"¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces, si dices la otra mitad."
Antonio Machado
Despertó con la aurora y vio que su acompañante estaba en el lado extremo de la cama, enredado en sábanas. Dormía profundamente y tenía su grueso cabello desordenado. Él no pudo más que sonreír al verle.
Se levantó muy cuidadosamente de la cama y se duchó y arregló en el mayor silencio posible. El uno seguía durmiendo, imperturbable.
Tenía que trabajar. Este era uno de esos días en los que aborrecía más y más su empleo. Hubiera deseado poder quedarse en la cama con el uno.
Despertó con el pálido sol del mediodía, que se colaba tímido por las ranuras de la persiana, moderadamente abierta. Se volvió a su lado y no vio más que una pila de almohadas.
-Pero, ¿qué dem…?- preguntó al viento, recordando súbitamente que el otro trabajaba y que de seguro se había ido hacía unas cuantas horas.
Recostó su cabeza en una de las almohadas apiladas a la derecha. Aún tenían, las almohadas, su aroma, el del otro. Al cabo de unos minutos, se levantó, perezosamente, del lecho y se dirigió al baño. Recordó que la noche anterior se había acostado, además de atontado, sin cepillarse los dientes; es decir, que su cepillo estaría aún en su equipaje; es decir, que su aliento no era más agradable que el de un león, en ese momento. Buscó entre sus pertenencias y llegó a la conclusión de que había extraviado su cepillo, fuere en un avión o en un aeropuerto, lo había extraviado. Pensó que tendría que registrar las cosas del otro, para ver si encontraba algún cepillo nuevo que él pudiera usar.
Le encantaba la idea de tener una razón “válida” para husmear entre las gavetas del baño; era muy curioso.
El baño era pequeño, como el resto del apartamento. Todos los muebles eran de color beige y el área de la ducha, estaba delimitada por una pesada puerta corrediza de vidrio, completamente transparente. En su opinión, esa puerta era muy sensual. Como el apartamento se encontraba en la última planta del edificio, en el techo del baño había una pequeña claraboya, en forma de cúpula.
Comenzó, entonces, a buscar en los estantes algún cepillo de dientes nuevo. Había, en ellos, un sinfín de productos y cosméticos para el cuidado personal: desodorantes de aerosol, de barra y de roll on; había diferentes marcas de dentríficos , geles de afeitar y geles para después del afeitado, afeitadoras de tres hojillas y varios respuestos para estas. Curioso este hecho, pues Miha era casi completamente lampiño, por no decir imberbe. Había, también, gel de ducha y unos cuantos envases de champú y acondicionador.
Luca abrió todos los envases y olió todos sus contenidos. El aroma de ellos en unidad, le llevaban a la noche anterior y sentía el olor del otro. Leyó todas las etiquetas, aunque algunas estaban escritas en idiomas no conocidos por él. Aun así, intentó, al menos, reconocer los idiomas.
Aunque se entretuvo por un buen rato husmeando y revisando los estantes, no encontró lo que buscaba: el cepillo de dientes. Pues, se decidió a usar el cepillo del otro, pensando en que sabía cuál había sido el último lugar donde había estado su boca.
Luego de cepillarse, tomó una ducha, no muy larga, porque le aburría estar bajo el agua mucho tiempo. En la ducha había una pequeña ventana, a través de la cual podía ver la urbanización enclavada en esa “ciudad” del septentrional país. Le gustaba ver el paisaje semi urbano mientras se bañaba. La imagen ante sus ojos, se le antojaba agradable.
Una vez vestido, fue a la cocina y buscó algo para desayunar. No era especialmente bueno en la cocina y como todo lo que encontró era a prueba de tontos, decidió sencillamente fumar un cigarro a forma de desayuno, en la ventana, como le había pedido Miha.
Luego de una hora, se encontraba completamente aburrido. Odiaba ver televisión, no veía ninguna computadora que pudiera usar y no había llevado libro alguno; así que decidió dar un paseo. Turistear, como dirían en su país.
Eran las tres de la tarde. El clima era, más que frío, templado. Había mucha brisa, que le desordenaba, más, el cabello.
Caminó por un rato, algo decepcionado, porque de verdad no había mucho que ver. La gente era pálida, en ese lugar. Él desentonaba un poco, porque su piel era mucho más colorida o colorada. Como quieran llamarlo.
Vio un relámpago encenderse fugazmente en el horizonte y se detuvo en seco. Jamás había visto un relámpago semejante y jamás había escuchado un trueno de tal magnitud como el que le siguió. A los pocos minutos, empezó a llover; primero moderadamente, luego se convirtió en un aguacero.
La gente a su alrededor corría, pero él simplemente dejaba que la lluvia lo mojase. Al menos eso hizo por unos minutos. Hasta que el frío caló por completo en sus huesos y empezó a buscar refugio. Curiosamente, tuvo que caminar un buen rato, empapado, hasta encontrar un restaurante que, aunque pequeño, se veía lujoso. Sabía, de antemano, que no le dejarían permanecer ahí si no consumía, así que decidió almorzar, mientras dejaba de llover.
