“A veces, me pregunto si recuerdas la primera vez que nos vimos; la novedad del olor de cada uno, el sonido nuevo de mi voz en tu oído, la primera charla tímida y sin mucho sentido, sólo para romper el hielo.
Yo, de vez en cuando, recuerdo muchas cosas que hoy parecen perdidas, junto con muchas otras cosas, en mi memoria: la primera vez que nuestros ojos se encontraron y la primera vez que te hice reír por algo.
¿Recuerdas, entonces, el primer beso cálido y casi robado, el abrazo en público y el camino escapando de la lluvia?
Yo aún recuerdo el haberme dejado llevar, el responder los mensajes que me enviabas de buenos días y hasta de ser yo el primero en escribir, justo después de despertar.
Hay noches en las que me voy a la cama con la idea de mi presencia vagando en tu cabeza, cuando te cuesta conciliar el sueño.
Me pregunto si recuerdas mi tono de voz y mi forma de hablar. Yo sí recuerdo tu voz medianamente ronca y tu particular acento.
Hay días en los que el recuerdo de mi abrupto adiós me tortura, hasta la locura. Hay otros, en cambio, en los que siento que tomé la decisión correcta. Hoy, por ejemplo, no sé qué opinar de mí mismo, con respecto a eso.
En un momento, pensé que todo lo que sentía por ti escapaba de mis manos y, aunque en esa época yo me dejaba llevar por mis emociones, tuve la duda de que pudiera manejar tanto siendo tan inmaduro. Sentí miedo.
Aún recuerdo ese primer encuentro. Fue todo lo que deseé durante mucho tiempo y sin embargo, no me atreví a alargar mi alegría por más de cinco días. No tuve el coraje para decirte nada en esa nota, que no fuera una sincera disculpa y una promesa de que volverías a saber de mí, si así lo deseabas. No cumplí mi promesa, lo siento.
Después de irme, no volví a casa, pues sentía que en esos pocos días contigo y en un país extraño, había descubierto un mundo nuevo, que me prohibía volver al que ya conocía. Podría decir que cumplí uno de mis sueños: recorrer el mundo, conocer sus gentes y sus culturas; incluso descubrí un talento en mí que se mantuvo oculto por mucho tiempo. Había un solo problema: era yo solo viviéndolo todo, aunque conocí mucha gente.
Siento que relato una historia de mil años, cuando no han pasado más de diez.
Nunca me atreví a mandarte los miles de correos electrónicos que redacté, ni las miles de postales que te compré. No sabía cuál sería tu opinión sobre mí. Supongo que hoy has de odiarme, o has de haberme olvidado. Yo, en cambio, nunca permití que tu presencia abandonara mi mente.
En estos diez años, he vuelto a casa solo dos veces. La primera fue hace cinco años, la segunda fue hace un par de meses atrás. Ambas vueltas tuvieron una duración muy corta, pues el mundo que creía mío se me pinta ahora muy diferente. No me siento parte de él, me siento excluido de la sociedad que me vio nacer.
Hubo un momento, hace no mucho, en el que pensé que te había olvidado. No recordaba tu nombre, ni de dónde eras; no recordaba tu aspecto, ni tu color de cabello. Te habías perdido en mi memoria. Tu nombre no aparecía en el crepúsculo, ni tampoco en el ocaso. Hasta que, por una de esas vueltas locas del destino, aparecí en tu país. Era ese, para mí, un destino prohibido. Había jurado nunca ir allá, pero como te había olvidado, olvidé también mi promesa. Sea como fuere, por invitación de unos amigos, llegué a ese lugar que me había prohibido yo mismo.
Durante el camino, no podía todavía recordarte; me sentía extraño, como si algo hubiera escapado de mi cuerpo. De repente, llegamos a un lugar que se me hizo extrañamente familiar. Era un lugar donde había un lago, en cuyo centro había una pequeña isla, dominada por una iglesia
Caminaba por una especie de malecón y me sentí cansado, aunque dormí bien la noche anterior; así que me senté en el piso y eventualmente me eché por completo a ver el cielo.
Todo sucedió de manera muy rápida, como un golpe repentino en la cabeza: estaba el lago y su isla; la iglesia y su campanario; el cielo y sus nubes; el viento y su susurro; estaba yo, mas no estabas tú.
Fue entonces que tu presencia se apareció ante mí, mucho más fuerte que nunca antes. Ella, tu presencia, me abrazó, suavemente y tu voz me habló en secreto al oído, repitiéndome sin descanso tu nombre y nuestra corta historia.
No pude levantarme, tuve que quedarme echado en el suelo, dejando que el viento me cobijara. De mis ojos escapaban lágrimas cálidas, solo que no eran de tristeza, eran de una rara alegría y también de una melancolía que jamás había experimentado antes. Escuchaba tu voz y sentía tus manos en mi cara. Cada ráfaga de viento estaba impregnada de tu aroma.
Era ése el lugar que siempre quise conocer, pero en ese momento supe que no se sentina igual a como esperé, porque aunque te sentía como una suerte de presencia incorpórea, no estaba la masa que compone tu cuerpo.
Me di cuenta de que ese no era mi lugar en el mundo, que ninguno de los lugares donde estuve lo fueron. Mi lugar es contigo.
Decidí correr hacia el aeropuerto, para embarcarme en una nueva aventura. Compré el primer pasaje que encontré hacia el país donde espero que aún vivas y al cabo de dos horas, me encontré a muchos pies de altura, volando hacia tu ciudad de residencia.
Estoy acá y espero que seas tú quien lee esta carta y no una solterona de cuarenta años con siete gatos.
Si eres tú quien me lee y decides, al menos, verme una vez más, estaré en los bancos que quedan cerca del muelle… te esperaré hasta la puesta del sol.
Siempre tuyo,
Luca.”
