lunes, 3 de agosto de 2009

Sábado

¡Estupendo! No fue un sueño. Al despertar sigo a tu lado, seguimos abrazados y tengo prisa porque despiertes y continuemos con esta aventura que inició hace unas horas.
Despiertas con una sonrisa inocente, de esas que solo salen cuando aún no se está consciente de lo que se hizo la noche anterior, o de lo que se hará en el día que apenas comienza.
-Buenos días.
-Buen día, amor.
-¿Qué hay para hoy?
-¡Venga! Se pierde mucho tiempo al preguntar, en marcha.
Al salir del hotel, el cielo está nublado y la neblina llega al piso. De nuestras bocas sale con cada exhalación una bocanada de humo blanco, casi como el humo de un cigarrillo. Hace mucho frío.
Enciendo un cigarrillo y, como era de esperarse, me regañas diciéndome que eso me dará cáncer, me dañará el corazón, los pulmones, las arterias, y hasta el útero que no tengo.
-Hoy nada nos hace daño amor, ni a ti ni a mí. Hoy somos inmunes.
-De todas formas, odio que fumes
-¡Calma!- digo entre risas mientras lanzo una espesa bocanada de humo.
-¿Adónde vamos?
-Es una sorpresa, lo he dicho ya.
-¡Joder! Eres imposible.
-Lo sé, cariño. Lo sé.
-Debo admitir que te ves sexy cuando fumas.
-Eso también lo sé- digo inflando el pecho.
-Eres un cretino.
-Igual me quieres, ¿no?
-Más que al sexo- dices y me das un fuerte beso en la boca.
-Yo te amo- te sonrojas.
Hemos ya caminado por aproximadamente una hora y el día empieza a levantarse, parece tan perezoso como nosotros. Ya se ve el cielo brillante y a nuestro lado empiezan a aparecer pequeñas casas altas y coloridas Veamos qué tan atento puedes llegar a ser…
-¡Esto ya no es München! O sea, es diferente.
-A ti sí que no se te escapa nada- digo entre risas.
-Y entonces, ¿dónde estamos?
-Pues, acabamos de hacer nuestra entrada triunfal en una de mis ciudades favoritas, de las no muchas que conozco: ¡Ámsterdam!
-¡Ay, madre del amor hermoso!
La ciudad es verdaderamente hermosa, llena de pequeñas calles de piedra, con miles de pequeñas, altas y coloridas casas a cada lado del camino; atravesada por los famosos canales, donde los turistas dan paseos en pequeñas embarcaciones.
Caminamos durante varias horas, conociendo y visitando los lugares más importantes: La casa de Anne Frank, el Rijksmuseum, Van Gogh Museum, El Dam, algunos Coffe shops, el Concert Gebouw, El museo de cera... lugares varios a los que es necesario echarles aunque sea una ojeada.
Aproximadamente al mediodía, nos sentamos en esa especie de jardín que está en frente al Rijksmuseum a comer cualquier cosa.
-No sé cómo lo haces, pero esto es sorprendente.
-Digamos que yo soy algo así como una caja de Pandora, ni yo mismo sé cuál será mi próxima gran idea.
De repente oigo ese sonido que, generalmente, me molesta y hoy obviamente me molesta aún más: el repique de tu celular. Tienes una llamada entrante.
-¡Suelta ese aparato!
-No puedo, debo contestar. ¡Es mi madre!
-Si te vas a meter en un problema, ¡pues que sea en uno grande!- al decir esto salto encima de ti y forcejeo un poco para quitarte el celular, tus muñecas ceden, ahora lo tengo yo y salgo corriendo para que no me atrapes. Ahora tú me persigues y la gente se nos queda viendo. Yo me rio de una manera un poco histérica, esto de la adrenalina no me hace bien. Finalmente, llego a una linda fuente y lanzo tu teléfono al fondo de la misma. Tu cara es un poema. Para que no te molestes, tanto, lanzo el mío también.
-Te dije que hoy eres solo para mí. Luego hablas con tu madre y le inventas cualquier excusa.
No te queda más que sonreír. Luego del percance de los teléfonos móviles, seguimos caminando y conociendo, sonriendo como si nada hubiera pasado, y es que de verdad ni siquiera le diste mucha importancia. Sí, yo se que fue un ataque de impulsividad, también sé que debo controlar mi impulsividad; sin embargo, es la impulsividad la que me lleva a hacer este tipo de locuras que he hecho este fin de semana y me molestaría muchísimo que alguien, cualquiera, osara interrumpir nuestro fin de semana perfecto. Así que, adiós teléfonos.
Creo que es primera vez que me ves tan callado y es que no quiero que mi estrepitosa voz interrumpa el sonido que nos regala este lugar hoy. Quiero que el ruido de los carros, las campanillas de las bicicletas, las voces entrecortadas y hasta el goteo de la lluvia que empieza a caer, se quede hoy en tu memoria y para siempre. Ya sea que estemos juntos hasta el fin de nuestros días, o que terminemos después de pocas semanas, quiero que recuerdes este día como aquel en el que fui solo tuyo y tú solo mío; el día en que dejé todo de lado y me dediqué a ti solamente; el día en el que me encargué de hacerte feliz y fui feliz yo mismo al ver que lo logré. Quiero que recuerdes no solo los sonidos, sino también las imágenes, las caras de los transeúntes, los colores de las calles y las casas. Colores, colores, muchos colores, que se aprecian bajo una nueva perspectiva debido a las sustancias que en este país son legales.