Estaba empapado, sus ropas y cabellos escurrían agua.
-¿Mesa para cuántos?- preguntó un mesonero que no sería un año mayor que él.
-Para mí, nada más.
-Está usted empapado, monsieur.
-Vamos. No debes ser tan educado conmigo. Debemos tener la misma edad. Y sí, agarré todo el aguacero para mí solo. ¿Hay alguna zona de fumadores?
-No. En este país está prohibido fumar en negocios y locales.
-¡Estupendo!
Se sentó en una mesa cercana a la ventana, a través de la cual podía ver aún la lluvia copiosa y constante. Él seguía empapado y se dio cuenta de que su franela era blanca, así que tenía, prácticamente, el torso desnudo. Se secó un poco la cara y los brazos con una servilleta de tela.
Ordenó lo primero que encontró en las “sugerencias del chef”, sin reparar mucho en qué consistía el plato. Para su sorpresa, la comida estaba sencillamente divina. Tanto que no pudo terminárselo. Pensó que tendría que llevar a Miha a probar eso.
Poco tiempo luego de poner los cubiertos a las cuatro y veinte, el camarero se acercó.
-¿Qué tal?
-¡Excelente!
-Pero ni lo terminó.
-Estoy atiborrado- mintió.- El chef de acá ha de ser una eminencia.
-Hablando de eso, señor…
-Luca. Simplemente Luca, sin el señor.
-Luca, sí. Hablando de eso, Luca, el chef ha de haber encontrado algo especial en usted, pues me ha impedido cobrarle la cuenta.
-¿Qué demonios?
-No pareces muy contento con la idea.
-Al contrario, amo las cosas gratis. Pero, ¿qué podría haber encontrado el chef en mí?
-Es un tipo muy raro él, algo excéntrico. Me dijo que te ofreciera un digestivo, mientras él salía para conocerte.
-Wow. Bueno, de acuerdo.
-Te traeré el más exótico de nuestros digestivos.
A los cinco minutos, se apareció el camarero con un licor que era tan común en el país del uno, como el mal tiempo en el país donde vivía el otro.
“Exótico, sí que sí” penso el uno, mientras tomaba el dulce licor, esperando ansiosamente por el tal chef.
-¿Por qué estás tan mojado?
-¡Miha! Eres tú el chef.- dijo el uno dándose vuelta al reconocer la voz del otro a sus espaldas.
-Menos mal soy yo, o te hubieras ido con cualquier otro chef que te encontrase fascinante.
-¡Oh, calla!
-¿Te gustó lo que preparé?
-Nunca había probado algo mejor.
-Eres un adulador.
-¡No! Se lo comenté al camarero antes de saber que eras tú el chef.
-Deberíamos volver al apartamento. No quiero que te resfríes.
-Pero si ni hace frío.
-Porque acá dentro hay calefacción, genio.
-Oh, claro. Lo supuse.
-Dejé el carro en casa, en caso de que quisieras utilizarlo.
-Jamás conduciría tu auto.
-¿Por qué?
-Porque en este país el volante está del otro lado.
-¿Y…?
-Y porque soy un pésimo conductor.
-Menos mal eres sincero.
Salieron del restaurante y caminaron de vuelta a casa. Eran unas seis cuadras.
Ya no llovía, pero había una fuerte brisa que congelaba a Luca hasta los huesos.
En algún momento del camino, el uno decidió que el otro estaba demasiado seco para su gusto, así que empezó a saltar en un charco y mojó a Miha.
-¡Maldito!
-¡JAJAJAJAJA!
-¡Te voy a matar!- gritó el otro persiguiendo al uno.
Corrieron un buen trecho. El uno llevaba algo de ventaja, pero sus pasos eran torpes y se cansaba muy rápido, así que el otro le alcanzó rápidamente. Empezaron a mojarse y lanzarse barro.
Terminaron riendo, como dos infantes, y llegaron al apartamento sucios, mojados, fríos y con el pecho agitado.
-Mira, en esta cesta había paraguas. Tenlo en mente para la próxima. Son necesarios, casi a diario, en este país.
-Oh, ni reparé en la existencia de esa cesta. ¿Por qué hay tantos?- preguntó el uno, notando que había unos quince paraguas de diversos colores y tamaños.
-Los colecciono. Tengo más en el armario. Me gusta combinarlos con mi ropa.
-¡Qué tontería!
-¿No son necesarios en tu país?
-Claro que sí. Tenemos una temporada en la que llueve muchísimo. Pero yo siempre olvido tomarlo y vivo mojándome. No me importa mucho.
-Eres un desastre, un lindo desastre- dijo besándole la frente.- ¿Quieres tomar una ducha?
-Sí. Contigo.
-Pensé que el “conmigo” estaba implícito.
Pronto se encontraron desnudos, bajo la ducha y rodeados por una densa nube de vapor.