Leyó en silencio. La carta parecía haber sido escrita con premura y de forma insegura, pues estaba llena de tachones. La tinta era verde, casualmente. Ese era su color favorito. ¿Fue una coincidencia, o lo hizo adrede a sabiendas de su gusto por ese color?
La escritura era desordenada, tenía muchas florituras y se hacía difícil la lectura. Parecia como si hubiera escupido un montón de cuentos y razones en el papel, sin cronología alguna.
No sabía qué pensar. Esperó algo similar por muchos años, hasta que se cansó de la espera y enterró esos recuerdos. Nunca jamás le habló a nadie sobre ese que desapareció un día, sin dar explicaciones.
Cogió las llaves, no sin antes mira por la ventana: el cielo estaba naranja. No faltaba mucho para el ocaso.
-¿Miha, adónde vas?- preguntó una voz inquisitiva desde la habitación.
-Eh… voy a comprar… eh… pizza.
-¿Pizza?
-Sí, pizza. Tengo antojo.
-Estás loco.
-Chao. Vuelvo en unos minutos.
Caminó apresurado. El sol parecía a punto de esconderse. Él había prometido esperar hasta su puesta.
Tenía un par de horas esperando. Era presa de los nervios y de la ansiedad. Sentía un pinchazo en el estómago. Experimentaba, más o menos, la misma sensación del primer encuentro, solo que esta vez todo era mucho más incierto.
Si Miha no aparecía, ¿qué haría él con su vida? Buscarle hasta debajo de las piedras sonaba tentador, pero estaba algo cansado de su vida de nómada.
El sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte y todo apuntaba a que él tendría que hacer lo mismo: desaparecer.
-Luca- dijo una voz profunda a sus espaldas.
-Miha, viniste-dijo con la voz entrecortada- ¡Qué poco cambiado estás!
-Ehh, gracias, supongo. Tú tampoco estás muy cambiado, solo algo más bronceado.
-Sí. Estuve hace poco en la playa-dijo intentando actuar natural- pero creo que eso es poco importante hoy- agregó al ver la carta escrita en tinta verde, en las manos blancas de Miha.
- Tu caligrafía sigue siendo igual de compleja que hace diez años- su voz no daba indicios de emoción alguna.
-Hay cosas que nunca cambian.
-Supongo. Pero pasé mucho tiempo suponiendo y haciendo conjeturas, cada una más improbable que la otra, que no me llevaron a nada. La única razón por la que vine hoy es porque quiero, por primera vez en mucho tiempo, respuestas claras y concisas. Ya estoy cansado de suponer.
-Pues dime, ¿qué quieres saber?
-Lo básico, Luca. ¿Qué pasó?
-Pensé que fui lo suficientemente claro en mi carta- dijo a modo de respuesta, bajando la mirada.
-Mira, yo sí he escuchado y sabido de ti, incluso sin quererlo. Tengo entendido que publicaste un libro de cuentos y te hiciste medianamente famoso aquí. Yo tuve que tragarme toda la historia y hacerme el desentendido, como si fuera la primera vez que escuchaba ese nombre o veía la foto de ese extranjero. Nunca me atreví a comprar el libro, aunque moría de ganas, por miedo a que tu recuerdo volviera aún más fuerte. Hoy, con tu carta, descubrí tu peculiar y desordenada forma de escribir, pues me convenciste de lo impensable y acá estoy.
-Me fui, porque fui demasiado miedoso como para quedarme a tu lado. Tenía muchos planes para mi vida y me dio miedo el no poder separarme de ti y abandonar todos mis proyectos.
-Esa es la excusa más estúpida que jamás haya escuchado.
-Lo sé.
-Al menos me alegro de que hayas cumplido tus sueños. Yo también cumplí algunos de los míos.
-Pues, de verdad me alegro mucho- dijo reparando en que hasta entonces, Miha no le había mirado directamente a los ojos, ni una sola vez.
-Gracias- dijo de manera cortante.
-Siento que venir fue un error. No sé qué pretendía con ello.
-Me temo que tienes razón.
-Lo lamento. Me iré.
-¿Adónde irás ahora?
-No lo sé. Nunca he tenido completa certeza de mi próximo paso.
-No te vayas hoy.
-¿Cómo?- preguntó y su corazón dio un vuelco.
-Tengo una posada. Pasa la noche allí, no tendrás que pagar nada. Puedes reposar un poco y así te vas mañana descansado.
-Gracias. Acepto.
-Toma. En esta tarjeta está la dirección. Yo llamaré y les diré que vas para allá.
-Pensé que me acompañarías- dijo y no pudo evitar sentir una profunda desilusión.
-No puedo, tengo muchas cosas que hacer.
-Comprendo. Gracias de todas maneras- dijo ofreciendo la mano como despedida, la cual Miha pasó por alto.
-Que te vaya bien, Luca.
-Lo mejor para ti, Miha.
Esa fue la despedida, seca y cortante. Luca se montó en un taxi que le dejó en el pequeño hotel de Miha, donde ya sabían quien era y le entregaron la llave de su habitación.
Todo había salido mucho mejor que su pensamiento más fatalista, pero mucho peor de sus altas y falsas ilusiones.
Apenas entró en la habitación, lanzó todo al suelo, con ira y atacó el minibar. Bebió rápidamente varias de las pequeñas botellas con contenido alcohólico.
-¡Maldición!- le gritaba a las paredes- ¿pero qué pretendía yo viniendo a verle? ¡Eres un idiota, Luca! Eres el ser más idiota que existe- le gritaba al espejo, pero éste no hacía más que reflejar su demacrada cara y sus ojos enrojecidos.
Estuvo despierto, hasta muy entrada la madrugada, mientras le quedaba aún alcohol. Caminaba de un lado a otro e intentaba golpearse. Se sentía como un perdedor llorón de veintinueve años.
La noche fue larga y lenta. Los recuerdos le azotaban. Se sentía al borde de la locura.
