Ella es la naranja, que yace postrada ahí, en la cesta de frutas del mesón. Esta cesta representa para ella algo muy parecido a lo que representa la silla eléctrica para un condenado, pues sabe que de un momento a otro será devorada y su existencia habrá finalizado abruptamente.
Ella, la naranja, resalta de forma descarada y tentadora, debido a su brillante color y su forma sensualmente redonda, de sus otros sosos y pálidos compañeros de cesta: el señor níspero y La Orden de las Hermanas Uvas de la Consagración. Ella sabe que su belleza táctil, pues es más agradable al tacto que la rugosa guanábana; su llamativo color, mucho más brillante que el trillado rojo de la pecadora manzana; y su desenfadadamente ácido y a la vez dulce sabor, hacen de ella la presa más fácil del bastardo humano, quien planea tener una saludable merienda a eso de las tres de la tarde.
La naranja espera en un amargo silencio, maldiciendo al creador por haberla hecho tan brillante, suave, redondeada, dulce y llena de vitamina C, que venga aquel vil hombre a despojarla de su lustrosa piel y la devore sin compasión alguna.
Au revoir, terrícolas.
L'Angelček
PD: Me arriesgo a afirmar que esto es lo más inverísimil que he escrito jamás. Gracias a Bahamonde y sus descripciones extrañas.