Miha bañó a Luca como si fuera un niño pequeño: aplicó champú y acondicionador en sus cabellos; enjabonó todo su cuerpo, hasta detrás de las orejas y también su zona noble, que respondió con rapidez.
Luca sentía las manos jabonosas del otro por todo su cuerpo y hacía esfuerzos sobrehumanos para no perder el control. Tenía un cuerpo muy sensible y todo le producía cosquillas.
Aunque hubo un momento de tensión, sexual, ambos se controlaron y se dedicaron solo a bañarse.
-Parece que alguien estuvo revisando las gavetas, o hubo un terremoto mientras no estaba.
-Es que olvidé mi cepillo de dientes y buscaba uno.
-Puse uno nuevo justo al lado del mío.
-Ay, no lo vi. Lo siento.
-Eres verdaderamente desordenado.
-¿Yo? ¡NO! Tú tienes un trastorno compulsivo con el orden.
-Es más como que tú tienes una obsesión con el desorden.
-Sí. Eso tiene mucho sentido- dijo riendo y dándole la espalda para salir del diminuto baño.
Empezó a buscar qué ponerse. En su maleta solo encontraba jeans y él quería algo cómodo.
Le miraba, desde el umbral del baño, aún en toallas, mientras buscaba qué ponerse y reía, pues Luca parecía muy concentrado en desorganizar su equipaje por completo.
-Creo que no traje pijamas. ¿Tendrás una que me prestes?
-¿En dos maletas, no pudiste traer UNA pijama?
-¿Eres sordo o te haces?
-No eres muy simpático, ¿sabes?
-Sí…
-Por tu antipatía, tendrás que quedarte en paños menores.
-De acuerdo- dijo con una sonrisa odiosa en su boca, poniéndose unos calzoncillos y una franela sin mangas. Tenía mucho frío, pero era más fuerte su orgullo.
-Nunca me dijiste, por fin, qué traes en la otra maleta.
-Ah, ven. Te enseño.
Abrió la maleta y el otro pudo ver en su interior un montón de cosas, meticulosamente ordenadas: había, al menos, cinco botellas de vino, botellas de aceite, ropa, cervezas, libros, chocolates, quesos…
-¡Me dijiste que no habías traído más ropa!
-Porque nada de esto es mío. Todo es tuyo, solo que no tuve tiempo de envolverlo en papel de regalo.
-¡¿Qué?!
-Excepto las botellas de vino, claro. Esas sí tendrás que compartirlas conmigo-dijo sin darle mucha importancia al asunto.
-¿Por qué trajiste tantos regalos?
-Es en mi país una costumbre llevar regalos cuando visitas a algun ser querido. Imagínate si es un ser amado.
-Pero debes haber gastado mucho dinero.
-No mentiré: mi tarjeta de crédito quedó algo comprometida.
-No tenías que hacerlo.
-Cállate y revisa lo que te traje.
-Haces el más dulce de los detalles, siendo el más ácido de los acompañantes.
-Ay, ¡ven, ven!- dijo con voz de niño y abrazándole por la espalda mientras el otro sacaba cosas de la maleta.
Luca le explicaba poco a poco la razón de cada cosa, porque todo tenía una razón.
-Esta franela, porque es púrpura y te debes ver muy bien con ese color; y esta porque, casualmente, tiene una M y una L dibujadas, cursi, ¿no?; este vino…. Este es mi queso favorito… el chocolate de mi país es el mejor… esto lo bebemos en verano…
-Espera un momento. ¡Estas cervezas no son de tu país, son del mío!
-¡Genio! La cerveza nacional apesta y vi que éstas decían “Made in…” como sea que se pronuncie y las compré.
-Eres perfecto.
-Si el alcoholismo te parece perfecto, entonces sí.
-¿Un delantal?
-¿No eres chef, pues?
-Por eso, tengo miles.
-Pero éste es especial. ¡Ábrelo!
Al abrir el delantal, vio que tenía estampado el cuerpo perfecto de alguna escultura en mármol.
-Sí. Lo compré en una tienda de souvenirs. Me pareció hilarante.
-Bueno, trajiste comida. Supongo que cocinarás.
-Claro. Por eso, si te fijas, traje mi propio aceite de oliva, porque el de mi país es el mejor.
-Fanfarrón.
-Hasta la sepultura.
Miha escuchó, desde el cuarto, como el uno golpeaba cosas y hacía un desastre en su preciada cocina; también escuchó una que otra maldición y algo de vidrio que se rompía.
-¡Voilà!- dijo Luca al cabo de unos treinta minutos.- Lo único que sé hacer. En el pueblo de mi madre lo comen en pascua y lo llaman “El plato de los pobres” porque lleva solo pan, tomates y aceite.
-¡Está buenísimo!
-Eres el ser más mentiroso del mundo.
-No miento- dijo sin poder mirarle a los ojos.
-Claro que sí. Lo hice mal a propósito. La cena está servida, en el comedor.
-¡Juegas sucio!
-Nunca le mientas a un mentiroso.
-Pero de verdad no estaba tan malo...