-¡Maldito, maldito, maldito, maldito!- le gritaba al viento- ¿pero qué pretendía viniendo a verme? Es un idiota, el más idiota de los seres que he tenido la desdicha de tropezar.
Caminaba, lleno de ira, por la sala de su pequeño apartamento. Intentaba no hacer mucho ruido, pues no quería que quien dormía en la habitación despertara. Eran las tres de la mañana.
-Buenas noches, señor Miha.
-Tengo algo de prisa. ¿En cual habitación alojaste al extranjero que te envié?
-En la veintiséis.
-Dame una copia de la llave.
-Pero, señor, eso es ilegal.
-Sí, pero despedirte no lo es. Dame la llave.
Cogió las llaves y subió por las escaleras, hasta la segunda planta y entró lo más silenciosamente que pudo en la habitación.
Al entrar, sintió un fuerte olor a alcohol y cigarrillo. De hecho, habia colillas de cigarro regadas por el piso. Observó que la recámara estaba algo desordenada, con el bolso tirado a un lado, la pequeña nevera abierta, un paquete de pastillas para dormir en el piso y vio a Luca, dormido profundamente, con toda su ropa puesta –incluso los zapatos- y arropado a medias.
Se sentó en la poltrona al lado de la ventana. Esperó durante varias horas, en las cuales no pudo apartar los ojos de Luca. Por fin pudo detallarle y notar que se veía bastante demacrada, más alto de cómo le recordaba y también un poco más flaco. Tenía la plena seguridad de que no había comido nada en las últimas veinticuatro horas.
Un punzante dolor de cabeza, unido a una garganta incómodamente seca y una vejiga a punto de reventar le despertaron. La habitación estaba ahora clara. Debía de ser ya de día. Se paró pesadamente, dándole por completo la espalda a la ventana y sin reparar en que no estaba solo. Tardó pocos minutos en el baño.
La luz le cegó por un instante, al salir a la habitación y justo cuando logró enfocar, vio la silueta de Miha, a contra luz.
-Esto ha de ser ilegal.
-Lo mismo dijo la chica del lobby.
-Entonces no estoy equivocado. Buenos días.
-Buenos días. Anoche no pude dormir.
-Yo… digamos que me induje el sueño- dijo viendo las botellitas y la caja de pastillas.
-Lo noté.
-Pasé toda la noche preguntándome por qué demonios decidiste aparecer.
-Yo he estado preguntándome lo mismo y no he encontrado más que niñerías como respuestas.
-Pues, quiero escucharlas.
-Verás, ni yo mismo sé por qué vine. Fue otro de mis impulsos. Quise saber si aún estabas acá… necesitaba verte, una vez más. Quería saber si estabas bien, si encontraste a alguien más… quería saber de ti. No pensé más que en mí, otra vez.
-Tuviste que ser menos egoísta.
-Lo siento.
-No todo lo resuelves con un “lo siento”, Luca.- Miha alzó un poco la voz, pero seguía sin alzar la mirada, sin verle a los ojos.
Pasaron un rato en silencio.
- No sé por qué hago esto, pero responderé todo lo que desees saber y así podremos ponerle punto final a esto.
-¿En serio?
-Sí. Pero hazte un favor y ordena algo para comer e hidratarte. Tu aspecto es deplorable.
-¿Hay servicio a la habitación?
-Deja que yo llamo, sé que el servicio acá es algo… ¿caótico?- acto seguido, sacó su teléfono móvil y dio algunas instrucciones y órdenes en su idioma natal. Luca comprendió mucho de lo que dijo.
-Ordenaste para dos.
-¿Y tú qué sabes?
-Aprendí un poco de tu idioma. Resultó siendo más fácil de lo que pensé.
-Pues sí, ordené para dos, yo tampoco he comido nada.
Mientras comían, Luca empezó a hacer las preguntas que le venían a la mente.
-¿Has estado bien estos últimos años?
-Desde hace un tiempo me encuentro bastante tranquilo. Dejé el restaurant donde trabajaba y con el dinero ahorrado, busqué un socio, y abrí mi propio restaurant. Luego ahorré más dinero y pude comprar este pequeño hotel. Ha sido un arduo trabajo, pero ha tenido buenos resultados. ¿Qué hay de ti?
-He vivido durante mucho tiempo cual judío errante, sin estar por más de tres meses en el mismo lugar. También encontré muchos beneficios.
-Claro. ¿Cómo lograste, en principio, viajar tanto? Eso es costoso.
-No si sabes cómo hacerlo. Hay un programa donde gente de todo el mundo ofrece su casa como estadía para extranjeros, con tal de que sea recíproco. Las estadías eran generalmente cortas pero empecé a ofrecer pequeñas sumas de dinero, para alargarlas y así empezaba a trabajar en el país donde me encontrase.
-¿Trabajaste? –preguntó algo sorprendido.
-Oh sí. De otra manera no hubiera podido mantenerme hasta que mi libro empezó a venderse. He trabajado prácticamente de todo: lavando platos, de mesonero, de recepcionista, de guía turístico, de intérprete; incluso, trabajé en aproximadamente seis embajadas de mi país en diferentes lugares.
-¡Cielos!
-He de estar vetado en, al menos, cinco países, por incumplimiento de contrato y desaparición repentina- en ese momento supo que no debió decir eso, pues Miha tensó la cara.
-El día está soleado. Toma una ducha rápida y salgamos a caminar. Estar encerrado aquí es agobiante.
Luca obedeció y en menos de media hora estaban afuera, caminando por la playa de arena rocosa.
-¿Por qué si prometiste responder a mis preguntas, soy yo quien más ha hablado?
-Porque me temo que he cambiado las reglas del juego y, además, tu vida parece más interesante que la mía.
-¿Sabes qué guardo aún?
-¿Qué?
-La franela empantanada de aquel día que nos pusimos a jugar con lodo.
-Estás bromeando.