Observamos cómo pasa el tiempo muy lentamente y las imágenes toman un concepto completamente nuevo. Todo es más intenso y más brillante. Los colores tienen hoy otro tono más brillante y la vida parece ralentizada. Nos sentamos en un banco, muy juntos, con la vista perdida en el horizonte holandés, viendo como el tiempo pasa suavemente ante nuestros ojos, o aunque sea eso creemos en estos momentos…
Una vez en pleno uso de nuestras facultades mentales, es hora de partir a nuestro próximo destino
-¿Adónde vamos ahora?
-Calla y espera. Pensaba que el impaciente era yo.
-También puedo serlo.
-Mal por ti- rio y tú pones cara de pocos amigos.
Nos digirimos a la “Centraal Station”, en el centro de Ámsterdam, donde tomaremos un tren con vía a la ciudad del amor, pero tú aún no lo sabes.
De muchas ciudades en el mundo esta es, quizá, la más célebre, la más nombrada. Creo que justo por eso evité un poco venir hasta acá, aunque al final cedí. Es la primera vez que ambos venimos a este lugar, y al ver a lo lejos la Tour Eiffel, me digo a mí mismo que aquel sabio amigo tenía toda la razón: “Paris sera toujours Paris”.
-Bienvenue, mon amour.
-¡Mierda!
-Al parecer dejaste el vocabulario en Caracas- te reprocho, pero me quedo callado a tu lado mientras veo como tus ojos quieren escapar de sus respectivas órbitas una vez más.
París a las tres de la tarde es hermosa, como debe serlo a las cinco, a las siete y a medinoche.
Caminamos recorriendo vagamente Les Champs Elysées y la Tour Eiffel y L’Arc du Triomphe y muchos otros lugares que son famosos, pero no me importa la historia ni los museos, me conformo con contemplar tu rostro durante todo nuestro recorrido.
Luego de un largo paseo por la ciudad nos sentamos en una plaza cualquiera a tomar una bebida cualquiera, mientras te confieso que me gusta golpearte y así tener una excusa para hacerte cariño luego en donde te golpeé; te confieso que me gusta que te molestes conmigo y así tener una excusa para ser dulce contigo y pedir disculpas; te confieso que me gusta cuando estoy contigo, porque puedo sentirte, pero que me gusta también cuando estamos lejos, porque así puedo extrañarte; te confieso que me gusta cuando hablas y cuando callas; te confieso, además, que me gusta cuando sudas, porque amo el salobre sabor de tu cuerpo; te comento que me gusta cuando tienes frío, porque así tengo una razón para abrazarte; sin embargo, me gusta cuando tienes calor, porque así tengo una mejor razón para desnudarte. Te cuento también que me gusta tu sonrisa y el tono de tu voz; el olor de tus cabellos y el sabor de tu espalda. Te explico que me gustas tú y me gusto a mí mismo cuando estoy contigo, porque calmo un poco mi ansiedad y soy capaz de disfrutar el silencio más prolongado y a la vez puedo armar el escándalo más estrepitoso, simplemente porque contigo me armo de paciencia y la pena es algo que me abandona desde el mero momento en el que te veo. Contigo puedo disfrutar del sol y de la lluvia, del cielo y del infierno, todo al mismo tiempo y en el mismo lugar.
-Son solo algunas cosas que quería que supieras- mis mejillas se vuelven rojas y es que no es fácil para mí decir tanto.
Silencio sepulcral, peor lo disfruto mientras contemplo el acuoso brillo de tus ojos bajo el pálido sol de octubre.
Subimos a lo alto de la Tour Eiffel y vemos París a nuestros pies, con sus estrechas callejuelas y el Sena en esplendor.
-Me gustaría regalarte el mundo- me dices
-¿Para qué quiero el mundo, si con que me permitas habitar en tu mundo soy feliz?
-Eres lo máximo.
-No, ¡qué va! Tú lo eres, al menos para mí.
Mientras culmina la tarde y los rayos del sol agonizante nos iluminan la cara te comento que esta noche hemos sido invitados al teatro y luego a un baile de sociedad, que como idealistas que somos decidimos que será en honor a nuestra visita a la ciudad. Te comento también que ya tengo listos nuestros atuendos y que no debes preocuparte al respecto.
Una vez en nuestra habitación de hotel tomamos juntos una larga ducha y nos ponemos nuestros elegantes atavíos, listos para deslumbrar a la gente. ¡Par de guapetones!
