando nacemos estamos completos, puros, generamos hasta ternura, con ese conjunto de elementos que nos compone. Somos indefensos hasta que descubrimos el componente nocivo que contemos, la maldad. Conforme vamos creciendo, las personas a quienes encargamos nuestra “educación” van moldeando, o al menos lo intentan, nuestra maldad de manera que se convierta en algo productivo. Porque no hay nada más humano que la maldad y el que quieran moldearla a su gusto.
-Y, ¿entonces?
-Bueno, cigarrillo bruto, que después de cierto tiempo de gente aprovechándose de tu maldad interna te vas desgastando, cada día un poco más; hasta que no eres más que una colilla, fea, desgastada, inútil. Te desechan y buscan otro humano a quien intentar modificar. ¿Y tú? Un cadáver olvidado bajo tierra, como los cientos de colillas que quedan olvidadas en la grama.
-Triste, pero cierto.
-Nadie dijo que la verdad tenía como premisa el ser agradable.
-Si. Supongo que tienes razón, humano terco.
-Bueno, cigarrillo impertinente, es hora de que me dejes en paz. Aspiraré una última vez de tu nocividad y me dejarás en paz, ¿correcto?
-Así es, humano. Pues, que te vaya bien.
-Igual a ti- se despidió el joven justo antes de introducir el ya muy pequeño cigarrillo, darle una última aspirada, botar el humo hacia la noche poco estrellada y lanzar la colilla al suelo. Pisándola más de una vez, por si las dudas.

Au revoir, terrícolas.

L' Angelček .

8 comentarios:

Luis Alejandro Ruiz dijo...

¡Vaya! ¡Angelo! ¡Me quito el sombrero!... En verdad está excelente la crítica humana y la reflexión de vida a través de una escena en la que se te puede personalizar perfectamente...

Sin duda una de tus mejores ~
Bisoux

Anónimo dijo...

Si te lanzan por ahí, tranquilo, yo te reCOJO.

J

Manolo Grande dijo...

Me encanta. De verdad una redacción maestra, y más el contenido reflexivo. El escenario inspirador.

Leer tu blog es siempre un momento de altura.

Vallenoti dijo...

Muy interesante el contexto en el que envuelves una adicción y como le agregas un toque de fantasía, pero eso no le quita lo real que es.

Me gusta mucho este Blog.

Anónimo dijo...

Buena historia. Son cosas q yo he pensado cuando veo el humo salir de mi boca

E. dijo...

La disfruté, Babe. Qué buena! Hasta quiero fumar.

Marco Aurelio dijo...

Porque nadie sabe más razones por las cuales no debería fumar que la persona quien fuma.

Inusual y genial.

IAMTHEANGELNEGRO dijo...

muy bueno!