-No. Nunca la lavé. Es uno de mis tesoros más preciados. Está ya tiesa.
-Yo guardo un vídeo tuyo. Uno en el que te hacen una entrevista, que no entiendo del todo bien, pues está en tu idioma. Pero siempre lo guardé. Fue uno de los primeros indicios de que nada malo te había sucedido.
-¿Temiste que me sucediera algo malo?
-Llegué a pensar que moriste, luego deseé que así hubiera sido.
-Entiendo.
-¿Cuál es tu color favorito?
-¿Ah?
-COLOR. Color favorito.
-Índigo. Eso lo sabías.
-¿Tu bebida no alcohólica favorita?
-Aquarius.
-¿Cantante favorito?
-Depende del momento.
-Yo igual.
-¿Cuál es tu estación del año favorita?
-Primavera.
-Porque naciste en primavera.
-¿La tuya?
-Otoño.
-Porque naciste en otoño.
Caminaron por otro rato, haciéndose preguntas cuyas respuestas ya conocían ambos. Se sentaron en la arena, a ver el mar.
-¿Fruta favorita?
-Manzana. ¿La tuya?
-Uvas. ¿Libro favorito?
- Gerencia para tontos. ¿El tuyo?
-Idiota. Son muchos, como para escoger uno solo. ¿Por qué no me has mirado a los ojos?
-Porque no me siento preparado para nadar.
-¿Nadar?
-Sí, nadar. Tienes una mirada muy profunda y no sé si esté preparado para escapar. ¿Has tenido algún amante o amor?
-Amantes sí, varios. Amor ninguno. No le he permitido a nadie compartir conmigo la hora del sueño.
-¿Por qué?
-No lo sé. Aprendí a obtener la satisfacción de mis necesidades más básicas, sin tener que involucrarme sentimentalmente con nadie. Ya te dije que he caminado solo en estos años.
-Suena triste.
-No lo es tanto.
-¿De qué son tus cuentos?
-Mezcla de varias leyendas y mitos populares, de los países que visito y modernizados. Personajes actuales, que viven esas historias.
-¿Qué hay de tu familia?
-Están bien. Al mismo tiempo molestos y alegres conmigo. Les molesta que no vaya nunca a casa, pero les alegra que haya logrado tantas cosas. ¿Tu familia qué tal?
-Todos bien. Tienes un aspecto demacrado.
-Nunca he sido muy bueno en eso de cuidarme… Odio que me evadas.
-¿De qué hablas?
-Quiero saber de tu vida amorosa. ¿Tienes a alguien?
-Sí. Tengo dos años con la misma persona. Vivimos juntos desde hace poco más de un año.
Luca apretó la mandíbula y trató no sentirse afectado.
-Quiero saber de él.
-Tiene mi edad, y es nativo de este país. Es muy cariñoso, demasiado a veces, e inteligente. Físicamente es agraciado.
-¿Le quieres?
-Bastante.
-¿Estás enamorado?
-Creo que sí.
-Entonces, ¿le amas?
-No.
Miha se mantuvo en silencio por un rato, mirando al horizonte. Sabía cuál sería la próxima pregunta y buscaba las razones para responderla, mas no encontró nada correcto, solo encontró la verdad que tenía atrapada desde hacía mucho tiempo.
-¿Por qué?
-Porque no tiene acento chistoso, ni conoce el mundo; porque sabe pronunciar mi nombre y nunca ha desaparecido; porque es rubio y no castaño; porque tiene ojos azules y fríos, no verdes, vivos y cálidos
-Ehhh…- Luca no sabía qué decir. Sus ojos se colmaron de agua de repente.
-Porque es él.- prosiguió Miha- Porque no eres tú.
-Miha.
-Luca.
-¿Me amas?
-No sé. Solo sé que hoy me siento más vivo de lo que he estado en diez años; solo sé que quiero seguir sintiéndome así. Sé que quiero estar contigo.
-Miha, no sabes cuánto te he extrañado.- ya ni se molestaba en aguantar las lágrimas y las dejó correr libremente por sus mejillas.
-Y yo a ti, bastardo. ¡Vayámonos lejos!
-¿Pero qué hay de tu chico? ¿Qué hay de todo lo que hice?
-No me importa el pasado. Quiero vivir el presente. Y él, bueno, él sabe que nuestra relación es más de comodidad y mutuo que apoyo que de amor.
-¿Pasamos por tu casa a buscar tus cosas?
-No. Compro ropa en el camino o uso cualquier cosa tuya mientras tanto. Tengo mi pasaporte conmigo.
-¿Adónde quieres ir?
-Sorpréndeme. Pero corramos, antes de que razone y me arrepienta. Ésta será la decisión más estúpida o más acertada de mi vida. El tiempo lo dirá
-El tiempo es mudo- dijo tirándolo hacia sí y besándolo con las ganas que se había aguantado durante muchos años.
-¿Seguirás escribiendo?- preguntó más dormido que despierto, recostado en su hombro, mientras el avión se movía bruscamente, y notó que Luca tomaba notas en una pequeña libreta.
-Por supuesto.
-¿Qué escribes ahora?
-Lo que será mi obra maestra.
-¿Sí? ¿Cómo se llamará?
-Pues sí. Se llamará: “La historia del uno y del otro”- respondió, mirando por la ventanilla y acariciando los cabellos suaves de Miha.
-Estoy seguro que será un éxito.
Y vivieron felices… ¡bah! Aprendieron a vivir, cada uno, con sus respectivas virtudes y defectos; aprendieron a amarse y a odiarse, cuando fue necesario; nunca se prometieron amor eterno y aunque Luca se asentó un poco y compró un apartamento, nunca vivieron del todo juntos, pues eran ambos fieros de su independencia y su espacio personal. Aprendieron a ser sinceros y también a mentir con gracia; aprendieron a hacerse el amor de millones de maneras, hasta que sus cuerpos ya no dieron más y pudieron dedicarse, con más pausa, a conocerse bien, a fondo.