-Taxi!
-Bonsoir, messieurs. Où allez vous?
-Au théâtre, s’il vous plaît.
-D’accord.
En el teatro vemos una obra cualquiera, bastante entretenida, pero no lo suficiente para captar mi atención, estoy demasiado ensimismado viendo tu expresión conforme se desarrolla la obra. Es divertido ver cómo cambia tu expresión según se mueven los artistas y cambian las luces en el escenario, estoy divirtiéndome mucho. Al cabo de un par de horas la obra finaliza y es momento de dirigirnos al previamente nombrado baile. El salón donde se llevará a cabo queda a pocas cuadras del teatro y llegamos rápidamente. Al llegar nos presentan a varias personas y nosotros saludamos de manera cortés y con sonrisas un poco fingidas, ¡la diplomacia nunca está de más! Un mesonero nos ofrece champagne y ambos tomamos una copa y brindamos, por nosotros, naturalmente. Algunas parejas bailan ya en el gran salón y yo he tomado aproximadamente diez copas de champagne, o como me gusta llamar a las bebidas alcohólicas “deshinibidores”. Es hora de bailar. Tomo tu mano y te llevo hasta el centro del gran salón, una vez ahí pones tu mano en mi hombro y yo la mía en tu cintura. ¡Y un, dos, tres, cuatro! Siento algo de calor, ha de ser la champagne, además la música parece ir cada vez más rápido y por consiguiente yo voy dando vueltas más y más rápido… y más rápido… y más rápido… y aún más rápido… y ¡al suelo! Pierdo el equilibrio y caemos los dos de manera estrepitosa. Si seguimos con este ritmo de vida te llevaré en ambulancia a tu casa el domingo. Yo no puedo aguantarlo y suelto una bullosa carajada, haciendo que todos los estirados franceses volteen a vernos en manera de reproche. Nos quedamos un segundo tirados en el suelo, como esperando poder organizar bien nuestras ideas. De pronto llega un señor y nos pide que, por favor, abandonemos el recinto, que no somos ya bienvenidos después de semejante espectáculo. Pues me levanto de golpe y me retiro con la cabeza bien en alto y contigo siguiéndome “¿Qué se habrán creído estos franceses?”
-Lo siento- te digo al salir un poco apenado – Siempre te hago pasar estos bochornos por mi estrepitosa forma de ser.
-No te preocupes, amor. Sé que no te gustan este tipo de cosas con tanta elegancia. Además, mira lo que logré obtener- dices mientras sacas de tu chaqueta una botella de champagne.
-¡Este tipo de cosas de me hacen quererte aún más!- digo sonriendo de oreja a oreja.
-Caminemos, la noche es joven.
Y así empezamos a caminar por las calles de París, mareados y cantando pedazos incongruentes de canciones que conocemos a medias.
“¡Paris la nuit…!”
Dando tumbos a través del largo camino y mojados hasta los tuétanos, debido a la inclemente lluvia nocturna, llegamos al hotel, por demás ebrios. La chica del lobby nos ve y no puede evitar sonreírnos mientras le pedimos nuestra llave, al parecer somos una vez más un par de extranjeros excéntricos con problemas de bebida, eso me encanta. La habitación nos llama desesperada, pero las ganas son demasiadas y no aguantamos a llegar a ella. Al momento de que se abrieran las puertas del ascensor ya estábamos los dos semi desnudos sumidos en un profundo beso. No hace falta describir lo que pasó en la habitación, bastaría con resumir que no hubo lugar en ella que no fuera testigo de nuestra pasión, ni siquiera el balcón…
Esta vez eres tú quien se sumerge en un profundo sueño acostado en mi pecho.
-Buenas noches, terrícola- te digo y tú respondes algo entre susurros que supongo es un “Buenas noches”- Hasta mañana, domingo.
L’Angelček

6 comentarios:

Anónimo dijo...

QUE QUIERES QUE TE DIGA?
SI LO LLEVAS A LONDRES EL DOMINGO, SERÁ EL FIN SE SEMANA PERFECTO!

De verdad no puedo decir nada. Leí y quede así: ":)", así que imaginate mi cara y ya.

TE AMO
LOS AMO

J

Gustavo dijo...

Me gusta mucho tu redacción y como te expresas, las historias son muy interesantes.

Anónimo dijo...

Angelo
de todas esta ha sido la historia que mas me ha gustado.

Desde que empecé a leerla no pude despegar la mirada

Ya espero a leer el -Domingo-
mwah

Erick A.

Little Sneaky Toy dijo...

Amé la descripción acertada de los Franchutes, que por cierto hoy le estaba chanceando a uno y cayó! xD... BTW, sólo puedo decir que ésta entrada fue hermosa e impecable!

Unknown dijo...

Con una ilusión y unas ganas tan terribles, el mundo cae a nuestros pies con un suspiro que brote imaginación!

Anónimo dijo...

babe :) amé mal esta historia, ya siento q leo un libro y me visualizo todo <3 ....y obviamente ya quiero leer Domingo :)