Fin.
Yo, de vez en cuando, recuerdo muchas cosas que hoy parecen perdidas, junto con muchas otras cosas, en mi memoria: la primera vez que nuestros ojos se encontraron y la primera vez que te hice reír por algo.
¿Recuerdas, entonces, el primer beso cálido y casi robado, el abrazo en público y el camino escapando de la lluvia?
Yo aún recuerdo el haberme dejado llevar, el responder los mensajes que me enviabas de buenos días y hasta de ser yo el primero en escribir, justo después de despertar.
Hay noches en las que me voy a la cama con la idea de mi presencia vagando en tu cabeza, cuando te cuesta conciliar el sueño.
Me pregunto si recuerdas mi tono de voz y mi forma de hablar. Yo sí recuerdo tu voz medianamente ronca y tu particular acento.
Hay días en los que el recuerdo de mi abrupto adiós me tortura, hasta la locura. Hay otros, en cambio, en los que siento que tomé la decisión correcta. Hoy, por ejemplo, no sé qué opinar de mí mismo, con respecto a eso.
En un momento, pensé que todo lo que sentía por ti escapaba de mis manos y, aunque en esa época yo me dejaba llevar por mis emociones, tuve la duda de que pudiera manejar tanto siendo tan inmaduro. Sentí miedo.
Aún recuerdo ese primer encuentro. Fue todo lo que deseé durante mucho tiempo y sin embargo, no me atreví a alargar mi alegría por más de cinco días. No tuve el coraje para decirte nada en esa nota, que no fuera una sincera disculpa y una promesa de que volverías a saber de mí, si así lo deseabas. No cumplí mi promesa, lo siento.
Después de irme, no volví a casa, pues sentía que en esos pocos días contigo y en un país extraño, había descubierto un mundo nuevo, que me prohibía volver al que ya conocía. Podría decir que cumplí uno de mis sueños: recorrer el mundo, conocer sus gentes y sus culturas; incluso descubrí un talento en mí que se mantuvo oculto por mucho tiempo. Había un solo problema: era yo solo viviéndolo todo, aunque conocí mucha gente.
Siento que relato una historia de mil años, cuando no han pasado más de diez.
Nunca me atreví a mandarte los miles de correos electrónicos que redacté, ni las miles de postales que te compré. No sabía cuál sería tu opinión sobre mí. Supongo que hoy has de odiarme, o has de haberme olvidado. Yo, en cambio, nunca permití que tu presencia abandonara mi mente.
En estos diez años, he vuelto a casa solo dos veces. La primera fue hace cinco años, la segunda fue hace un par de meses atrás. Ambas vueltas tuvieron una duración muy corta, pues el mundo que creía mío se me pinta ahora muy diferente. No me siento parte de él, me siento excluido de la sociedad que me vio nacer.
Hubo un momento, hace no mucho, en el que pensé que te había olvidado. No recordaba tu nombre, ni de dónde eras; no recordaba tu aspecto, ni tu color de cabello. Te habías perdido en mi memoria. Tu nombre no aparecía en el crepúsculo, ni tampoco en el ocaso. Hasta que, por una de esas vueltas locas del destino, aparecí en tu país. Era ese, para mí, un destino prohibido. Había jurado nunca ir allá, pero como te había olvidado, olvidé también mi promesa. Sea como fuere, por invitación de unos amigos, llegué a ese lugar que me había prohibido yo mismo.
Durante el camino, no podía todavía recordarte; me sentía extraño, como si algo hubiera escapado de mi cuerpo. De repente, llegamos a un lugar que se me hizo extrañamente familiar. Era un lugar donde había un lago, en cuyo centro había una pequeña isla, dominada por una iglesia
Caminaba por una especie de malecón y me sentí cansado, aunque dormí bien la noche anterior; así que me senté en el piso y eventualmente me eché por completo a ver el cielo.
Todo sucedió de manera muy rápida, como un golpe repentino en la cabeza: estaba el lago y su isla; la iglesia y su campanario; el cielo y sus nubes; el viento y su susurro; estaba yo, mas no estabas tú.
Fue entonces que tu presencia se apareció ante mí, mucho más fuerte que nunca antes. Ella, tu presencia, me abrazó, suavemente y tu voz me habló en secreto al oído, repitiéndome sin descanso tu nombre y nuestra corta historia.
No pude levantarme, tuve que quedarme echado en el suelo, dejando que el viento me cobijara. De mis ojos escapaban lágrimas cálidas, solo que no eran de tristeza, eran de una rara alegría y también de una melancolía que jamás había experimentado antes. Escuchaba tu voz y sentía tus manos en mi cara. Cada ráfaga de viento estaba impregnada de tu aroma.
Era ése el lugar que siempre quise conocer, pero en ese momento supe que no se sentina igual a como esperé, porque aunque te sentía como una suerte de presencia incorpórea, no estaba la masa que compone tu cuerpo.
Me di cuenta de que ese no era mi lugar en el mundo, que ninguno de los lugares donde estuve lo fueron. Mi lugar es contigo.
Decidí correr hacia el aeropuerto, para embarcarme en una nueva aventura. Compré el primer pasaje que encontré hacia el país donde espero que aún vivas y al cabo de dos horas, me encontré a muchos pies de altura, volando hacia tu ciudad de residencia.
Estoy acá y espero que seas tú quien lee esta carta y no una solterona de cuarenta años con siete gatos.
Si eres tú quien me lee y decides, al menos, verme una vez más, estaré en los bancos que quedan cerca del muelle… te esperaré hasta la puesta del sol.
Siempre tuyo,
Luca.”
Leyó en silencio. La carta parecía haber sido escrita con premura y de forma insegura, pues estaba llena de tachones. La tinta era verde, casualmente. Ese era su color favorito. ¿Fue una coincidencia, o lo hizo adrede a sabiendas de su gusto por ese color?
La escritura era desordenada, tenía muchas florituras y se hacía difícil la lectura. Parecia como si hubiera escupido un montón de cuentos y razones en el papel, sin cronología alguna.
No sabía qué pensar. Esperó algo similar por muchos años, hasta que se cansó de la espera y enterró esos recuerdos. Nunca jamás le habló a nadie sobre ese que desapareció un día, sin dar explicaciones.
Cogió las llaves, no sin antes mira por la ventana: el cielo estaba naranja. No faltaba mucho para el ocaso.
-¿Miha, adónde vas?- preguntó una voz inquisitiva desde la habitación.
-Eh… voy a comprar… eh… pizza.
-¿Pizza?
-Sí, pizza. Tengo antojo.
-Estás loco.
-Chao. Vuelvo en unos minutos.
Caminó apresurado. El sol parecía a punto de esconderse. Él había prometido esperar hasta su puesta.
Tenía un par de horas esperando. Era presa de los nervios y de la ansiedad. Sentía un pinchazo en el estómago. Experimentaba, más o menos, la misma sensación del primer encuentro, solo que esta vez todo era mucho más incierto.
Si Miha no aparecía, ¿qué haría él con su vida? Buscarle hasta debajo de las piedras sonaba tentador, pero estaba algo cansado de su vida de nómada.
El sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte y todo apuntaba a que él tendría que hacer lo mismo: desaparecer.
-Luca- dijo una voz profunda a sus espaldas.
-Miha, viniste-dijo con la voz entrecortada- ¡Qué poco cambiado estás!
-Ehh, gracias, supongo. Tú tampoco estás muy cambiado, solo algo más bronceado.
-Sí. Estuve hace poco en la playa-dijo intentando actuar natural- pero creo que eso es poco importante hoy- agregó al ver la carta escrita en tinta verde, en las manos blancas de Miha.
- Tu caligrafía sigue siendo igual de compleja que hace diez años- su voz no daba indicios de emoción alguna.
-Hay cosas que nunca cambian.
-Supongo. Pero pasé mucho tiempo suponiendo y haciendo conjeturas, cada una más improbable que la otra, que no me llevaron a nada. La única razón por la que vine hoy es porque quiero, por primera vez en mucho tiempo, respuestas claras y concisas. Ya estoy cansado de suponer.
-Pues dime, ¿qué quieres saber?
-Lo básico, Luca. ¿Qué pasó?
-Pensé que fui lo suficientemente claro en mi carta- dijo a modo de respuesta, bajando la mirada.
-Mira, yo sí he escuchado y sabido de ti, incluso sin quererlo. Tengo entendido que publicaste un libro de cuentos y te hiciste medianamente famoso aquí. Yo tuve que tragarme toda la historia y hacerme el desentendido, como si fuera la primera vez que escuchaba ese nombre o veía la foto de ese extranjero. Nunca me atreví a comprar el libro, aunque moría de ganas, por miedo a que tu recuerdo volviera aún más fuerte. Hoy, con tu carta, descubrí tu peculiar y desordenada forma de escribir, pues me convenciste de lo impensable y acá estoy.
-Me fui, porque fui demasiado miedoso como para quedarme a tu lado. Tenía muchos planes para mi vida y me dio miedo el no poder separarme de ti y abandonar todos mis proyectos.
-Esa es la excusa más estúpida que jamás haya escuchado.
-Lo sé.
-Al menos me alegro de que hayas cumplido tus sueños. Yo también cumplí algunos de los míos.
-Pues, de verdad me alegro mucho- dijo reparando en que hasta entonces, Miha no le había mirado directamente a los ojos, ni una sola vez.
-Gracias- dijo de manera cortante.
-Siento que venir fue un error. No sé qué pretendía con ello.
-Me temo que tienes razón.
-Lo lamento. Me iré.
-¿Adónde irás ahora?
-No lo sé. Nunca he tenido completa certeza de mi próximo paso.
-No te vayas hoy.
-¿Cómo?- preguntó y su corazón dio un vuelco.
-Tengo una posada. Pasa la noche allí, no tendrás que pagar nada. Puedes reposar un poco y así te vas mañana descansado.
-Gracias. Acepto.
-Toma. En esta tarjeta está la dirección. Yo llamaré y les diré que vas para allá.
-Pensé que me acompañarías- dijo y no pudo evitar sentir una profunda desilusión.
-No puedo, tengo muchas cosas que hacer.
-Comprendo. Gracias de todas maneras- dijo ofreciendo la mano como despedida, la cual Miha pasó por alto.
-Que te vaya bien, Luca.
-Lo mejor para ti, Miha.
Esa fue la despedida, seca y cortante. Luca se montó en un taxi que le dejó en el pequeño hotel de Miha, donde ya sabían quien era y le entregaron la llave de su habitación.
Todo había salido mucho mejor que su pensamiento más fatalista, pero mucho peor de sus altas y falsas ilusiones.
Apenas entró en la habitación, lanzó todo al suelo, con ira y atacó el minibar. Bebió rápidamente varias de las pequeñas botellas con contenido alcohólico.
-¡Maldición!- le gritaba a las paredes- ¿pero qué pretendía yo viniendo a verle? ¡Eres un idiota, Luca! Eres el ser más idiota que existe- le gritaba al espejo, pero éste no hacía más que reflejar su demacrada cara y sus ojos enrojecidos.
Estuvo despierto, hasta muy entrada la madrugada, mientras le quedaba aún alcohol. Caminaba de un lado a otro e intentaba golpearse. Se sentía como un perdedor llorón de veintinueve años.
La noche fue larga y lenta. Los recuerdos le azotaban. Se sentía al borde de la locura.
-¡Maldito, maldito, maldito, maldito!- le gritaba al viento- ¿pero qué pretendía viniendo a verme? Es un idiota, el más idiota de los seres que he tenido la desdicha de tropezar.
Caminaba, lleno de ira, por la sala de su pequeño apartamento. Intentaba no hacer mucho ruido, pues no quería que quien dormía en la habitación despertara. Eran las tres de la mañana.
-Buenas noches, señor Miha.
-Tengo algo de prisa. ¿En cual habitación alojaste al extranjero que te envié?
-En la veintiséis.
-Dame una copia de la llave.
-Pero, señor, eso es ilegal.
-Sí, pero despedirte no lo es. Dame la llave.
Cogió las llaves y subió por las escaleras, hasta la segunda planta y entró lo más silenciosamente que pudo en la habitación.
Al entrar, sintió un fuerte olor a alcohol y cigarrillo. De hecho, habia colillas de cigarro regadas por el piso. Observó que la recámara estaba algo desordenada, con el bolso tirado a un lado, la pequeña nevera abierta, un paquete de pastillas para dormir en el piso y vio a Luca, dormido profundamente, con toda su ropa puesta –incluso los zapatos- y arropado a medias.
Se sentó en la poltrona al lado de la ventana. Esperó durante varias horas, en las cuales no pudo apartar los ojos de Luca. Por fin pudo detallarle y notar que se veía bastante demacrada, más alto de cómo le recordaba y también un poco más flaco. Tenía la plena seguridad de que no había comido nada en las últimas veinticuatro horas.
Un punzante dolor de cabeza, unido a una garganta incómodamente seca y una vejiga a punto de reventar le despertaron. La habitación estaba ahora clara. Debía de ser ya de día. Se paró pesadamente, dándole por completo la espalda a la ventana y sin reparar en que no estaba solo. Tardó pocos minutos en el baño.
La luz le cegó por un instante, al salir a la habitación y justo cuando logró enfocar, vio la silueta de Miha, a contra luz.
-Esto ha de ser ilegal.
-Lo mismo dijo la chica del lobby.
-Entonces no estoy equivocado. Buenos días.
-Buenos días. Anoche no pude dormir.
-Yo… digamos que me induje el sueño- dijo viendo las botellitas y la caja de pastillas.
-Lo noté.
-Pasé toda la noche preguntándome por qué demonios decidiste aparecer.
-Yo he estado preguntándome lo mismo y no he encontrado más que niñerías como respuestas.
-Pues, quiero escucharlas.
-Verás, ni yo mismo sé por qué vine. Fue otro de mis impulsos. Quise saber si aún estabas acá… necesitaba verte, una vez más. Quería saber si estabas bien, si encontraste a alguien más… quería saber de ti. No pensé más que en mí, otra vez.
-Tuviste que ser menos egoísta.
-Lo siento.
-No todo lo resuelves con un “lo siento”, Luca.- Miha alzó un poco la voz, pero seguía sin alzar la mirada, sin verle a los ojos.
Pasaron un rato en silencio.
- No sé por qué hago esto, pero responderé todo lo que desees saber y así podremos ponerle punto final a esto.
-¿En serio?
-Sí. Pero hazte un favor y ordena algo para comer e hidratarte. Tu aspecto es deplorable.
-¿Hay servicio a la habitación?
-Deja que yo llamo, sé que el servicio acá es algo… ¿caótico?- acto seguido, sacó su teléfono móvil y dio algunas instrucciones y órdenes en su idioma natal. Luca comprendió mucho de lo que dijo.
-Ordenaste para dos.
-¿Y tú qué sabes?
-Aprendí un poco de tu idioma. Resultó siendo más fácil de lo que pensé.
-Pues sí, ordené para dos, yo tampoco he comido nada.
Mientras comían, Luca empezó a hacer las preguntas que le venían a la mente.
-¿Has estado bien estos últimos años?
-Desde hace un tiempo me encuentro bastante tranquilo. Dejé el restaurant donde trabajaba y con el dinero ahorrado, busqué un socio, y abrí mi propio restaurant. Luego ahorré más dinero y pude comprar este pequeño hotel. Ha sido un arduo trabajo, pero ha tenido buenos resultados. ¿Qué hay de ti?
-He vivido durante mucho tiempo cual judío errante, sin estar por más de tres meses en el mismo lugar. También encontré muchos beneficios.
-Claro. ¿Cómo lograste, en principio, viajar tanto? Eso es costoso.
-No si sabes cómo hacerlo. Hay un programa donde gente de todo el mundo ofrece su casa como estadía para extranjeros, con tal de que sea recíproco. Las estadías eran generalmente cortas pero empecé a ofrecer pequeñas sumas de dinero, para alargarlas y así empezaba a trabajar en el país donde me encontrase.
-¿Trabajaste? –preguntó algo sorprendido.
-Oh sí. De otra manera no hubiera podido mantenerme hasta que mi libro empezó a venderse. He trabajado prácticamente de todo: lavando platos, de mesonero, de recepcionista, de guía turístico, de intérprete; incluso, trabajé en aproximadamente seis embajadas de mi país en diferentes lugares.
-¡Cielos!
-He de estar vetado en, al menos, cinco países, por incumplimiento de contrato y desaparición repentina- en ese momento supo que no debió decir eso, pues Miha tensó la cara.
-El día está soleado. Toma una ducha rápida y salgamos a caminar. Estar encerrado aquí es agobiante.
Luca obedeció y en menos de media hora estaban afuera, caminando por la playa de arena rocosa.
-¿Por qué si prometiste responder a mis preguntas, soy yo quien más ha hablado?
-Porque me temo que he cambiado las reglas del juego y, además, tu vida parece más interesante que la mía.
-¿Sabes qué guardo aún?
-¿Qué?
-La franela empantanada de aquel día que nos pusimos a jugar con lodo.
-Estás bromeando.
-No. Nunca la lavé. Es uno de mis tesoros más preciados. Está ya tiesa.
-Yo guardo un vídeo tuyo. Uno en el que te hacen una entrevista, que no entiendo del todo bien, pues está en tu idioma. Pero siempre lo guardé. Fue uno de los primeros indicios de que nada malo te había sucedido.
-¿Temiste que me sucediera algo malo?
-Llegué a pensar que moriste, luego deseé que así hubiera sido.
-Entiendo.
-¿Cuál es tu color favorito?
-¿Ah?
-COLOR. Color favorito.
-Índigo. Eso lo sabías.
-¿Tu bebida no alcohólica favorita?
-Aquarius.
-¿Cantante favorito?
-Depende del momento.
-Yo igual.
-¿Cuál es tu estación del año favorita?
-Primavera.
-Porque naciste en primavera.
-¿La tuya?
-Otoño.
-Porque naciste en otoño.
Caminaron por otro rato, haciéndose preguntas cuyas respuestas ya conocían ambos. Se sentaron en la arena, a ver el mar.
-¿Fruta favorita?
-Manzana. ¿La tuya?
-Uvas. ¿Libro favorito?
- Gerencia para tontos. ¿El tuyo?
-Idiota. Son muchos, como para escoger uno solo. ¿Por qué no me has mirado a los ojos?
-Porque no me siento preparado para nadar.
-¿Nadar?
-Sí, nadar. Tienes una mirada muy profunda y no sé si esté preparado para escapar. ¿Has tenido algún amante o amor?
-Amantes sí, varios. Amor ninguno. No le he permitido a nadie compartir conmigo la hora del sueño.
-¿Por qué?
-No lo sé. Aprendí a obtener la satisfacción de mis necesidades más básicas, sin tener que involucrarme sentimentalmente con nadie. Ya te dije que he caminado solo en estos años.
-Suena triste.
-No lo es tanto.
-¿De qué son tus cuentos?
-Mezcla de varias leyendas y mitos populares, de los países que visito y modernizados. Personajes actuales, que viven esas historias.
-¿Qué hay de tu familia?
-Están bien. Al mismo tiempo molestos y alegres conmigo. Les molesta que no vaya nunca a casa, pero les alegra que haya logrado tantas cosas. ¿Tu familia qué tal?
-Todos bien. Tienes un aspecto demacrado.
-Nunca he sido muy bueno en eso de cuidarme… Odio que me evadas.
-¿De qué hablas?
-Quiero saber de tu vida amorosa. ¿Tienes a alguien?
-Sí. Tengo dos años con la misma persona. Vivimos juntos desde hace poco más de un año.
Luca apretó la mandíbula y trató no sentirse afectado.
-Quiero saber de él.
-Tiene mi edad, y es nativo de este país. Es muy cariñoso, demasiado a veces, e inteligente. Físicamente es agraciado.
-¿Le quieres?
-Bastante.
-¿Estás enamorado?
-Creo que sí.
-Entonces, ¿le amas?
-No.
Miha se mantuvo en silencio por un rato, mirando al horizonte. Sabía cuál sería la próxima pregunta y buscaba las razones para responderla, mas no encontró nada correcto, solo encontró la verdad que tenía atrapada desde hacía mucho tiempo.
-¿Por qué?
-Porque no tiene acento chistoso, ni conoce el mundo; porque sabe pronunciar mi nombre y nunca ha desaparecido; porque es rubio y no castaño; porque tiene ojos azules y fríos, no verdes, vivos y cálidos
-Ehhh…- Luca no sabía qué decir. Sus ojos se colmaron de agua de repente.
-Porque es él.- prosiguió Miha- Porque no eres tú.
-Miha.
-Luca.
-¿Me amas?
-No sé. Solo sé que hoy me siento más vivo de lo que he estado en diez años; solo sé que quiero seguir sintiéndome así. Sé que quiero estar contigo.
-Miha, no sabes cuánto te he extrañado.- ya ni se molestaba en aguantar las lágrimas y las dejó correr libremente por sus mejillas.
-Y yo a ti, bastardo. ¡Vayámonos lejos!
-¿Pero qué hay de tu chico? ¿Qué hay de todo lo que hice?
-No me importa el pasado. Quiero vivir el presente. Y él, bueno, él sabe que nuestra relación es más de comodidad y mutuo que apoyo que de amor.
-¿Pasamos por tu casa a buscar tus cosas?
-No. Compro ropa en el camino o uso cualquier cosa tuya mientras tanto. Tengo mi pasaporte conmigo.
-¿Adónde quieres ir?
-Sorpréndeme. Pero corramos, antes de que razone y me arrepienta. Ésta será la decisión más estúpida o más acertada de mi vida. El tiempo lo dirá
-El tiempo es mudo- dijo tirándolo hacia sí y besándolo con las ganas que se había aguantado durante muchos años.
-¿Seguirás escribiendo?- preguntó más dormido que despierto, recostado en su hombro, mientras el avión se movía bruscamente, y notó que Luca tomaba notas en una pequeña libreta.
-Por supuesto.
-¿Qué escribes ahora?
-Lo que será mi obra maestra.
-¿Sí? ¿Cómo se llamará?
-Pues sí. Se llamará: “La historia del uno y del otro”- respondió, mirando por la ventanilla y acariciando los cabellos suaves de Miha.
-Estoy seguro que será un éxito.
Y vivieron felices… ¡bah! Aprendieron a vivir, cada uno, con sus respectivas virtudes y defectos; aprendieron a amarse y a odiarse, cuando fue necesario; nunca se prometieron amor eterno y aunque Luca se asentó un poco y compró un apartamento, nunca vivieron del todo juntos, pues eran ambos fieros de su independencia y su espacio personal. Aprendieron a ser sinceros y también a mentir con gracia; aprendieron a hacerse el amor de millones de maneras, hasta que sus cuerpos ya no dieron más y pudieron dedicarse, con más pausa, a conocerse bien, a fondo.
Fin.